Cooperativa de Editores de Medios de Buenos Aires
Cooperativa Editores de Medios BA

Latidos de hojas secas

El recuerdo y los aromas del otoño en el Liniers de antaño.

Por Daniel Aresse Tomadoni (*)

No hay dudas. Nuestros días de infancia y adolescencia, con sus buenas “y de las otras”, quedarán para siempre en nuestros recuerdos y bien dentro del corazón. Marzo era un mes clave por muchas razones: paulatinamente se iban yendo los días estivales de salidas, vacaciones y la pileta del Club Liniers iba quedando desierta con los desesperados que nos dábamos los últimos chapuzones en ese verdadero paraíso semiolímpico.

Finalizados los “cuatro días locos” de Carnaval, el calendario dejaba paso a las compras de útiles de librería para el comienzo de clases, al tiempo que rendíamos los exámenes de marzo para salvar materias en el secundario e intentar no dejar previas. Días de cambios de colegios (y el blazer cambiaba de un color a otro). Los primeros frescos llegaban tenues y el sol aún se imponía. Liniers con su encanto, transformaba su arboleda, que mutaba del verde al dorado, y en los atardeceres los pájaros atronaban el aire anunciando el final de la jornada.

Eran días de “vueltas del perro” por el barrio, con amigos o de novio, culminando generalmente en Gino, Fratelli, Vecchio o El Ciervo, que en pocos días más ya comenzarían a organizarse para reemplazar sus ricos helados por sabrosos chocolates y bombones o el inolvidable chocolate con churros. En el aire se respiraban las fragancias de siempre: el de las garapiñadas de los puestitos de las esquinas de Rivadavia, el olor a útiles nuevos del cole, el de las primeras hojas caídas que quemaban los vecinos en las esquinas.

Así, en el barrio cambiaba nuestra rutina, con menos horas en nuestra querida calle y en el club, y más en los primeros deberes escolares. Cada año traía consigo nuevos docentes y compañeros. En esa cuenta regresiva ya soñábamos con el feriado de Semana Santa y, lógicamente, con los huevos de Pascua que nos comeríamos en esos días y que disfrutábamos ver a través de las vidrieras de la Confitería Luján o de Bin-Bin.

Los fines de semana eran valorados como oro y el resto de la semana, entre el cole y otras actividades, nos mantenían la agenda completa. Los sábados y domingos eran de picaditos en los anchos parques de la avenida General Paz o de ir a la cancha: los sábados para ver a Liniers en la linda y añorada cancha de las avenidas Gaona y General Paz y los domingos a Vélez, en el enorme Amalfitani. Si llovía, función en casa con el Cine Graf (las películas las compraba en la Farmacia y Óptica Bongiovanni, de Ramón Falcón y Amoretti, en Ciudadela ¡Ah! Esas inolvidables funciones incluían también la merienda, a cargo de mi vieja. Pensar que fuimos tan felices y no nos dábamos cuenta…

Hasta la próxima y muchas gracias por permitirme compartir estos recuerdos con ustedes.

 (*) Aresse Tomadoni es director general de “Relatos del viajero” y “Épocas del mundo” que se ofrecen a través de Youtube