Recuerdos y añoranzas de “la bobe” de Liniers
Heredera de una familia con historia en el barrio, Celina Epstein celebró sus jóvenes 94 años rodeada del cariño de sus vecinos.
El azar y el avanzado embarazo de su madre hicieron que Celina naciera en Brasil. Poco después del festejo de año nuevo de 1931, y tras largas jornadas en altamar, el barco que traía a su familia desde Polonia se detuvo en el puerto de Río de Janeiro y los Epstein se vieron obligados a bajar para que Clara diera a luz a la segunda hija del matrimonio, pero esta vez, en tierras cariocas.
La familia vivió allí hasta 1939, cuando decidió continuar el periplo para radicarse en Buenos Aires, tal como era su idea original. “Yo tenía 8 años, y no recuerdo haber hablado mucho en portugués. No me acuerdo ni una palabra”, dice con su habitual sonrisa Celina, sentada a la mesa del primer piso de Montiel y Ventura Bosch, en el día en que festeja sus jóvenes 94 años. En poco tiempo más, a una cuadra de allí, lo celebrará con sus vecinos soplando las velitas de una torta enorme coronada con la estrella de David.
Dos años después de su arribo al país, los Epstein se instalaron definitivamente en Liniers, más precisamente en Montiel 195, detrás de la tienda en la que don Mauricio comenzó a adaptar su idish natal a un castellano champurreado con el que se hacía entender, para darle forma a uno de los comercios más recordados del barrio. “Empezó siendo una mercería y tienda de ropa de señoras, pero pronto se transformó en una regalería que tenía de todo, desde ropa para bebés y niños hasta un par de aros y adornos para la casa”, recuerda Celina.
Por entonces, las calles del barrio eran de tierra, luego llegarían los adoquines y más tarde el asfalto. Sobre ese barro que solía anegarse los días de tormenta, circulaba un carro con toldo con capacidad para seis personas, impulsado por un caballo, que unía Rivadavia con Alberdi. Habría que esperar algunos años para que llegaran los primeros colectivos de veinte asientos.
Aunque la familia no tardó en ganarse el afecto de los vecinos, aquellos primeros años en el barrio no resultaron del todo sencillos. Al matrimonio de Mauricio -de origen polaco- y Clara -oriunda de Rumania- le costó familiarizarse con el idioma y con las costumbres porteñas, no así a sus hijas, Juana y Celina, que manejaban con igual soltura la lengua materna y el castellano. “Algunos vecinos no nos querían, nos decían ‘rusos de mierda’, tal vez por eso papá extrañaba tanto a su país”, dice Celina, y por primera vez se le dibuja una mueca de fastidio que no tarda en disiparse. “Pero eran los menos -agrega-. Y hoy eso ya pasó”.
Liliana Espíndola, la persona que la asiste desde hace más de una década, acerca de pronto el cuaderno de quinto Grado con el que Celina cursó la Primaria en la Escuela República Francesa, a pocos metros de su casa. Aún se conserva intacto y con una caligrafía envidiable. La cumpleañera lo observa extasiada, y con apenas hojearlo comienzan a fluirle los recuerdos. “En los recreos jugaba a la rayuela y a las escondidas”, dice de pronto. Y luego parecen proyectársele imágenes de su infancia. “Con mi hermana íbamos juntas a todos lados. Al cine Canadian II -luego bautizado Odeon- que estaba enfrente de casa. Y también a la calesita de Don Luis, cuando la impulsaba un caballo con anteojeras”.
Tras concluir la Primaria, Celina siguió la escuela Normal y se recibió de maestra. Durante muchos años ejerció la profesión en la escuela Sholem Aleijem, de Mataderos, en Oliden 1245, sede que hoy ocupa la Escuela de Teatro “Niní Marshall”. Por su parte, su hermana mayor, Juana, se graduó en Medicina y se desempeñó durante décadas en el desaparecido hospital Salaberry. También fue médica de cabecera de PAMI y jamás dudó en asistir a alguno de sus vecinos, cuando la precisaban. “Celina la admiraba mucho. Juana trabajó como médica hasta sus últimos años, pero le afectó mucho cuando la jubilaron de PAMI”, recuerda Liliana De Luca que, como vecina, conoce a la familia desde comienzos de los 70’. “En las fiestas Celina me cruzaba comidas típicas que preparaba su mamá, como torta de miel y sopa de remolacha. Verdaderas exquisiteces”, evoca.
La Dra. Juana Epstein se casó y tuvo dos hijos que hace algún tiempo se afincaron en Israel: Gabriel, que es rabino y padre de siete hijos, y Milly, una destacada doctora en Filosofía y Letras, que falleció hace unos años. Celina, por su parte, nunca se casó. “Tuve varios novios y no descarto a ningún pretendiente”, aclara con una sonrisa pícara. Claro que, en su juventud, la tradición judía le exigía una serie de requisitos para intentar dar con su media naranja. “Había todo un rito que cumplir. Los pretendientes podían llegar hasta la puerta de calle, pero no más allá de las 20”, recuerda. Pero eso no era todo. Si la relación prosperaba y la pareja quería formalizar, debían reunirse ambas familias y luego los padres de la novia decidían si el muchacho era buen candidato o no. Recién entonces ambos debían aportar una dote.
Hoy, la única familia de Celina está radicada en Israel. Su sobrino Gabriel con sus hijos, y el marido de Milly con sus cinco sobrinos nietos. “Ellos se preocupan mucho, la llaman todos los días”, cuenta Liliana. Al fallecer Juana y quedarse sola, le ofrecieron trasladarse a Israel, pero Celina no quiso. Prefirió quedarse en su casa de Liniers, su lugar en el mundo. Desde entonces pasa sus días al cuidado de Liliana y su marido Carlos, que la acompañan, la consienten, se ocupan de todo y la quieren mucho. “Los análisis de sangre le salieron muy bien, y la doctora la autorizó a comer lo que quiera, así que no se priva de nada” dice Liliana, mientras Celina le devuelve una mirada cómplice.
Aunque hace algún tiempo debió atravesar una compleja enfermedad, logró recuperarse y hoy luce una salud envidiable para sus flamantes 94 veranos ¿El secreto? Las dos “Lilianas” coinciden en que la clave radica en la dulzura de su carácter y en sus ganas de vivir. “Se despierta a las 6 de la mañana y siempre está dispuesta a darme una mano. Además, le gusta bailar y escuchar música, y todos los días salimos a caminar. Hacemos más de quince cuadras con su bastón”, revela su asistente.
A fines de 2018 Celina fue distinguida por la Federación de Comercio de Buenos Aires (Fecoba) como “la comerciante más antigua que aún se mantiene en actividad en el barrio de Liniers”. El histórico local de sus padres permaneció abierto y atendido por Celina hasta 2020, cuando la pandemia aceleró la idea del cierre definitivo, tras casi ocho décadas de labor.
El calor de la tarde se hace sentir en Liniers y la charla va llegando a su fin. A Celina la esperan en el viejo negocio de Montiel e Ibarrola -hoy transformado en un local de comidas regionales bolivianas- para soplar las velitas y celebrar con sus vecinos. Dicen que la fiesta es sorpresa, pero ella lo intuye. A puro optimismo sabe que, a sus 94 años, lo mejor está por venir.
Ricardo Daniel Nicolini