Diversión pasada por agua
El recuerdo de los veranos en el barrio, al amparo de la vieja pileta semiolímpica del Club Liniers.
Por Daniel Aresse Tomadoni (*)
Al finalizar noviembre, cada año hacíamos la cuenta regresiva de los días de clase que nos faltaban para cerrar el período lectivo, al tiempo que realizábamos grandes esfuerzos para no llevarnos el año en primaria y unas cuantas materias a diciembre o marzo en el secundario. Sabíamos que todo esfuerzo iba a ser recompensado con tres largos meses de vacaciones y algún lindo regalo para las Fiestas. Y lo mejor: aplacar los tórridos meses de calor en la pileta del club.
La rutina comenzaba bien temprano a la mañana, después del desayuno, cuando partíamos al Club Liniers (o al Palmar, como lo llamaban algunos). Allí a cambiarse, ducharse y una vez dejado el bolso en el guardarropas del último piso, “Curitas” te daba la chapita con el número de identificación. De allí hasta la entrada de la pileta, muerto de frío (9 de la mañana), dejar el carnet en el casillero y sumar otra chapita más para portar. A esta altura parecíamos los toros campeones de La Rural con sus cucardas…
Allí nos esperaba el profesor Duarte, bajito, calvo y con un bigotito que imponía respeto. Además de Natación, Duarte enseñaba Artes Marciales. Lo cierto es que a esa hora mirábamos la verde y calma pileta del club como si fuese el Mar Ártico. Obvio que, con la autoridad de Duarte, a las primeras indicaciones de tomarnos del borde y patalear, recién comenzábamos a entrar en calor. Recuerdo un chico flaquito que ya empezaba a temblar antes de ingresar a la pileta. Con el tiempo logró vencer el miedo y fue uno de los representantes del club en las competencias del aniversario de la institución, en el mes de enero.
Así pasaban los días y Duarte nos sometía a largas prácticas de nado y a lanzarnos al agua en la parte más profunda. Su meta era que le perdiéramos el miedo al agua y fuéramos buenos nadadores. Un poco por sus enseñanzas y otro poco por mi cuenta, finalmente aprendí a nadar. Llegaba a casa y con mis 11 años de entonces, me comía todo, al igual que cuando regresaba a la tarde cuando el guardavidas, silbato en mano, a las 18 nos echaba del agua a los “Infantiles”.
La revancha llegó al año siguiente cuando adelantaron la edad de los “Cadetes” y así pude quedarme hasta bien entrada la noche, cuando encendían las luces de la pileta, aquella que por mucho tiempo debajo de la tabla del trampolín, tuvo una placa de bronce que rezaba “Natatorio Marcos Romeo Simón”, en honor a uno de los presidentes del club que tuvo la idea de instalar esa hermosa pileta. Hermosa y amplia, salvo por su revestimiento, ya que las opalinas a veces nos provocaban cortes en los dedos de las manos y los pies y Juan Carlos, el guardavidas, botiquín de primeros auxilios en mano, nos curaba.
Eran tardes inolvidables, de pileta, amigos, buffet, de jugar en el agua buscando las tapitas de gaseosas buceando, o en el peor de los casos, reclamar al secretario que buscara las chapitas identificatorias que los desagotes de la pileta habían succionado. El pobre, con una paciencia infinita, bajaba a recuperarlas donde estaban los filtros y las bombas y nos las devolvía con la eterna advertencia de que sería “la última vez” que la rescataba.
Luego una ducha, a cambiarse y de nuevo a casa, al encuentro con la merienda y con los amigos del barrio. Tan linda y tan simple era nuestra rutina diaria que hoy guardamos ese hermoso recuerdo, como otros que seguiré desarrollando en “el Liniers que yo viví”. Hasta la próxima y muchas gracias por permitirme compartir estos recuerdos con ustedes.
(*) Aresse Tomadoni es director general de “Relatos del viajero” y “Épocas del mundo” que
se ofrecen a través de Youtube