Es primavera, ¿seguiremos diciendo que el quiera estar armado que ande armado?
Preguntas para poner en remojo: ¿Es sano, es justo que el que quiera estar armado ande armado? ¿Es cierto que después de la pandemia saldríamos mejores? ¿Significa un mejoramiento de la condición humana que alcemos como consignas el ¡viva el cáncer! o el persistente ¡viva la muerte!?
Por Rodolfo Braceli
Asoma la primavera del año 2022 después de Cristo; increíblemente aun quedan seres, humanos y humanas, que apuestan al sol del día de mañana. Como decía algún poeta traspapelado: Imposible resistirse: ¡No hay caso con la primavera! A todo esto, la bala no salió, la vida continúa. Hace apenas unos días por poco se consumó el asesinato de una ex presidenta y actualmente vicepresidenta de la república argentina que nos parió. El episodio nos puso en evidencia, nos espejó. A saber: hubo muchos y muchas que se alarmaron y se preocuparon y se estremecieron. Hubo otros y otras –demasiados– que, pensando al compás del hediondo “rédito político”, eligieron el negacionismo, es decir, optaron por cancelar el casi magnicidio: dijeron al instante que se trataba de un autoatentado, de un falso relato, de una careteada. Los unos y los otros constituyen el flujo de nuestra crispada sociedad. Una vez más estamos olvidando que nuestra sociedad, para bien o para mal, somos nosotros. ¿Quiénes somos nosotros? Adentro de ese “nosotros” claramente hay quienes celebran la muerte, afirman que la bala fue una estafa, una simulación distractiva. A los que así piensan, priorizando el rédito político, desde esta columna decimos: si todo fuese una farsa, esa farsa sería en si misma un balazo en la cabeza de la democracia. Pero dejemos de lado por un momento las hipótesis conspirativas o autoconspirativas. El caso es que nosotros seguimos cantando un bello himno que pregona y promete, bajo juramento, “con gloria morir”. Es decir, caramba, ahí tenemos el coraje encarnado en la glorificación de la muerte…
Ante esto empiezan a salirnos al paso interrogantes ineludibles: ¿Podríamos tener a bien considerar el ejercicio de un coraje diferente?: En lugar del estruendoso “con gloria morir” ¿podríamos reemplazarlo por el discreto “con dignidad vivir”?
Ni más ni menos: esta es nuestra cuestión, una cuestión de Vida o de Muerte: urgente, tenemos, debemos, elegir entre el sonoro coraje del fanfarrón “con gloria morir” y el coraje más modesto, de bajo perfil, menos épico, del “con dignidad vivir”. Pregunta: nosotros, habitantes ciudadanos ¿preferimos la gloria o la dignidad?
Estamos en tiempos elegir. ¿De elegir qué? De elegir nuestro modo de vida o nuestro modo de muerte. Elijamos esto o aquello, nada es inocente. Se trata de elegir entre lavarse las manos practicando la cruel indiferencia activa o de superar la instancia de la forzosa tolerancia que evoluciona hacia el respeto por el otro. He ahí otro interrogante incómodo, pero necesario: ¿podríamos tener a bien subir un escaloncito más? ¿podríamos aprender a respetar a los diferentes? Justamente, en la médula de la tolerancia que consigue transformarse en respeto anida el gran desafío de estos tiempos. Cuando la tolerancia muta en odio, estamos ante el huevo de la serpiente. Esto suena a obviedad, pero la obviedad tiene paciencia, desgraciadamente.
Los vientos se han vuelto arduos, inclementes: las derechas, las ultraderechas, las recontraderechas arrecian. Arrecian enmascaradas con la careta prolija del (neo)liberalismo. Sin ir más lejos, observemos estos recientes años cómo vino la mano en países como el Brasil de Bolsonaro, o la Norteamérica de Trump. Si lo anterior no nos basta fijémonos en el desaforado crecimiento del (neo)fascismo o del desaforado del neonaZismo en Italia, en Francia, en España, en Suecia. A las derechas supuestamente moderadas, las están empujando a ponerse bajo el ala de la extrema derecha. ¿Y por casa cómo andamos?
Por casa hemos llegado al colmo de que varios candidatos que aspiran a la próxima presidencia de la Nación compiten, sin disimulo y sin asco, no sólo por ser sino por parecer, por mostrarse más agudamente de derecha. La promesa de mano dura, la xenofobia, el racismo galopante, la intolerancia cotizan, garpan a la hora cuantitativa de las urnas. Estamos rebalsados de ejemplos que espeluznan. Ahí tenemos al histérico Milei sobre un escenario, ante varios centenares de simpatizantes. Alguien de entre su público intenta acercarse al orador. Al instante, por detrás del furioso orador aparece un custodio de civil dispuesto a “poner orden”: enarbola una pistola. Y eso sucede en el clima unánime de un acto partidario. Madremía.
