Vivir y disfrutar del encanto de los pasajes
El recuerdo de las Mil Casitas, un símbolo inalterable del barrio de Liniers.
Por Daniel Aresse Tomadoni (*)
Si dudas, Liniers siempre fue un barrio de sólidas casas. En sus inicios, construidas sobre la avenida Rivadavia, para luego extenderse a las primeras cuadras hacia el sur del barrio. El resto, salvo la congregación de las hermanas -que luego le darían forma al santuario de San Cayetano- y los fundacionales talleres ferroviarios, era todo campo y, en ocasiones, con tambos de importancia. Hasta que, en 1920, al igual que la creación del gran mercado y frigorífico, gran parte del barrio con el crecimiento del tendido ferroviario, y para cubrir la necesidad de quienes trabajaban en esas obras, se creó un curioso tipo de construcción de casas de dos plantas de gran calidad, inspirado en un modelo holandés, similar al de algunos dúplex de estos años.
Por entonces, uno de los atractivos del barrio era la pulpería “La Blanqueada”, que se ubicaba en la esquina de José León Suárez y Rivadavia, en campos que eran de la familia Fürts originalmente, y las únicas calles abiertas eran Lisandro de la Torre -entonces Tellier- y José León Suárez, que aún se llamaba Bariloche. Con los años y los vaivenes de nuestra economía, el Barrio Tellier, el de las “casitas baratas”, “las casitas municipales” o el de las “Mil Casitas”, fue creciendo hasta llegar a lo que es hoy: una de las zonas más lindas y elegantes del barrio de Liniers.
Este barrio de futurísticas casas con su diseño modular en terrenos de 8,66 x 8,66 m y sus fachadas originales sencillas y racionales, deslumbraba en el interior de las viviendas por la calidez de sus materiales de primera calidad y la amplitud de sus ambientes. Esta particularidad permite hasta nuestros días poner en marcha la creatividad de maestros mayores de obras, arquitectos e ingenieros, con reformas increíbles, dándole forma -en algunos casos- de verdaderos palacios, y hasta animarse a construir más pisos.
Debo confesar que siempre quise vivir en una de ellas. Recuerdo haber conocido muchas de estas casas, gracias a amigos y compañeros de colegio que vivían en ellas. Aún se mantiene inalterable en mi memoria la fragancia de los pisos de roble de Eslavonia recién encerados y lustrados, la altura de sus techos y los crujientes escalones de la larga escalera de madera que trepaba hasta las habitaciones superiores, con un descanso en la “piecita del medio”, una suerte de tercer dormitorio o cuarto de labores y planchado.
Las últimas contaban ya con terrenos más anchos y patios más cómodos. Cálidas en invierno y frescas en verano, estas casas siguen siendo el alma del barrio a toda hora. En sus arboledas, al caer el sol, cientos de pájaros se disputan un lugar para descansar en las ramas, y por las noches se escucha la melodía del follaje sacudido por el viento. Grandes personalidades y artistas nacieron o vivieron en ellas. Es por todo eso que hoy decidí dedicar mi espacio a uno de los emblemas del barrio, sus casitas.
Hasta la próxima y muchas gracias por permitirme compartir estos recuerdos con ustedes.
(*) Aresse Tomadoni es director general de “Relatos del viajero” y “Épocas del mundo” que se ofrecen a través de Youtube