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“Para cambiar el mundo necesitamos cambiar cómo nos alimentamos”

Ingeniera agrónoma, descendiente de pueblos originarios e investigadora, Magda Choque Vilca es una de las mayores especialistas internacionales en el cultivo de la papa y desde su conocimiento, que combina experiencia y formación académica, asegura que “hay una desconexión entre el alimento y el campo” a la vez que reivindica el rol de las mujeres rurales en la preservación de la tierra y la biodiversidad.

Nacida en La Quiaca y criada en Tilcara, entre la Puna y la Quebrada, Magda Choque Vilca conjuga la dualidad cultural y la mixtura de saberes. Es ingeniera agrónoma por la Universidad Nacional de Jujuy, conferencista e investigadora. Y a la par de su conocimiento académico, reivindica los saberes originarios y ancestrales de su comunidad.
“Estudié en espacios urbanos y rurales. Es parte de mi identidad andina y me siento orgullosa de eso”, afirma en diálogo con Télam-Confiar.
Magda es una de las mayores especialistas internacionales en el cultivo de la papa. Tal vez por su nombre estaba predestinada a ello: Choque quiere decir “papa semilla” en Aymara y Vilca (se pronuncia Wilca) significa piedra sagrada en Quechua.
También es una impulsora del rol de las mujeres en el campo, con quienes ha trabajado en el rescate y sistematización de conocimientos. “Las productoras van viendo cuáles semillas y frutos son mejores, y los van seleccionando e intercambiando. Saben cuándo regar y cuándo se cansa la tierra”, afirma.
Y en esta integración del saber científico y popular es una de las creadoras y promotoras de la Licenciatura en Cocina Regional y Cultura Alimentaria, la primera carrera dictada en universidades públicas (la UNJU y la Universidad Nacional de las Artes, UNA) que articula la tradiciones gastronómicas y agroindustriales de cada región del país para potenciar la soberanía alimentaria y la diversidad cultural.
Por otro lado, su trabajo en docencia universitaria y con los y las productoras rurales, la llevó a incursionar en política, como candidata a vice-gobernadora en las recientes elecciones provinciales.

¿Qué te llevó a estudiar ingeniería agronómica?
Mi vocación por la tierra viene de mis padres y abuelos. Para mí trabajar con la tierra es conectarme con mis raíces.
Cuando empecé a estudiar, en la Facultad de Agronomía, estábamos en pleno auge de la
Revolución Verde, con el foco puesto en lograr más kilos por hectárea, y más dólares por kilo. En la Pampa húmeda empezaba el boom de la soja, y aquí en el Norte, del Tabaco y la Caña.
Pero yo me daba cuenta de que no es lo homogéneo sino lo heterogéneo lo que nos alimenta y nos hace bien. Aquí en el Norte los agricultores no siembran solo para vender, también lo hacen para cuidar la tierra de sus ancestros y de las generaciones que siguen, y para homenajear a la Pacha Mama.

¿Hay una grieta entre el modelo agroexportador y el de la agro-ecología, entre el conocimiento académico y el saber ancestral?
El problema no es que haya una grieta entre un modelo u otro, o entre el conocimiento científico y otro tipo de saberes. El problema es que no haya diálogo, y que exista un muro en esa grieta. Creo que la Ciencia debe integrar paradigmas. Los seres humanos no somos entes aislados, somos una integralidad con la naturaleza y la madre tierra.

¿Cómo incorporás ambos tipos de saberes en el campo, con las productoras?
Tuve que hacer una deconstrucción interna porque gran parte de lo que me enseñaron en la Universidad poco tiene que ver con la realidad de la alimentación y la producción diversa. Pero me dí cuenta que no son saberes antagónicos sino complementarios. Hoy no es tiempo de confrontar, sino de integrar saberes. Y en esto las mujeres somos muy buenas porque pensamos en círculo y vemos las cosas de forma integral, mientras los hombres son más lineales y ven las cosas en parcelas.

En tu trabajo reivindicás el rol de las mujeres en la agricultura y la producción de alimentos ¿por qué es importante?
La mujer es la que conserva la semilla y se queda en el campo; la que libra la batalla cotidiana por el cuidado de la tierra, el agua y el ambiente; la que anodriza la biodiversidad.
Falta mucha visibilización del rol de la mujer en el campo. Nosotras somos las principales guardianas de la sustentabilidad. Porque cuando conservamos las semillas y el agua, lo hacemos para las generaciones que vienen. Y somos más resilientes en estos tiempos de crisis climática. Cuando sube el río o viene la sequía y se pierde la cosecha porque los pequeños productores no tienen seguros; es la mujer la que vuelve con empuje al campo a reconstruirlo todo.

Te dicen la Reina de la Papa Andina. ¿Por qué elegiste especializarte en este cultivo?
La papa es todo un mundo. Sólo en nuestro país, existen 62 variedades y más de 3.000 a nivel mundial. Es alimento, y también es usada por la industria farmacéutica, textil, maderera y del papel. Es un cultivo muy nuestro, pero también universal. Es cosmopolita, pero también genera identidades en las cocinas nacionales: la tortilla de papas española, la “raclelette” en Suiza, o el fish and chips de los ingleses.

Del estudio de los alimentos en el campo, pasaste a la cocina… ¿Cómo fue crear una carrera de Cocina Regional en la Universidad?
Es que la cocina es cultura, arte, identidad territorial; el nexo entre lo que se produce y lo que se consume. Y es a su vez un espacio de experimentación y de descubrimiento. Para cambiar el mundo necesitamos cambiar cómo nos alimentamos. Porque la forma en que producimos y consumimos alimentos es responsable de gran parte de los males que sufrimos: obesidad, diabetes, hipertensión… Me resulta paradójico que se hable de alimentos saludables. ¿Entonces los otros alimentos son enfermables?

Ante el avance de los cultivos transgénicos, ¿cuál es la importancia de preservar la diversidad de especies?
Ser diverso es bueno, te suma. Cada alimento es un banco genético vivo. Trae información del clima, del tipo de suelo. Nosotros no perdimos esa base genética en el cultivo de papa, porque todavía las hay silvestres. Y el conocimiento de las variedades de papa lo tienen las agricultoras. Yo aprendí mucho de ellas.

La aplicación de tecnologías y agroquímicos permitieron expandir la producción de alimentos. ¿Pero cuál es el costo ambiental de todo esto?
Es cierto que permitió multiplicar cosechas y dólares. Pero los nutrientes que se van del suelo no están en ningún cálculo. El paquete tecnológico no soluciona todo, porque el clima es dinámico y hoy podés tener invierno y verano en la misma semana. Además, cada vez se vierten más agroquímicos y tenemos más plagas. Y se producen más alimentos pero la gente no accede o se alimenta mal. Entonces yo me pregunto ¿Cuál es la ventaja de ser un país sojero si tenemos 40% de pobreza?

¿Creés que el movimiento agroecológico implica una revalorización de las prácticas ancestrales?
Hay una revalorización, o más bien una mirada de mayor respeto para con los saberes ancestrales. Pero con más o menos agroquímicos, o incluso sin ellos, no cambió el paradigma. El problema es que hay una desconexión entre el alimento y el campo. En las ciudades las personas no saben de dónde viene aquello que comen. La comida no viene de la góndola. Y para que llegue a la mesa, hay alguien que la produce.

 

Gabriela Ensinck
Red Argentina de Periodismo Científico, Télam

Foto: Magda Choque Vilca, foto de Edgardo Varela, Télam.