Rincón de letras
Una vez más le damos lugar a esta sección, dedicada a dar rienda suelta a la creatividad literaria de nuestros lectores. En esta oportunidad publicamos un relato incluido en el libro “Mi ídolo fortinero”, que recientemente lanzara en formato digital el Departamento de Cultura del Club Atlético Vélez Sarsfield. Elaborado por Nicolás Clementoni, “La de Pelusa” recrea con calidez y ductilidad narrativa la infancia del protagonista y la relación con sus padres, a la par de su admiración por los referentes que por entonces se calzaban la V azulada y se ganaban el cariño del público.
De esta forma, aquellos lectores que deseen remitir sus escritos literarios a esta redacción –en formato de cuento, relato o poesía- para ser publicados en este espacio, podrán hacerlo vía mail a cdebarrio@hotmail.com o de manera postal a Rivadavia 10718 7º Piso Dpto. 34 (1408) Ciudad de Bs. As. El único requisito es que la historia transcurra en algún punto de nuestra entrañable geografía barrial.
La de Pelusa
“Cuando tenga veinte años no va a dormir con nosotros, va a dormir con una mina”. La frase la sentenció mi viejo. Se la dijo a mi mamá, pero yo la escuché sin que ellos lo advirtieran. Ella era quien más se enojaba cuando yo me quería ir a dormir con ellos. Durante varios años, calculo que hasta los 5, tuve miedo a dormir solo en mi pieza. Sufría. Eso, el sufrimiento, me llevaba a tomar fuerzas. Entonces, después de pensarlo varias veces y de medir las consecuencias, me paraba cerca de la puerta del dormitorio de papá y mamá. Me quedaba allí, en silencio, paradito, a oscuras, hasta que uno de los dos presentía mi presencia, encendía el velador y preguntaba: “¡¿Qué pasa?!”. Y yo, que desde mi habitación ya había analizado la peligrosidad de todas las sombras del living y las luces que ingresaban desde la calle, con un índice semi extendido señalaba el interior de la pieza y preguntaba con notorio temor: “¿Puedo?”. Entonces recibía el visto bueno de alguno de ellos y me ponían el colchón a un costado de la
cama matrimonial. Ahí ya era feliz. O al menos estaba tranquilo para dormirme sin temores. Distinto era cuando se quedaba algún primo o algún amigo. Acompañado me la bancaba. Es más, lo disfrutaba. Pero solo, era terrible el miedo que sentía.
En enero del ‘81, me habían prometido que los Reyes Magos me traerían la camiseta oficial de arquero de Julio César Falcioni, tal como yo les había pedido a Melchor, Gaspar y Baltasar, a través de una carta depositada en el viejo buzón de la Plaza Vélez Sarsfield. Mi anhelo era la Adidas, con puños, cuellito y ese
uno gigante al dorso. Pero fallé. No aguanté la presión de tener que dormir en mi cama y en mi pieza. Entonces me dejaron dormir en la de ellos, pero me aseguraron que “¡Magoya!” me iba a traer la camiseta de Pelusa. Y yo me sentí muy mal, por lo de la camiseta, pero más por verlos enojados y por mi culpa. Esa camiseta no me la merecía, pero como siempre, fui perdonado.
Hoy miro lo alto del placar y encuentro la caja en la que guardo todas las camisetas de fútbol que tuve de chiquito. Entre las que atesoro están la azul con la V blanca de piqué que confeccionó mi abuela Teté con sus propias manos de modista experimentada. La azul de piqué con el 11 de Carlitos Ischia, la 9 Sportlandia blanca de Carlitos Bianchi, las 10 del uruguayo Jiménez y del Beto Alonso. Las de Argentina ‘78 y ‘86. Mientras las contemplo, se me ocurre cuestionarme eso que siento cada vez que paso por una canchita de fútbol, por la plaza o en la playa misma. Que cómo puede ser que los pibitos y pibitas se vistan acá con las camisetas de Brasil, del Manchester United, de Flamengo, de Francia, de Alemania y hasta de Inglaterra. Una vez le pregunté a un chiquito de unos 7 años: “¿Sos alemán?”. Sólo me miró,
pero yo seguí con la encuesta: “¿Por qué usás esa camiseta de Podolski?”. Nada. “¿De qué cuadro sos?”, consulté. Ahí sí se oyó su vocecita: “De River, señor”. “Muy bien – insistí-. ¿Y tenés la camiseta de Boca?”. Se dio media vuelta y se terminó el inútil cuestionario. Incluso, muchas veces se ven algunas de equipos menores de países europeos. Me cuesta imaginar que en las callecitas de Milán haya gente con los colores de Platense, All Boys o Atlético de Rafaela. En mi club hay varios carteles que dicen “En Vélez, la de Vélez” y aparecen tachadas las casacas de la selección brasileña y de la holandesa. A veces pienso “¿quién habrá elegido la naranja para tacharla?”.
En la caja, en mi caja de los recuerdos, también están -en tamaño “nene”- la Olimpia verde oscura del Pato Fillol y, por supuesto, la Adidas amarilla de Pelusa Falcioni, que es preciosa. Ambas están intactas,
como nuevas. Se ve que son de buena calidad y que a mis reyes les costó un ojo de la cara.
Nicolás Clementoni