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En la calesita de Don Luis, la magia continúa

A diez años de la partida del inolvidable calesitero, su carrusel sigue girando a pura nostalgia en el patio de Ramón Falcón y Miralla.

Cualquiera que de pequeño haya vivido en el barrio de Liniers, seguramente haya disfrutado de la histórica calesita en Ramón Falcón y Miralla, la única en el mundo ubicada en el patio de una casa. Pero no de cualquier casa, sino de la casa del entrañable Don Luis, el ángel de la sortija que supo convertirse en abuelo de varias generaciones de vecinos.

El 27 de junio pasado se cumplieron diez años de la partida de Don Luis Rodríguez. Sin embargo, su emblemática calesita sigue girando en el patio de la casa y son varios los vecinos que día tras día mantienen vivo su recuerdo. Uno de ellos es Juan Carlos Montero, creador y administrador de la página de Facebook “Yo fui a la calesita de Don Luis”, donde día a día unos dos mil vecinos intercambian fotos, anécdotas y recuerdos en torno a la figura del mítico calesitero. Otro es José Luis, el ahijado de Don Luis, que hoy se encarga de hacer girar el carrusel para que el fantasma del calesitero siga atravesando a las nuevas generaciones. Ambos dialogaron con Cosas de Barrio y ahondaron en la historia de este personaje que ya es parte del patrimonio cultural linierense.

“Don Luis estuvo sumergido en el ambiente de la calesita desde muy chico gracias a su padre, que era el antiguo dueño. Cuando este falleció, su hijo se mudó y trasladó la calesita al patio de la nueva casa. Entendió que esa era la mejor forma de poder trabajar y cuidar a su madre enferma”, cuenta Juan Carlos, y José Luis agrega “desde entonces la calesita sigue ahí, ya sin el inigualable Don Luis, pero sigue funcionando en el mismo lugar, como él quería”.

Desde que Don Luis partió a la eternidad, su ahijado José Luis se encarga de mantener la calesita y hacerla girar para que nuevas generaciones sigan disfrutando de su magia. La abre de martes a domingos entre las 16 y las 19, y en invierno un rato antes, a las dos o tres de la tarde. “Los domingos es el día que más gente viene, pero no tanto como cuando estaba Don Luis -reconoce-. Y en primavera son varias las familias que se acercan con los chicos, cuando el clima es más agradable”.

Eso sí, la calesita -la misma que don Luis pergeñó y moldeó con sus propias manos- permanece como entonces. José Luis sólo se encargan de darle alguna mano de pintura y cuidar cada detalle de funcionamiento para que conserve su fisonomía original. “Lo más difícil de afrontar hoy son los gastos de la luz”, dice Juan Carlos, y define a la calesita de Don Luis como “un lugar de pertenencia, de infancia y de amigos, que está lleno de recuerdos y de nostalgia”. Para José Luis, la calesita “es un símbolo del barrio, son muchos años, cuatro generaciones de chicos pasaron por acá, es una institución”.

Tanto él como Juan Carlos tuvieron la suerte de disfrutar parte de su infancia en esos mismos avioncitos y caballos de madera, que hoy tratan de mantener tan vivos como entonces. Con esa intención, y ya lejos de los pantalones cortos, cada uno asumió su rol. De hecho, José Luis jamás había pensado ser calesitero. “Esto lo agarré sin querer hace nueve años -recuerda- poco después del fallecimiento de Don Luis. Me hice cargo porque su sueño era que la calesita continuara funcionando y acá, pero después me fui dando cuenta de que este trabajo me llena de felicidad”. Dice que ver las caritas de felicidad de los chicos “no tiene precio”.

Juan Carlos lo escucha con una sonrisa y asevera con la cabeza. “Una vez José Luis me dejó manejar la sortija y fue una emoción increíble”, asegura, y mientras su mirada se pierde en la imagen de Anteojito que ilustra uno de los paneles de la calesita, agrega “jamás me voy a olvidar de las charlas con Don Luis… Te puedo asegurar que cada vez que vengo acá siento algo indescriptible en el corazón…”.

Y esa extraña sensación que percibe Juan Carlos sea tal vez el imán que, en tiempos de Play, redes sociales y juegos en red, sigue atrayendo a las nuevas generaciones a la mítica calesita de Don Luis. Porque a pesar de que él ya no esté, la magia continúa, se transmite y crece.

Sofía Amén