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Con la educación, no

Las prioridades de un gobierno suelen reflejarse en sus previsiones presupuestarias. Y si hacía falta alguna muestra más del permanente desprecio a la educación que demuestra el presidente Javier Milei, basta con observar los detalles de la asignación de partidas previstas para el año próximo. Mientras se le destina un aumento del 28% a las 60 universidades nacionales (casi la mitad de lo solicitado por el Consejo Interuniversitario Nacional para atender los gastos salariales y de funcionamiento) y, en paralelo, se suspende la ley de financiamiento educativo, a la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) se le asigna el doble del presupuesto que el actual.

De esta forma, el Gobierno no sólo pone en jaque el presupuesto de las universidades; en lo que respecta a la educación inicial y media, el proyecto de presupuesto libertario suspende, en nombre de la Ley de Bases, el artículo 9° de la Ley de Financiamiento Educativo que garantizaba el financiamiento del sistema con un porcentaje del 6% del PBI.

Se sabe, la educación pública argentina es uno de los pilares básicos de la nación. Sin embargo, lo que durante más de un siglo viene siendo una orgullosa marca identitaria del ser nacional, hoy parece estar bajo la lupa, al punto de ponerse en discusión su innegable relevancia en el desarrollo del país. Por eso es necesario ahondar al respecto.

La Ley 1420, promulgada en 1884, consagró la instrucción primaria obligatoria, gratuita y gradual. Esa obligatoriedad, por un lado, le exigió -y le exige- al Estado la necesidad de garantizar la existencia de una oferta educativa pública al alcance de todos los niños, que permitiera el acceso a un conjunto mínimo de conocimientos, también estipulados por ley; pero también les exigió a los padres inscribir a sus hijos en las escuelas bajo amenaza de sanción. Además, estableció la educación común para todos los niños y niñas, generando un avance inédito para esa época en cuestiones de igualdad de género, algo que por entonces ni siquiera formaba parte de los debates políticos ni sociales. Hasta su promulgación, sólo accedían al conocimiento los varones de clases acomodadas, a cargo de la Iglesia. Pero con la ley se ampliaron las posibilidades de acceso a la educación, principalmente con la necesidad de formar maestras argentinas, que serían quienes ocupen el nuevo rol social.

Por esos años, la educación pública se convirtió en la herramienta más eficaz para generar el sentimiento de pertenencia que reuniera bajo una misma bandera a italianos, españoles y tantos otros inmigrantes europeos que llegaban de a miles a nuestra patria, pero que aún no la consideraban como tal. Desde las aulas se les enseñaba a los hijos de inmigrantes sobre la historia oficial de los próceres argentinos. Las imágenes del General San Martín cruzando los Andes o las de Manuel Belgrano creando la bandera, se repetían en los manuales escolares primarios y se enseñaban en las lecciones que repetían a diario las maestras.

Aquella emblemática norma se basa en tres pilares esenciales. En primer lugar, la gratuidad de la educación, que permita no dejar fuera del sistema a ningún niño ni niña. La escuela debía estar al alcance de todos, en un contexto donde la tasa de analfabetismo era muy elevada. Era necesario formar un nuevo sujeto político, superada la era del modelo colonial. En segundo lugar, la obligatoriedad implicaba dotar de una base común a todos los sujetos que concurrieran a la escuela. La educación aparecía entonces como un derecho -que les abre las puertas a otros derechos- característica que se mantiene hasta la actualidad, a pesar de la mirada disonante de algún funcionario. El tercer elemento es la laicidad, ya que la enseñanza religiosa debía dictarse fuera del horario de clase y por ministros de culto.

Suele decirse que educar es sembrar futuro, y ese futuro debe ser inclusivo. Porque la educación iguala y abre puertas. Porque una nación con memoria combate la imprudencia de quienes pretenden avasallarla. Para proyectar el país del mañana, la educación es el único punto de partida. Ojalá el sueño de Sarmiento siga latiendo en los corazones de quienes tienen la tarea de gestionar el futuro del país. Ojalá nuestros dirigentes así lo entiendan. Ojalá.

Lic. Ricardo Daniel Nicolini

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