Cooperativa de Editores de Medios de Buenos Aires
Cooperativa Editores de Medios BA

El dolor después del dolor

A veinte años de la tragedia de Cromañón, la mirada retrospectiva de Demian Álvarez, cuya figura cargando a un joven sobre sus hombros fue la imagen de la masacre, vuelve a poner el foco en la que es considerada la peor tragedia mundial en la historia del rock.

La imagen de Demian Álvarez con el torso desnudo, cargando un joven desvanecido sobre sus hombros, recorrió el mundo. Fue la primera que sintetizó la angustia de aquel 30 de diciembre de 2004, cuando el fuego y el humo hicieron de Cromañón la peor tragedia mundial de la historia del rock. Veinte años más tarde, Demian está sentado en una de las mesas de la vereda del bar de la esquina de Artigas y Pilar, a metros de su gimnasio. “Vi el trailer y el capítulo 1 de la serie y con eso me basta. Me pareció muy fuerte, muy cruda”, dice mientras le da un sorbo al café.

Desde hace dos años participa de la organización “No nos cuenten Cromañón”, que puso a disposición de familiares y sobrevivientes el Programa Desde Adentro, creado por los propios sobrevivientes para brindar asistencia gratuita en salud mental a través de un equipo de psicólogos que trabaja ad honorem. “Cuando se empezó a emitir la serie nos volvieron a llamar muchos pibes pidiendo asistencia, porque habían vuelto a tener pesadillas”, cuenta, y luego aclara “nosotros no vivimos una película, fue la vida real”.

Demian sostiene que “para los que realmente quieran saber lo que pasó esa noche, desde la agrupación No nos cuenten Cromañón, que conformamos sobrevivientes y familiares de las víctimas, escribimos un libro que se llama ‘Voces, tiempo, verdad’, donde lo narramos en detalle con datos objetivos”. El libro enfoca lo que ocurrió en el juicio, las verdades y los mitos en torno a la tragedia. “Las mentiras que siempre se dijeron y que jamás ocurrieron -enfatiza- como por ejemplo que había una guardería en los baños, burradas absolutas para estigmatizar a la juventud. Sin embargo, nunca se habló de los quince matafuegos vacíos, de las canchitas de fútbol del primer piso que obstruían los conductos de ventilación del techo, de la única salida de emergencia cerrada con candado y alambre, de las puertas que se abrían para adentro o de las luces de emergencia que no funcionaban. Por eso nosotros hablamos de masacre y no de tragedia, porque acá hubo intervención humana”.

Hay datos que aún hoy resultan escalofriantes: el lugar estaba habilitado para 1.031 personas y Sadaic contó esa noche 3.170. Chabán se jactaba que con ese lugar le haría la competencia a Obras -donde entran 4 mil personas- y que una noche Rodrigo había metido 6 mil.

Demian traga saliva, y aunque no haya una pregunta previa, su mente lo lleva sin permiso a ese fatídico instante en el que se desencadenó todo. “De repente empezamos a escuchar voces que decían ‘esto se prende fuego’ y no entendíamos nada, no sabíamos qué estaba pasando. Después empezó el desbande, las corridas. Yo estaba cerca de la puerta, pero cuando salí supe que tenía que volver a entrar, y hoy volvería a hacer lo mismo. Si hay algo que rescato de esa noche es la solidaridad. El ser humano es muy solidario”. Luego hace una pausa, respira profundo y continúa. “Yo tenía 25 años. Vi de todo, vi gente ayudando a otra y también vi pibes robando zapatillas a los que estaban tirados en la vereda. Esa noche aprendí el significado de la palabra óbito. Estaba con un pibe en la vereda, de repente se acercó un médico, lo miró a otro y le dijo ‘óbito’. Yo no entendía nada. Después me di cuenta que le decía que estaba muerto…”.

El 40% de los jóvenes que murieron aquella noche fue por volver a entrar a rescatar a otros. El dato lo corrobora la Dra. Silvia Chevel, coordinadora del Programa de atención integral y permanente para damnificados en la tragedia de Cromañón, que funciona en el hospital Santojanni desde 2007 y depende de la Dirección de Hospitales del Ministerio de Salud porteño. Allí se atienden actualmente cerca de mil sobrevivientes y familiares. “Siempre traté de manejarme con empatía, de ponerme en el lugar de las víctimas”, cuenta la médica generalista -con siete años de labor en medicina rural y 41 de profesión- especializada en clínica médica, medicina legal y salud pública. Ella los escucha y los mueve a expresar lo que sienten. “Porque al haber atravesado una situación traumática -explica- los que peor la pasan son los que se quedan callados. Hay gente que se guardó ese dolor durante veinte años y recién ahora se está animando a hablar. Rompen en llanto cuando logran expresarse. Resulta esencial exponer la situación traumática para poder resignificarla e ir bajándole al recuerdo esa carga de angustia y sufrimiento. Porque, aunque el dolor no desaparezca nunca, es posible dejar de sufrir eternamente”.

