Ciudad de perros
La materia fecal de las mascotas en las veredas. Un problema de educación que parece no tener fin.
Por la Lic. Graciela Godoy de Sadorín (*)
La vida cotidiana de las grandes ciudades como Buenos Aires suele generar inconvenientes, aparentemente triviales, que sin embargo afectan la calidad de vida de sus habitantes. Uno de ellos es el de los excrementos de las mascotas, que en los últimos años han convertido en intransitable las veredas afectando la higiene pública.
Los excrementos de las mascotas pueden ser fuentes de enfermedades que se evitarían fácilmente, si cada vecino asumiera su responsabilidad con respecto a la limpieza de lo que deja su perro.
No se trata sólo de la desagradable sensación que inevitablemente produce el hecho de pisar deposiciones, también está en peligro la salud de los chicos que juegan en los espacios verdes y los areneros de plazas y paseos.
Según estimaciones confiables se acumulan diariamente más de setenta toneladas de materia fecal animal en los espacios públicos de la ciudad, las que, en gran parte, se encuentran infectadas con parásitos transmisibles al hombre. Hay zonas como Barrio Norte, que se han convertido en verdaderas letrinas de perros y gatos. Al respecto, un estudio de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires determinó que el 45% de los areneros alberga huevos de toxocara, uno de los parásitos más comunes que se aloja en el intestino de los animales y que se transmite a los seres humanos cuando éstos toman contacto con la materia fecal.
Al ingresar los huevos al organismo – por ejemplo, cuando los chicos se llevan a la boca las manos sucias de arena – el jugo gástrico los destruye, las larvas se liberan y comienzan a circular por la sangre hasta instalarse en distintos órganos, con lo cual se producen infecciones y, en ocasiones, hasta la pérdida de la visión.
La culpa claro, no la tienen las mascotas, sino quienes las trasladan a los espacios públicos para que satisfagan sus necesidades fisiológicas. Muchos parecen ignorar que existe una ordenanza –la 41.381– que obliga a los dueños y paseadores de perros a recoger los excrementos con una pala y una escobilla; pero al no aplicarse sanciones, la norma se incumple masivamente.
La legislación europea, en cambio, contempla la imposición de severas multas a los infractores y las autoridades comunitarias han implementado mecanismos para facilitar la limpieza. En Londres, por ejemplo, si un perro defeca en la tierra y la persona a cargo no limpia las heces, será duramente sancionada a menos que tenga una excusa razonable.
En Francia, donde existen unos seis millones de mascotas, una gigantesca moto verde, dotada de tubos laterales, recoge los excrementos en los lugares más insólitos.
Hay que aprender de la experiencia internacional, adaptarla a las necesidades propias, y terminar con esa contradicción cuando pulcros y elegantes ciudadanos que fruncen la nariz ante la menor transgresión al “buen gusto”, creen tener derecho a que sus animales ensucien los sitios habilitados para la recreación de la gente.
Que cada cual se haga cargo de sus afectos y entienda que el prójimo no tiene por qué soportar comportamientos antisociales.
(*) La Lic. Godoy de Sadorin es profesional del CONICET, Química (UBA) y Máster Comunicación, Científica, Médica y Ambiental (Univ. UPFARMA Barcelona).