El misterio de la lechería
Un caso policial que comienzos de los años 60’ sacudió al barrio de Liniers
Por Daniel Aresse Tomadoni (*)
Seguramente, luego de observar el título de esta nota, más de un lector pensará que estoy por escribir una novela de suspenso e intriga, pero les aseguro que los hechos reales que voy a narrarles a continuación fueron lo más cercano a ese tipo de texto literario.
Corría el año 1961 y curiosamente en dos cuadras a la redonda, entre Boquerón, José León Suárez, el pasaje Luchter Norte y Humaitá, convivían dos almacenes y dos lecherías de las cuales ya les he comentado en otra entrega. Precisamente, la última en inaugurarse fue una lechería y almacén que se diferenciaba del resto por sus modernas instalaciones. Era atendida por un matrimonio y sus cuñados. Si bien el negocio vecino vendía leche y derivados, la gran oportunidad de crecer se la brindó la desaparición del lechero, que día a día recorría todo el barrio con su carro.
Estos dos matrimonios eran sumamente cordiales con su nueva clientela, tenían buen surtido de mercadería y los lácteos eran de una reconocidísima marca de la localidad de Cañuelas, en épocas en que la leche se vendía en botellas de vidrio y tapa de aluminio, y los yogures en envases enormes. El negocio crecía día a día y la clientela también, hasta que un día ocurrió un hecho que cambiaría para siempre sus vidas y la calma del barrio.
Recuerdo que, con mis cuatro años, una noche regresaba de la casa de una tía y quedé impactado al ver las autobombas de la Comisaría 44ª frente a la lechería totalmente destruida por el fuego. Si bien en un principio todos atribuyeron el siniestro a un cortocircuito, la verdad fue insólitamente otra…
Esa tarde noche, cuando los dos matrimonios estaban atendiendo el local, en un momento dado en que no había clientes, vieron a un sujeto que de prisa arrojó una bomba molotov que impactó de lleno contra la heladera mostrador, para luego iniciar un pavoroso incendio que en pocos minutos destruyó el local. Los comerciantes, rápidos de reflejos, al no poder salir por el frente del local, escaparon por una pequeña puerta lateral lindante al pasillo que comunicaba a su departamento en el primer piso y a la puerta de la calle, en medio del terror del momento. Sin embargo, las dos mujeres sufrieron quemaduras leves en los miembros superiores e inferiores.
Y aquí comienza el misterio de la lechería que le da título a este artículo. El vecindario, más allá del estupor provocado por el incendio y por el estado de las víctimas, comenzó a mirar con cierta desconfianza al resto de los locales linderos. Los vecinos sabían que se trataba de comerciantes muy honestos, pero en ese momento todos eran sospechosos de haber atentado contra el local y sus propietarios. Al cabo de unos días, el local volvió a funcionar normalmente y mucho más lindo aún, pero la duda quedaba flotando en el aire ¿Quién había tirado la molotov y por qué?
Pasó el tiempo y con los años se supo -extraoficialmente- que uno de los propietarios, que en sus ratos libres realizaba tareas de albañilería en las casas del barrio, pertenecía a uno de los sindicatos de la construcción y, verdad o no, alguien del gremio pensó que se había quedado con algún vuelto y lo había invertido en su nuevo emprendimiento. Así se cerró este misterio de la lechería y mi columna de este mes.
Hasta la próxima y muchas gracias por permitirme compartir estos recuerdos con ustedes.
(*) Aresse Tomadoni es director general de “Relatos del viajero” y “Épocas del mundo” que se ofrecen a través de Youtube