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¿Empoderar desde la hegemonía?

Empoderar. Hacer fuerte, tomar decisiones, brindar potestad, destacar, ensalzar, obtener control, llegar al poder. 

 

El empoderamiento de las minorías ha llegado a ser uno de los tópicos más populares de los últimos tiempos, ante todo, el de la mujer. No obstante, los objetivos que se persiguen pareciera que han perdido enfoque y, más que destacar diferencias dentro del movimiento feminista, están logrando quebrantar los valores que aún mantienen unida la lucha colectiva. No es nada espamentoso lo que está sucediendo en la actualidad, la historia demuestra que aquello que decida correrse de la norma debe volver al empaque y al corral, por lo que funciona como crónica de muerte anunciada. 

 

De esta forma, intento poner en manifiesto que no todo es color de rosa ni vivimos en Legalmente Rubia, entre tejos y manejos, el discurso dominante embauca las propuestas feministas para ser funcionales, una vez más, ante el control social y una venta aislada en el supermercado. 

 

¿De qué hablamos cuando hablamos de empoderar?

 

Es una pregunta con respuesta exacerbadamente ambigua, (créanme, las inesquivables subjetividades arremeten contra el empoderamiento) sin embargo, la situación se torna preocupante cuando en vez de inspirar a las mujeres a ser críticas y luchadoras, les brinda un aire de omnipotencia, burocracia y arbitrariedad. Hoy en día, ser mujer implica tener la oportunidad de utilizar los espacios ganados para transmitir la necesidad de saldar las deudas socio-políticas, visibilizar las inequidades de derechos, mostrarnos como sujetos creadores y dadores de conocimiento. Muchas mujeres, sobre todo “grandes referentes” manchan los nombres de las verdaderas figuras feministas que hicieron luchas por las que podríamos llorar sobre libros de historia empatizando con su dolor, lucrando con ideales falsos e hipócritas, que no condicen con los verdaderos objetivos del movimiento ya que, ante todo, es social y no individual. El feminismo ha caído en las manos tenebrosas del marketing capitalista y en la funcionalidad al sistema, poblando un ejército de jóvenes que desean pertenecer a la media, las cuales deciden mostrar su cuerpo antes que razonar y reflexionar sobre sus ideas. 

Yo me pregunto, ¿en qué momento empoderarse como mujer pasó a tomar las mismas dinámicas de la masculinidad hegemónica? La exclusión de la comunidad trans y travesti, la cultura de la cancelación, el escrache social con mecanismo efímero, la múltiple aparición de etiquetas bajo las cuales categorizar y ordenar las minorías, los debates banales en redes sociales o corretear detrás de los talones de teorías feministas primermundistas, problemáticas elitistas que adquieren un carácter superficial y obstaculizan  la posibilidad de llegar al meollo de la cuestión. El discurso dominante feminista nos ha dado la autoridad para señalar con el dedo acusador de la deconstrucción, pero lo más terrible, es que nos ha quitado la posibilidad de equivocarnos. Hemos resultado en monarcas jugando al amo y al esclavo, somos inmaculadas, intocables;  ya no podemos ser humanas que erran, que cambian de opinión o que se revisan a sí mismas, nuestra verdad es única e irrevocable, nos han quitado la capacidad de ver en contexto y de tomar perspectiva. 

 

Si no nos revisamos, nuestras prácticas seguirán reproduciendo las dinámicas patriarcales en un ciclo sin fin, el tabú seguirá vigente y no construiremos una verdad genuina al margen de los sistemas globales, sino que destruiremos los espacios ganados, los cuales se venderán al mejor postor y quién sabe qué se hará con ellos. 

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