“Una forma de concientizar sobre la identidad de los barrios”
El Abasto, el Edificio del Molino, Confitería Las Violetas y tantas postales icónicas de zona laten con el pulso de unos trazos frenéticos, una sensación de movimiento que transmite el vigor mismo de transitar por Buenos Aires. Mariano Couso es artista visual y expone y vende sus creaciones los fines de semana en el paseo de los artistas de Recoleta. Al cierre de esta edición también exhibía en el flamante espacio Cultura Viva de Anchorena y Zelaya.
“Nunca paré de dibujar”, cuenta el artista a este medio. Repasa que estudió diseño gráfico y trabajó para diversas empresas locales e internacionales, que es aficionado a la arquitectura –de hecho, construyó su propio hogar en zona oeste- y que participó en incontables exposiciones.
“Desde temprano supe que este era mi camino”, evoca el autor, criado en Villa Sarmiento, Haedo. “Era un barrio de mucho potrero, yo era malo para la pelota, por eso no me pasaban a buscar. Por eso, el arte para mí fue un refugio. Tenía facilidad y desde ese lado me respetaban”, evoca.
De adolescente siguió vinculado al arte y al terminar la secundaria pensó estudiar diseño gráfico. “Me voy a cagar de hambre como pintor”, pensaba en esa época.
Al tiempo, empezó a trabajar dibujando figurines en una marca de alta costura de Recoleta. El dueño era un coleccionista de arte, vio algunos trabajos suyos y se los compró. “Tenía 19 años, con eso me compré mi primer auto, un Fiat 600. Fue una luz, pude bancarme los estudios con la venta de cuadros”.
Tiempo después, ya casado, siguió trabajando en el área de diseño gráfico para diversas empresas. “Me fue bien, fui director de arte en el Multimedios América, entre otros. No me puedo quejar, viví tranquilo”.
A los 36 años tuvo un momento de transición. “Sentía que no era lo mío”. Hizo un taller con Héctor Destefanis en el Museo Sívori. También cursó con Nicolás Menza. “De ahí cambié mi vida, empecé a pintar periódicamente, algo que había abandonado”, evoca.
Con una nueva familia, siguió trabajando el diseño gráfico, pero empezó a presentarse en concursos y muestras. La primera fue en el Salón de los Pasos Perdidos de la Faculta de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Luego le sucedieron otras tantas en espacios culturales, galerías y salas de la Ciudad de Buenos Aires y también del interior. Así, ganó diversos premios a lo largo de los años.
“Siempre me identifiqué con el realismo, en una época hice realismo mágico. También pasé por el hiperrealismo. Me identifico con lo que hago, tiene que ver con un impresionismo. Por ahí algo de Art Brut por la desfachatez de las pinceladas y la carga de materia”, indica sobre su propia obra.
“Me identifico con el pintor argentino vivo Carlos Alonso, con su figura humana. Pasé por esa etapa de arte social con mensajes políticos, no llegando a ser una pancarta”, agrega.
Otro momento clave en su vida ocurrió poco antes de la pandemia. La empresa en la que trabajaba cerró de forma imprevista. Mucha gente quedó en la calle y él buscó la forma de reinventarse.
“Yo, ya casi con 50 años en ese momento, trabajaba como director creativo, armaba equipos de arte gráfico. Iba y volvía de Palermo a mi casa en zona oeste. Con el susto que significa perder el trabajo y con una familia, aposté mi carta a la pintura”.
A diferencia de lo que pensaba en sus años de juventud sobre pasarla mal con el oficio de artista, la realidad le deparaba una sorpresa.
Cuenta que un día, al salir de una exposición suya en el Museo Benito Quinquela Martín de La Boca, fue a pasear por Caminito. Allí habló con los artistas que exponían sus cuadros, quienes lo invitaron a sumarse. “Estuve un finde solo, no vendí nada, pero me recomendaron ir a Recoleta, decían que ahí sí me iba a ir bien”.
Y así fue que llegó al paseo en la llamada Plaza Francia (Intendente Alvear) en torno al Cementerio y el CC Recoleta: “Empecé a vender como invitado hasta que me tomaron una prueba y quedé con un puesto fijo. Vendo mi obra ahí ahora”.
“Es una puerta a otros sectores ya que pasan muchos extranjeros y llevan la obra al exterior, hay contactos que se generan de afuera y te encargan. Es una satisfacción saber que tus obras están en todo el mundo”, resalta.
De modo similar, tiempo atrás se contactó con los responsables del flamante espacio de arte del Abasto y logró así exponer varios de sus cuadros en la sala de café de Cultura Viva. Allí hay una obra que recrea parte del Abasto.
Sobre este aspecto, cuenta que, además del diseño gráfico, le apasiona la arquitectura, disciplina que no estudió solo por no verse hábil en las matemáticas.
Así que volcó en el arte esa pasión por las construcciones emblemáticas: “Empecé haciendo bares, siempre me apasionaron los bares clásicos, con antigüedad, por una cuestión de preservación. Lo que hago generalmente son edificios antiguos. Es una forma de preservar el patrimonio cultural de Buenos Aires, es una critica a negocios inmobiliarios que vemos que demuelen y no preservan las construcciones únicas, que no se van a hacer nunca más”.
“Respeto la identidad del lugar, quiero que el que lo vea sepa qué lugar es, pero no lo tomo como algo fotográfico o idéntico. Por ahí invento ventanas o algún árbol o maceta. Busco una composición plástica. Quiero que los elementos de la composición funcionen en mi obra”. Así construyó imágenes vivaces y oníricas del Abasto, el Molino y tantos sitios que son el alma de Buenos Aires.
J..M.C.