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Sadismo con peluca

Compadecernos con el dolor del otro, acompañarlo en su padecimiento, deja al descubierto nuestra esencia ancestral, nos hace más humanos. La indiferencia, por el contrario, nos entumece, nos cosifica. De un tiempo a esta parte, no obstante, la dirigencia de nuestro país se muestra empecinada en enfatizar la segunda opción como el único camino posible. Y en ese siniestro derrotero, las consecuencias están a la vista.

Los dos últimos episodios que recientemente sacudieron y mantuvieron en vilo a nuestro país, no hacen más que exponer esas consecuencias.

Las dramáticas imágenes de la inundación de Bahía Blanca, con un saldo escalofriante de 16 muertos, dos pequeñas desaparecidas y miles de personas que perdieron absolutamente todo, le mostraron a la sociedad que es imposible no conmoverse ante semejante catástrofe y al gobierno, que varios de sus postulados irrefutables no resisten la menor objeción.

Así, la negación del cambio climático y sus consecuencias, la obsesión por “dinamitar el Estado desde adentro” hasta hacerlo desaparecer, y la insistencia en remarcar las “ventajas” del ombliguismo con el refuerzo del uso de anteojeras, quedan expuestas como falacias absolutas. La recurrencia de fenómenos climáticos allí donde hasta hace unos años no ocurrían, la importancia y la necesidad del Estado para socorrer y asistir a las víctimas -basta recordar que sin rédito económico no hay prestación de empresas privadas- y la inacabable solidaridad del pueblo argentino, que volvió a demostrar que -mal que le pese al presidente- el problema del otro es un problema de todos, no hicieron más que exponer la fragilidad de esos postulados, tendientes a dividir aún más a una sociedad convulsionada.

El otro hecho es aún más reciente y, como el de la terrible inundación de Bahía Blanca, tampoco será fácil de borrar de las retinas de los argentinos: los episodios de violencia suscitados en torno a la plaza Congreso, en medio de la marcha de los jubilados, a los que poco después se sumaron las enfáticas declaraciones de los principales funcionarios involucrados, que no hicieron más que reforzar el camino de la violencia y la desaprensión.

Las imágenes de los arrebatos de una fuerza policial envalentonada por la venia del Ministerio de Seguridad, que no tuvo pruritos a la hora de arremeter impunemente contra los jubilados, se mantendrán como una postal nefasta de ese 12 de marzo del 2025. Tanto como aquella otra en la que el reportero gráfico Pablo Grillo cae desvanecido luego de que un disparo de una cápsula de gas lacrimógeno impactara en su cabeza y se la destrozara.

Los embates de la furia policial desatada sin control contra abuelos octogenarios, trabajadores de prensa y hasta con un chico de 12 años que, al ver que no había colectivos, salió de la escuela y optó por correr al ver el alboroto, resultaron elocuentes. Él tampoco se salvó de la agresión, y debió permanecer durante horas con las muñecas precintadas, antes de que la Defensoría del Menor -alertada por dos mujeres que observaron la situación (otra vez las ventajas de correrse del individualismo y pensar en el otro)- interviniera en el hecho y lograra la liberación del menor.

Pero eso sí, ninguno de los violentos y supuestos integrantes de barras bravas que destrozaron un patrullero, lanzaron piedras contra el personal policial y encendieron contenedores, lograron ser detenidos ¿Casualidad? ¿Inoperancia? ¿Infiltrados? Por su parte, los 114 detenidos que la Policía envió a la Justicia debieron ser liberados porque no se los pudo implicar en ningún delito, y prevaleció el derecho a manifestarse, algo que al gobierno le preocupa sobremanera.

El ser humano es gregario por naturaleza, su personalidad se conforma a partir de su relación con los otros. Tal vez por eso -mal que le pese a nuestra dirigencia- no nos da lo mismo el sufrimiento ajeno, nos conmueve la necesidad de los desposeídos y nos perturban las injusticias. El resto es sadismo.

Lic. Ricardo Daniel Nicolini

cosasdebarrio@hotmail.com