Rincón de letras
Una vez más le damos lugar a esta sección, dedicada a dar rienda suelta a la creatividad literaria de nuestros lectores. En esta oportunidad publicamos un sentido poema que, aunque fue escrito en 1998, reviste una actualidad insospechada. Elaborado por Vernal Freitas, “el nieto del jubilado” recrea la compleja y dolorosa situación que atraviesan actualmente los abuelos, a la par del vínculo fraterno que los une a sus familias y el legado de lucha que les entregan a sus nietos.
De esta forma, aquellos lectores que deseen remitir sus escritos literarios a esta redacción –en formato de cuento, relato o poesía- para ser publicados en este espacio, podrán hacerlo vía mail a [email protected] o de manera postal a Rivadavia 10718 7º Piso Dpto. 34 (1408) Ciudad de Bs. As. El único requisito es que la historia transcurra en algún punto de nuestra entrañable geografía barrial.
El nieto del jubilado
Le dijo a su madre, ayer, de mañana
– Abuelo está triste, no ríe, no habla…
La mujer lo mira, lo sienta en la falda
y como queriendo encontrar palabras,
toca su cabeza, juega, haciendo rulos,
y luego, despacio, comienza la charla…
– Cuando yo era niña, temprano salía
para su trabajo, en sus ojos claros
mañanas azules, cielos de esperanza…
Después, por la tarde, cuando el sol caía,
volvía a la casa…
Miraba a sus hijos, besaba a la abuela,
y sus ojos claros nos acariciaban.
Entre mate y mate,
contaba el esfuerzo de cada jornada.
Su palabra simple mostraba caminos,
olía a malvones, como las mañanas.
Trabajó de todo.
Hizo mil esfuerzos para que sus hijos,
por los que luchaba, siguieran su ejemplo.
Hoy, ya jubilado, ve como sus sueños
se van diluyendo…
Mientras trabajaba,
aportaba siempre el 11 por ciento
que la ley mandaba…
Y poquito a poco el tiempo pasaba
mientras trabajaba…
Hoy, ya jubilado, su mirada triste
denota cansancio: su vida, el descanso,
se lo están quitando…
Y los pocos pesos que cobra, no alcanzan,
no tiene alimentos, no tiene derechos…
– ¿Es por eso, madre, que abuelo no habla?
– Es que le han quitado brillo a sus mañanas…
– ¿Es por eso, madre, que abuelo no ríe?
Se oye desde el patio la voz de la abuela:
– ¡Viejo, llevá al chico que juegue en la plaza!
Y allí sale el viejo… La espalda doblada,
cubriendo su mano la mano del nieto.
Caminan dos cuadras…
– ¿Quiénes gritan, abue? – pregunta el pequeño.
El anciano calla. Escucha en silencio.
Y poquito a poco su espalda se alarga,
su tez se ilumina, su vista se aclara.
Rodeando al Congreso, en nutrida marcha,
abuelos y abuelas sus derechos claman.
Exigen respeto, sus tiempos se acaban.
– ¿Dónde van, abuelo? – pregunta el pequeño.
– ¡A sembrar la calle de palomas blancas!
– ¡Iremos con ellos! Para que mañana,
cuando tengas, niño, la cabeza cana
digas a tus nietos: “¡Me llevó mi abuelo
con los que marchaban, abriendo caminos,
sumando esperanzas!”.
Unirse es la llave que abre las mañanas.
Y con paso firme se suma a la marcha,
diciéndole al chico:
– ¡Primero la ronda, más tarde a la plaza!
Y los dos se miran y sus risas francas
saben a rocío. La tarde ¡la tarde se alarga!
Vernal Freitas