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El duro y malsano orgullo de ser de la V azulada

Me considero un “linierense practicante”. Soy devoto de San Cayetano (o Sanca, como lo llamamos los íntimos) que está en todas partes, pero atiende en el barrio; recuerdo a la perfección las fechas de sus hitos fundacionales y hasta me atrevo a asegurar que la zona de Las Mil Casitas es el único oasis porteño capaz de disimular los alcances impiadosos de la jungla de cemento.

Pero hay algo que sobresale como elemento distintivo en ese ADN linierense: mi pasión indisimulable por Vélez Sarsfield que -con orgullo- heredé de mi Viejo y traspasé a mis hijos. Una pasión que, como tal, desconoce cualquiera parámetro rayano a la razón y que genera en quien la porta efectos adversos -y hasta en ocasiones, nocivos- en función de un mero resultado futbolero. Debo aclarar en este punto que el hecho no se replica con los partidos de la selección argentina, a los que observo distendido, con una pasividad borgeana.

Sin embargo, una victoria fortinera implica una jornada feliz, para el disfrute -incluso cuando el contexto familiar o social no la ameriten- y una derrota provoca consecuencias nefastas, que van desde el malhumor generalizado hasta un profundo y persistente dolor de cabeza. Cae de maduro que en estos últimos tiempos debí recurrir a una cantidad insospechada de analgésicos y hasta a diversas terapias alternativas, que apenas aminoran los efectos de una digestión lenta y dolorosa de la derrota.

Y aquí es cuando trato de apelar a mi formación periodística para intentar develar las causas de este triste y lamentable presente fortinero, que además vislumbra un horizonte aciago para lo que resta de la temporada. En ese conglomerado de errores, anomalías, desaciertos, avivadas y desmanejos, son varios los flancos que se abren. Y allí no escapan las distintas gestiones dirigenciales, los directores deportivos, los cuerpos técnicos, los integrantes del plantel profesional y hasta el accionar de la barra, con sus aprietes y connivencia con las gestiones de turno. El el medio, claro, siempre queda el sufrido hincha genuino.

Pero vayamos por partes. Desde hace años Vélez se enorgullece de la calidad y el prestigio de los jugadores surgidos de sus divisiones inferiores, y gracias a la labor que viene desarrollando el equipo técnico de infantiles y juveniles, muchos coincidieron en bautizar “la fábrica” a la exitosa cantera fortinera. De hecho, varios de esos chicos no tardan en debutar en Primera, y menos aún en ganarse la titularidad en un equipo mediocre, que en los últimos años deambula, con suerte, por mitad de tabla.

Ahora bien, la realidad marca que todos esos chicos, lejos de asentarse en la Primera del club que los formó y los vio nacer como futbolistas, emigran al poco tiempo al extranjero -Europa o los Estadios Unidos, en su mayoría- sin que el hincha alcance a disfrutarlos en su esplendor. “Son las reglas del mercado”, dirá alguien y no le faltará razón. Pero el problema es que las millonarias sumas de dinero que ingresan al club por esas ventas no se replican en potenciar el plantel, sino todo lo contrario. Veamos.

Sólo en los últimos cinco años -casi los mismos en los que viene penando con el promedio del descenso- Vélez vendió juveniles por 110 millones de dólares -sí, 110 palos verdes-. La lista la componen, entre otros: Nicolás Domínguez, Lucas Robertone, Brian Cufré, Álvaro Barreal, Máximo Perrone, Matías Vargas, Thiago Almada, Julián Fernández, Francisco Ortega, Luca Orellano y, recientemente, la última joya de la abuela, el goleador Santiago Castro, del que increíblemente el actual mandamás fortinero, Fabián Berlanga, declaró “me obligaron a venderlo” ¿?

Sin embargo, el actual plantel de Vélez, lejos de potenciarse con jugadores de relieve, agrupa nombres mediocres que se esfuerzan por sacar las papas del fuego, con las limitaciones del caso ¿Cuál sería la razón por la que un jugador de renombre que hoy milita en el extranjero querría venir a un Vélez acosado por los promedios, en un país con serios problemas económicos, para cobrar en pesos?

Intentaré dejar de abusar de los analgésicos. Ojalá estas líneas me sirvan como catarsis.

Lic. Ricardo Daniel Nicolini

cosasdebarrio@hotmail.com

cosas de barrio – Editorial