Un siglo educando a la familia mataderense
El Instituto San Vicente de Paul celebró su centenario junto a toda la comunidad educativa. En esta nota, su historia, su presente y sus proyectos.
Hasta hace algunos años, el distrito electoral 21°, que aunaba a los barrios de Liniers y Mataderos, se llamó San Vicente de Paul en homenaje a la primera parroquia de la zona. Su historia viaja a la par del barrio que la vio nacer y encierra detalles que vale la pena recordar.
La piedra fundamental se colocó en 1913 en los terrenos pertenecientes a la familia Naón. Al fallecer sus padres, el sacerdote Luis Naón recibió esas tierras como herencia y pensó en destinarlas a la creación de una parroquia y dos escuelas, una de varones y otra de niñas, ya que por entonces no existía la educación mixta. Comenzó por construir la parroquia y el día antes de la inauguración quiso ir a verificar si estaban bien las campanas, pero cuando estaba subiendo al campanario se le enganchó la sotana con una saliente de la escalera caracol y cayó al vacío. Murió en el acto. La parroquia, que finalmente se inauguró el 28 de mayo de 1922 en Manuel Artigas 6150, iba a llamarse “Del divino rostro”, pero como el Padre Naón era de la orden de los vicentinos, en su homenaje se la denominó San Vicente de Paul.
Poco después, el 28 de septiembre de 1913 se colocó la piedra fundamental de la escuela de varones, que comenzaría a funcionar al año siguiente al costado de la iglesia (con acceso por Manuel Artigas 6142) con el párroco Miguel Lloveras como director. Fue la primera escuela parroquial de la zona. Por entonces, Mataderos era todo campo, con unas pocas casas aisladas. Posteriormente, las hermanas de la Divina Pastora le darían forma a la escuela de mujeres, que desde hace décadas funciona a la vuelta.
“La escuela San Vicente de Paul surgió con la intención de ofrecer educación católica a los hijos de los empleados del matadero. En el siglo XVII, San Vicente tenía como misión ayudar a los niños que vivían en la calle y a las madres que no tenían cómo criarlos, a partir de la caridad y la solidaridad. Por eso nosotros tratamos de seguir su legado, brindando una educación católica y de calidad a las familias del barrio”, comienza explicando Raquel Leppa, apoderada legal del Instituto, en diálogo con Cosas de Barrio. Y luego agrega que “en sus comienzos, el colegio funcionaba, en algunos casos, como un internado para albergar a niños carenciados del barrio”.
Raquel lleva 41 años ininterrumpidos trabajando en el colegio. Llegó en 1983, cuando estaba como párroco y representante legal el Padre Domingo Bresci. Comenzó como maestra de primario, en 2006 asumió como vicedirectora, un año más tarde se la designó directora y actualmente es la apoderada legal. “Vivo en Mataderos desde que nací. Mi abuelo era el encargado de la colonia municipal que había donde hoy está el barrio Los Perales. Esta escuela es como mi casa, la amo, es una parte de mí”, dice visiblemente emocionada.
En todos estos años la educación fue evolucionando y las herramientas pedagógicas debieron seguir de cerca esa evolución. “La sociedad cambió un montón -enfatiza la docente- y la escuela se tuvo que adaptar a esos cambios sociales y culturales. Cuando yo ingresé a la docencia había cuestiones de política educativa que favorecían ciertos aprendizajes, pero ahora todo es mucho más flexible. En esa flexibilidad se observan mejoras, pero también hay cuestiones que habría que enmarcar en una normativa para permitir afianzar algunos conceptos básicos que hoy, tal vez, pasan desapercibidos”.
El Instituto San Vicente de Paul también es parte de esa evolución en materia educativa, y muchos de esos avances se observan en los libros de la época, que el personal directivo y docente tomó como material de investigación para bucear en la historia de la escuela. “Tenemos los primeros libros de asistencia del colegio y, partir de ellos, logramos reconstruir el primer uniforme del instituto, que era un guardapolvo blanco, con el cuello, los puños y las tapas de los bolsillos en azul Francia, pantalón gris y zapatos negros”, cuenta Raquel, y agrega que algunos chicos investigaron en esos registros antiguos las profesiones de la época, ya que allí consta en qué se desempeñaban los padres de los alumnos. “Se observan algunos oficios que ya no existen más, como por ejemplo conductor de tranvía, jornalero o capitán de obras sanitarias; y otros que ya están entrando en el olvido, como herrero. Incluso aparecen también las edades de los niños que ingresaron por entonces a primer grado, y se observan muchos de 10 y 11 años que aún no estaban escolarizados”, puntualiza. “Por eso -recalca- nuestra escuela fue desde siempre un espacio de posibilidad que despierta vocaciones, y es lo que queremos que siga siendo”.