Un ejemplo más: ahí tenemos a la altiva señora Bullrich saliendo de un restaurante y perpetrando, lo más campante, una frase que cada día resuena más irresponsable y peligrosa para la tan mentada paz social: “El que quiera andar armado, que ande armado.” En eso consiste su propuesta de libertad. De nuevo: madremía. Madretuya. Masdrenuestra.
¿Cómo traducir en palabras la dimensión de estos alardes? Lo menos que podemos decir es que se trata de detonaciones de los colmos de los colmos. Más todavía: se trata de la desnucación de la condición humana. Quienes enarbolan esas violencias que rompen bolsa da la casualidad que son personajes que, durante las dictaduras, la pasaron bomba, estuvieron de acuerdo con las torturas, con las muertes, con los cuerpos vivos arrojados al río; enteramente de acuerdo con las desapariciones, con los muertos sin sepultura, con las criaturas afanadas desde la placenta.
Así es: nuestros libertarios, no hace mucho corajudos quemadores de barbijos, difamadores de las vacunas, la pasaron de maravillas en los años de las dictaduras y también la pasan macanudo desde el advenimiento de la sagrada democracia. Cuando las urnas le son favorables, las aceptan. Cuando las urnas les resultan adversas, directamente patean el tablero. No conocen el pudor, no tienen vergüenza.
El atentado para liquidar a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner es una ocasión para medir nuestra capacidad de compromiso y de conciencia de la democracia. O nos despabilamos o las derechas disfrazadas de (neo)liberalismo nos comen por las patas. A todo esto: ¿Y los indiferentes qué pito tocan? Los indiferentes en realidad son practicante nefastos de la indiferencia activa. Realmente hacen política, enarbolan el cuento de que no se casan con nadie. Con el cuento de que están desencantados de los políticos quieren acabar con la política. Y si se acaba con la política los dueños de nuestros sueños y de nuestras vidas son ellos, estos jóvenes que simulan vender copos de azúcar.
Trasladémonos un momento al episodio de la toma del Capitolio, en los Estados Unidos. Un puñado de disfrazados enfurecidos por un buen rato tomaron nada menos que el Capitolio. Fue como si un puñado de católicos tomasen por asalto el Vaticano. El Capitolio es más gravitante que el Pentágono. Los enloquecidos rompieron objetos, mearon donde fuera, destrozaron atriles; en suma, el Capitolio quedó de patas para arriba, la banda de invasores consumaron un despelote sin precedentes, aquello fue un aquelarre. En un rinconcito, a un costado de la batahola, había una cunita; inerme, desguarnecida, pálida, allí estaba la siempre sagrada democracia.
Pregunta: ¿Hemos tomado conciencia de lo cerquita del abismo que estuvimos aquel día cuando fue tomado el Capitolio? Y más: ¿Hemos tomado conciencia de lo que aquí, en nuestra patria idolatrada, hubiera pasado si la bala de esa pistola malparida hubiera salido?
Otra vez: el que quiera andar armado que ande armado. La argentina es un país libre, dice, desafiante, la candidata, y muchos con ella. Hablando de “muchos”: hierven, en el caldo de la antipolítica, los cínicos. Y se permiten jugar a los conwoy. Y a la democracia la usan como condón. Y pregonan relamiéndose: “Debemos admitirlo: la democracia ha fracasado”. Para estas damas y caballeros va la siguiente pregunta: ¿El fracaso es de la democracia o el fracaso es de la condición humana?
Por favor, tengamos a bien afrontar este interrogante. Es nuestra responsabilidad asumirlo y no cargárselo a la jodida mochila de nuestros hijos y de nuestros nietos. Ellos sobrado trabajo tendrán con salvar de la suicidación ambiental al planeta entero. Ellos, ya, merecen una reforma de la Constitución que incluya la reforma del final de nuestro himno. Donde dice “juremos con gloria morir” pronto, urgente, debe decir: “juremos con dignidad vivir”.
* zbraceli@gmail.com === www.rodolfobraceli.com.ar
(Este artículo es una versión algo ampliada de una columna recientemente publicada en el diario JORNADA, de Mendoza)
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