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Una porción de Santorini en el corazón de Liniers

El café “Terraza Mediterránea” le suma arte, estilo y gastronomía al encanto de los pasajes.

Desde hace algunos meses, la esquina de Carhué y Ventura Bosch tiene un encanto especial. Una brisa de costa mediterránea parece haberse apoderado de ese sector de Liniers, justo allí donde los pasajes se empecinan en seguir abriéndole la puerta a la imaginación.

Y aunque Terraza Mediterránea abrió oficialmente sus puertas a mediados de mayo pasado, el proyecto se inició un tiempo antes. “El emprendimiento va a cumplir cinco años. Empecé pintando macetas y jarrones, que es todo lo que hoy se ve que decora el local. Los vendía por encargo a través de la web. Tenía muchos clientes mayoristas en distintos puntos del país”, comienza contando Macarena, la ideóloga y responsable intelectual de este singular café que acapara las miradas de propios y extraños.

“Todo arrancó en pandemia -amplía- cuando volví de un viaje inspirador por el Mediterráneo europeo. Como estábamos encerrados y yo tenía una terraza toda blanca y cuadrada, se me ocurrió decorarla con macetas en los tonos azul y blanco para armar mi propia terraza mediterránea. Estuve como dos meses restaurando un juego de jardín de hierro forjado que me había regalado mi suegra. Cuando terminé le hice un Instagram a la terraza, más que nada para compartirlo con la familia y los amigos. Para ese entonces trabajaba en un banco, así que no era una cuestión comercial. Pero a través de este IG me contactó una chica que me hizo un pedido grande de macetas decoradas. Así surgieron mis diseños principales, que son cuatro: uno inspirado en Méjico, otro en Italia, otro en el Mediterráneo y otro en nuestro campo”.

Macarena asegura que lo suyo “siempre fueron las macetas y las tinajas, después, con el tiempo, incorporé vajillas, objetos de decoración y azulejos”. La cosa empezó a andar bien y se sumaron varios clientes minoristas y mayoristas, lo que la llevó a dejar su trabajo en el banco y dedicarse de lleno al emprendimiento.

Pero todavía faltaba algo más. Tal vez, lo más importante. “Una amiga de muchos años me dijo de poner una cafetería con estilo en la que pudiéramos exhibir las macetas y le dije que sí. Pensamos en algún lugar en Devoto, pero el tema quedó ahí, porque ella estaba con la posibilidad de irse a vivir afuera y no sabía qué hacer. Pero a mí desde que me lo dijo me picó el bichito”, recuerda. Hasta que un día “desayunando con mi marido acá enfrente, donde siempre fui clienta, le dije ‘mirá qué linda esa esquina, imagínate el taller arriba y abajo la cafetería’, pero mi marido me dijo ‘estás loca, hay que hacerle de todo’”.

Claro que la decisión ya estaba tomada. “Yo igual llamé a la inmobiliaria que la tenía en alquiler. Me costó un montón comunicarme, y cuando me atendieron me dijeron que ya estaba reservada, pero les pedí que anotaran mi teléfono por si la reserva se caía. Cuestión que a los diez días vuelvo a pasar y veo que todavía estaba el cartel de alquiler. Entonces volví a llamar y me dijeron que la reserva se había caído pero que no encontraban mi teléfono”, recuerda.

Lo que sigue es el comienzo de la aventura. Cuando fueron a ver la casa aún quedaban los vestigios de la escuela de danzas que funcionó allí hasta hace algunos años. “Fue una decisión difícil porque la obra era desafiante -reconoce- pero alquilamos, nos embarcamos y empezamos”. La amiga de Macarena finalmente se fue a vivir afuera, entonces se asoció con sus cuñados. “Por eso digo que es un emprendimiento cien por ciento familiar. Ellos aportan desde lo logístico y administrativo y yo estoy en el día a día, pero son mi soporte permanente, de hecho, me reemplazan para que pueda estar con mis hijos”, explica quien ya supo desempeñarse en gastronomía durante mucho tiempo. “Mi familia es gastronómica. De hecho, me había ido de la gastronomía porque quería una vida un poco más tranquila, pero como dice el tango, siempre se vuelve al primer amor”, sintetiza con una sonrisa esta vecina emprendedora del Barrio Naón.

Fueron cinco largos meses de obra hasta que finalmente, a mediados de mayo, Terraza Mediterránea abrió sus puertas. “Se respetó totalmente la arquitectura original de la casa, sólo corrimos la pared de la barra y modificamos alguna abertura”, explica Macarena, y reconoce que “fue un desafío, por la época, por la situación del país, por el contexto económico, pero sinceramente estamos súper felices, no nos esperábamos la repercusión que tuvo. De hecho, estamos engrosando el equipo, con personal gastronómico profesional”.

La elección del lugar también incluía una dosis de incertidumbre. “Fue una jugada arriesgada, pero yo estaba segura de que nos iba a ir bien, a mí siempre me cerró por todos lados. Hoy viene gente de otros barrios, de Palermo, de Recoleta, y se quedan encantados. Toda esa gente no sabe que en esta parte de Liniers hay un barrio pintoresco y alucinante”, dice orgullosa, e incluso va más allá “podríamos decir que la nuestra es una propuesta palermitana, pero en el corazón de Liniers”.

En Terraza Mediterránea la gastronomía y el arte se fusionan permanentemente. Allí la gente puede tomar clases semanales de cerámica, pintura o arte para niños, pero también puede participar de workshops y seminarios, con otras disciplinas como bordado, tejido, velas o kokedamas. En todos los casos se conjuga la actividad artística con lo gastronómico, y allí la propuesta incluye “desayuno y bordados” o “merienda y velas”. Además, en el interior del salón funciona el showroom con la venta de productos de terraza y decoración. Pero según Macarena, el centro neurálgico de lo cultural confluye en el patio interno, donde funciona una biblioteca y se dictan talleres de lectura y de escritura. “Ahí también celebramos cumpleaños, en esa dinámica de merienda con cerámica, que te comentaba. Ah, y arriba está el taller de las alumnas de cerámica”.

Para la llegada de la primavera aguardan contar con la habilitación para poner mesitas en el patio delantero y en la vereda.

Por de pronto, en Terraza Mediterránea es raro ver gente abstraída en la pantalla del celular. Tal vez porque allí el arte, la decoración y el estilo sean más importantes que cualquier embate digital. O simplemente porque el aire de mar y la magia de los pasajes son una combinación perfecta.