Sueño de una noche de verano
El recuerdo de los primeros meses del año cuando caía la tarde en el Liniers de antaño
Por Daniel Aresse Tomadoni (*)
Sin dudas mi querido barrio de Liniers es una verdadera usina de recuerdos, en especial aquellos que me marcaron en mi hermosa infancia.
Hoy se proyectan en mi memoria aquello días de verano que se iniciaban con las vacaciones del colegio y permitían diversificar y multiplicar las actividades del día. Salvo en los dos años en los que concurrí a una colonia de vacaciones que me ocupaba gran parte del día, las opciones fueron muchas y variadas. Pero sin dudas la magia de esos tórridos días ocurría en las noches de verano en mi calle, Boquerón, a pocos metros de la General Paz, que era algo así como el segundo patio de nuestras casas. Aún de tierra, cada tanto algún vecino generoso arrojaba escombros para consolidar la calzada, ya que en ella descansaban dos camiones, una pick up, un taxi y hasta un ómnibus que estaba al servicio de una empresa que llevaba pasajeros al Aeropuerto de Ezeiza, todas herramientas de trabajo.
Pero ese “patio” estaba bien vigilado todas las noches por algún vecino que se sentaba plácidamente en la puerta de su casa con un banquito, su espiral para los mosquitos y la infaltable radio portátil, al tiempo que nos custodiaba disimuladamente. Con tantos vehículos en la cuadra, las escondidas era el juego más habitual entre nosotros. Y así transcurrían las horas, antes de la cena y hasta incluso después de cenar, que se estiraban hasta unos minutos antes de la medianoche.
El calor reinante en las casas, por más ventilador que tuvieran, era motivo para que los vecinos permanecieran más tiempo en la vereda, conversando entre ellos en la calle, debajo del único farol que con su poderosa lámpara se las ingeniaba para iluminar toda la cuadra.
Hubo un tiempo en que, en esas noches de verano, se veía una estrella azul titilando: era el vendedor de los helados Bonafide, que con su conservadora al frente precedida por una estrellita que prendía y apagaba llamando la atención, transitaba en búsqueda de ocasionales clientes. A veces se cruzaba con el diarero, que también en bicicleta promocionaba la sexta al grito de “¡Diareeeeeeee!”.
Recuerdo las zanjas, el sonido de los grillos y las langostas, y hasta el encanto inigualable de los bichitos de luz. Hasta el cuidado permanente de no caer al pasto porque los bichitos colorados nos dejaban terribles ronchas. Claro que por entonces todo era felicidad en nuestra infancia: vida y naturaleza en estado puro, debajo de un enorme cielo estrellado.
Cuando ya nos retirábamos a nuestras casas, el vecino de guardia hacía lo mismo hasta la noche siguiente. Entonces nos esperaba un buen baño y a dormir hasta un nuevo y hermoso día de vacaciones en nuestro querido Liniers.
Hasta la próxima y muchas gracias por permitirme compartir estos recuerdos con ustedes.
(*) Aresse Tomadoni es director general de “Relatos del viajero” y “Épocas del mundo” que se ofrecen a través de Youtube