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El niño que buscaba naranjas

A veces la vida parece depender de una fruta, de la sabrosa redondez de una fruta que invita a ser devorada. Y como en la simpleza narrativa de un cuento mágico de Charles Perrault, el árbol que ofrece sus frutos a quien ose arrancarlos de sus ramas, termina por deglutirse al invasor para hacerlo desaparecer súbitamente de la faz de la tierra. O eso, al menos, nos quieren hacer creer.

Las crónicas que una y otra vez recorren desde las pantallas de los canales de noticias el itinerario que realizó el pequeño Loan desde la casa de su abuela hasta el inhóspito naranjal del monte correntino, no hacen más que evidenciar dos opciones: la trama secreta de una red de trata –que abarca a lo más rancio del poder político, policial y judicial de la provincia- o el encanto literario de los cuentos infantiles con un naranjo sórdido y siniestro como principal responsable.

Y mientras los días pasan y Loan sigue sin volver a estrecharse en un abrazo con su madre, un cúmulo de hipótesis, pistas y sospechas dilatan la investigación judicial, pero –por impericia, negligencia o encubrimiento- no logran esclarecer un caso que desde el 13 de junio mantiene en vilo a un país entero. Un caso que no deja de aparecer durante día y noche en los medios y que tal vez por eso incomoda tanto a quienes deberían ocuparse de que estos aberrantes hechos no ocurran.

El impacto del caso logró, incluso, quitarle pantalla al ajuste y a la sofocante recesión que desde hace meses agobia a los argentinos, pero así y todo no parece haber hecho mella en quienes tienen la potestad de esclarecerlo y de evitar nuevos hechos en los que un niño inocente sea el blanco perfecto. Por el contrario, aunque a la fecha el presidente evitó expresarse públicamente sobre el caso Loan –y hasta se negó a recibir a su padre- sí se refirió al proyecto de bajar a 13 años la edad de imputabilidad de los menores (“con la doctora Bullrich creemos que hay que llevarla a 12, incluso”, manifestó recientemente).

Pero la realidad resulta insoslayable e irrumpe sin pedir permiso. Entonces otro hecho tan crudo y doloroso vuelve a sacudir a la opinión pública: en medio de un tiroteo entre motochorros y un policía al que pretendían asaltar, Bastian, de 10 años, murió de dos balazos en los brazos de su madre cuando volvía de jugar al fútbol…

Una vez más un niño se hace carne en el dolor de un pueblo, como si el único destino posible para quienes tienen toda una vida por delante sea el secuestro o la muerte. Y mientras tanto, un sector importante de la clase política opta por endilgar culpas a sus oponentes y se enfoca puntualmente en que esos niños puedan ir presos a los 13 años, e incluso que a esa edad puedan votar (o mejor aún, votarlos) pero no en que puedan comer, en que no sean víctimas de abuso ni maltrato, en que estén sanos y en que estudien. De hecho, la educación “útil y moderna” que plantea en uno de sus puntos el mentado “Pacto de Mayo”, no refiere en absoluto a las palabras “universalidad” ni “gratuidad”. Y menos aún menciona los derechos del niño.

Las últimas elecciones reflejaron que la sociedad optó por un cambio. Un cambio que apuntaba a terminar con las viejas prácticas de la política, que privilegian el yo y el nosotros pero que desconocen el ellos y el ustedes. Sin embargo, hoy parece que se cambió para que nada cambie. Hoy, un expanelista de Polémica en el Bar gobierna para unos pocos –tan pocos como poderosos- pero se desentiende de todos los demás.

Y a lo lejos, en medio de un mar de interrogantes, un naranjo soberbio, vigoroso e impertérrito se presenta como el único culpable en el escarpado monte correntino. Tal vez sea hora de recuperar las historias de aquellos viejos cuentos infantiles. Tal vez sea hora de que Loan vuelva a leer un cuento.

Lic. Ricardo Daniel Nicolini

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