San Vicente de Paul ofrece escolaridad inicial y primaria y tiene una matrícula de algo más de 500 alumnos, la mayoría vecinos de Mataderos. Recién en 1989 se hizo mixto al incorporar el ingreso de niñas. Además, desde 2006 anexó talleres integrados en contraturno con el fin de brindar un espacio formativo a los niños cuando sus padres trabajan; y al año siguiente se aprobó la autonomía del Nivel Inicial, incorporándose la nueva Dirección. Actualmente, además, están generando un turno de jornada completa en Primaria. Al no contar con educación secundaria, San Vicente posee convenios con el Plácido Marín y con Nuestra Señora de las Nieves, para que los alumnos puedan continuar el secundario en alguno de esos establecimientos linderos. “La nuestra es una escuela pequeña y de puertas abiertas, tal vez por eso es una gran familia”, explica Raquel, y muchos exalumnos que hoy mandan a sus hijos a allí, lo certifican. Alguna vez pasaron por sus aulas el periodista Nacho Goano y el músico Hernán Aramberri, uno de los bateristas del Indio Solari.
Y como en toda gran familia, el diálogo es un eslabón fundamental. “Hoy la escuela -dice Raquel- es uno de los pocos lugares en los que las familias tienen un lugar para expresar lo que les sucede, donde no los atiende un robot o un contestador automático. Por eso nosotros siempre estamos dispuestos a escucharlos y a acompañarlos”.
Los festejos del centenario del establecimiento tuvieron tres momentos claves. El primero fue la peña familiar -un espacio que se recuperó luego de muchos años- a la que asistió gran parte de la comunidad educativa; luego tuvo lugar un encuentro de exalumnos y exdocentes, que fue un hermoso momento de reencuentro; y finalmente, el 5 de noviembre último se desarrolló el festejo central. “Se cortó Manuel Artigas y lo hicimos en la calle”, explica Raquel, y cuenta que participó la banda de la Policía Federal, abanderados y directivos de varias escuelas de la zona, autoridades del Ministerio de Educación, exdirectores, exalumnos y toda la comunidad educativa. “Entre todos le cantamos el feliz cumpleaños a la escuela con una torta enorme que en el interior tenía alfajores para todos los chicos”, recuerda.
También hubo tiempo para la entrega de plaquetas. Una de ellas estuvo a cargo del Programa Huellas, del Ministerio de Educación porteño, que trabaja con las escuelas centenarias; otra la entregó el personal de la escuela; y la última tuvo un sabor especial. “Fue un homenaje al profesor Luis Espinoza, que falleció muy joven y del que guardamos los mejores recuerdos. Los chicos investigaron sobre su persona y pudieron reconstruir el valioso aporte que realizó en muchos estudiantes que los precedieron. La recibió su hija de mano de los chicos y fue un momento muy emotivo para todos”, relata Raquel y adelanta que próximamente la placa se lucirá en el patio de la escuela.
En la coordinación de las diversas áreas del instituto, Raquel Leppa está acompañada por Mariana Molina y Paola Schaffer, directora y vice, respectivamente, de Nivel Inicial; y Mariano Maccarone y Cristina Parietti, director y vice del Primaria. A ellos se les suma el párroco, Julián Ces, de activa participación con los alumnos.
En 2020, cuando se estaban haciendo algunas reformas en la escuela, los obreros encontraron la piedra fundamental, que hoy se exhibe en el hall de ingreso del instituto, bajo un vidrio iluminado. “Se le ocurrió a Roque, nuestro encargado de maestranza, que además es exalumno de la escuela y tiene mucho sentido de pertenencia”.
Familia. Esa parece ser la clave del éxito del Instituto San Vicente de Paul, que desde hace un siglo viene formando nuevas generaciones de vecinos a puro calor de hogar.
Ricardo Daniel Nicolini