Cooperativa de Editores de Medios de Buenos Aires
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Grandes bibliotecas de la historia

En este viaje al pasado, la segunda parte de la Biblioteca del Monasterio del Escorial.

Por Alejandro Andrés Bressi (*)

En esta vigésima entrega –o papiro N° 20- les propongo seguir conociendo los misterios de la Biblioteca Real fundada por Felipe II en el Monasterio del Escorial, España, pero en este caso desde su dimensión humanista.

Antes de concluir con este capítulo histórico, conviene resaltar que la biblioteca ideada por Felipe II no había de componerse exclusivamente de libros, sino que, respondiendo al concepto humanístico de la época, tendría cabida en ella cuanto pudiese contribuir a ampliar o ilustrar la gama de conocimientos.

Así se lo había sugerido Juan Páez de Castro en el “Memorial” a él dirigido: “El ornato de esta primera sala serán retratos de santos doctores, sacados al propio de retablos antiguos de Roma y de pintores griegos, y juntamente de los otros sabios principales, conforme a las estatuas antiguas y medallas y a lo que de ellos y sus acciones se escribe en sus vidas”. De la misma opinión era Arias Montanto, pues, cuando, llamado por Felipe II, llegó por primera vez a El Escorial en marzo de 1577, para “visitar, expurgar y ordenar la librería Real de San Lorenzo” -que entonces aún se encontraba en una sala provisional- dio orden de que se pusiesen en la librería estatuas romanas y retratos de sumos pontífices, emperadores, reyes y de personas doctas.

Al lado de los libros, por tanto, debía haber retratos que ofrecieran a la vista la imagen de los hombres ilustres que los escribieron, así como grabados y dibujos, aparatos geográficos, como mapas, esferas, astrolabios, instrumentos matemáticos y científicos, monetario, reproducciones de la fauna y flora; en una palabra, biblioteca, museo y laboratorio, que había de ocupar la parte más noble del edificio. Así lo cuenta Fray José de Sigüenza en su escrito sobre la Fundación del Monasterio del Escorial: “Está dividida esta librería en tres piezas principales. La mayor y la más noble atraviesa de norte a mediodía, que no viene mal con el consejo de Vitruvio, teniendo la luz de la mañana, tan importante al estudio, y la de la tarde, cuando ya se puede tornar a los libros, gastada la comida que estorba, y puertas en los mismos testeros para entrar en ella, de parte del convento y del colegio, y asentada, encima del zaguán y puerta principal de toda la casa. De suerte que está entre las dos fachadas, la de fuera y la de dentro, que mira a la de la iglesia”.

Los aportes más señalados pueden resumirse en los siguientes:

1571: libros de Flandes comprados por Arias Montano. Más 57 manuscritos griegos y 112 latinos procedentes de la librería de Gonzalo Pérez, padre del célebre secretario real Antonio Pérez.

1572: libros del doctor Juan Páez de Castro, que dejó al morir una selecta colección de impresos y manuscritos, entre los cuales había 50 códices griegos y 61 mss. árabes.

1573-1574: libros de Francisco de Rojas, señor de Pinto, y los reunidos en Venecia por el embajador Diego Guzmán de Silva, muy valiosos, por cierto, como los códices de Mateo Dándolo, Antonio Eparco, Francesco Patrizi, Nicola Barelli. Se incorpora también la mayor parte de la excelente biblioteca reunida por Pedro Ponce de León, obispo de Plasencia, y los libros de Juan Bautista de Toledo, primer arquitecto de El Escorial.

1576-1581: la biblioteca de Diego Hurtado de Mendoza, la más valiosa que existía en España y, sin duda, el mejor fondo manuscrito griego de su tiempo. Además de 853 códices, la Biblioteca Real se benefició de más de mil impresos de calidad. Los libros de Pedro Fajardo, Marqués de los Vélez, unos 500 impresos junto con algunos curiosos manuscritos. De la Capilla Real de Granada se escogieron un grupo de códices que habían

pertenecido a la reina Isabel la Católica, especialmente libros de horas, breviarios y obras de autores clásicos latinos.

1591-1599: la biblioteca del célebre canonista Antonio Agustín, arzobispo de Tarragona una de las más copiosas, tanto en manuscritos como en impresos, sólo superada por la de Diego Hurtado de Mendoza. Después de la muerte de Felipe II, ingresan los libros que, por disposición testamentaria, Benito Arias Montano donaba a la Biblioteca Real.

1602-1614 y 1656: pasan a formar parte de la colección escurialense los libros de la testamentaría de Felipe II, raros y valiosos. Las obras confiscadas al licenciado Alonso Ramírez de Prado. Y, sobre todo, la cuantiosa biblioteca de códices árabes del Sultán de Marruecos Muley Zaydan, apresada por los navíos de Luis Fajardo cerca de Agadir en 1612 y depositada en El Escorial en 1614. Felipe IV, en su deseo de seguir enriqueciendo al Monasterio escurialense, una vez terminado el Panteón de Reyes, donó a la Biblioteca unos mil manuscritos que le había regalado el Marqués de Liche.

En el mismo siglo XVII, el bibliotecario mayor de la Real Biblioteca del Escorial, P. Antonio Mauricio, elevó un memorial al rey Felipe III rogándole diera las oportunas órdenes para que se donara a la misma un ejemplar de cuantas obras se imprimieran en España y en sus Estados. El rey accedió y dio el correspondiente decreto de 12 de enero de 1619; que fue confirmado por sus sucesores en el trono hasta comienzos del siglo XIX. Pero, aunque en virtud de dicho decreto se adquirieron algunos libros, muy a menudo los autores, libreros e impresores hicieron caso omiso de él.

Nos encontramos en la próxima entrega. Y recuerden que recibimos sus consultas, sugerencias y opiniones en el correo electrónico: alejandroandresbressi@gmail.com.

(*) Bressi es vecino de Liniers, bibliotecario profesional, exresponsable de la biblioteca José Hernández, profesor de inglés, historiador e investigador de las grandes bibliotecas de la historia