Y vaya si Demian lo sabe. “Los bomberos no sabían qué hacer, estaban desbordados. No tenían máscaras ni ellos, ni los médicos de las ambulancias. No se hizo triage, no se priorizó la atención de pacientes”. Las palabras le salen a borbotones, como si el recuerdo se estuviese proyectando ante sus ojos. “Esa noche llegué a casa a las 2 de la mañana y al otro día me fui a laburar a la colonia de la pileta de Basualdo y Alberdi. Vi mi foto en la tapa de Clarín en el bondi, cuando un tipo estaba leyendo el diario. Después metí la cabeza debajo de la tierra durante 18 años y hoy estoy pagando las consecuencias de no haber pasado por un hospital antes de ir a mi casa”.

Por entonces, el actual director de la murga “Los mocosos de Liniers” estaba haciendo el profesorado de gimnasia, pero Cromañón le puso la vida en pausa. Su cabeza no podía despegarse de aquella noche. “Entré a ‘No nos cuenten Cromañón’ hace dos años, por Elsita, de Carhué y Tonelero, que en Cromañón perdió a su marido y a su cuñada, y su hija Vero es sobreviviente. Ahí entendí que con tristeza no se puede hacer nada. Por eso vamos a las escuelas a dar charlas y luchamos por la ley de reparación histórica. Estar ahí me hizo mejor persona”, dice quien actualmente se desempeña como preceptor en el Comercial 32.

El suyo no es un caso aislado. Aquella noche fallecieron 194 personas, otras murieron poco después, algunas, incluso, optaron por quitarse la vida, y están también quienes lo intentaron y no lo lograron, atormentados por la culpa del sobreviviente, pensando que no pudieron salvar a familiares o amigos. Pero eso no es todo. “Muchos sobrevivientes y familiares desarrollaron patologías oncológicas”, explica Chevel y cuenta que “hay sobrevivientes que hoy en día no toleran viajar en un colectivo o un tren con mucha gente, ni estar en lugares muy llenos, porque miran permanentemente dónde está la puerta y dónde los matafuegos. Algunos incluso no se atreven a viajar en ascensor”.

Demian asegura que dar charlas en las escuelas le ayuda a sanar las heridas. “Les digo a los chicos que no prendan pirotecnia de ningún tipo, que se fijen dónde están las puertas y las salidas de emergencia, cosa que yo hago cada vez que voy a cualquier lugar cerrado”, confiesa. Y cuenta que le ha pasado ir a ver a Wilde a Los Pérez García -la banda que tocó en Cromañón apenas dos días antes de la tragedia- y advertir que el lugar era un desastre. “Entonces lo agarré al Beto, que es el cantante, y le dije ¿Te parece tocar acá? ¿Otra vez nos vamos a meter en una trampa mortal? En Provincia sigue habiendo varios lugares así. Pero uno supone que si están abiertos es porque están habilitados. Y esa noche yo fui con mis amigos a ver a Callejeros a un lugar que estaba habilitado por el Gobierno de la Ciudad”.

Demian conoció a la banda por su amigo Omar Vázquez. “Éramos habitués de Callejeros -explica-. Yo había ido a Cromañón en mayo de ese año con Horacio, el hermano de Omar, y esa noche también hubo bengalas. Me acuerdo que Chabán nos cagó a pedos. Muchos querían hacerse notar prendiendo bengalas, haciendo un show aparte del que iban a ver”. Pero en diciembre los paneles acústicos, que son ignífugos, debían estar pegados a la pared o al techo, sin embargo, estuvieron apoyados sobre la media sombra. Además, la respiración del techo estaba obstruida por las canchas de fútbol que se hicieron en el primer piso.

Actualmente, la mayoría de las víctimas de Cromañón parece estar olvidada por el Estado, por eso la Ley 4.786, que acaba de aprobarse en la Legislatura, apunta a una reparación histórica integral y definitiva. “Hoy hay sólo 1.500 personas que son beneficiarias de un subsidio, sobre un total de casi tres mil sobrevivientes, a quienes deben sumarse los familiares. Pero lo que más nos importa es la asistencia en salud mental, donde el Estado se desentendió por completo, y hay pibes que se suicidaron”, reclama Demian.

A la Dra. Chevel le consta. De hecho, la creación del Programa que coordina surgió por su propia iniciativa. “A los pocos días de la tragedia le dije a mi jefe, el Dr. Motta, que había que armar algo para asistir a la gente que iba a venir a pedir atención ambulatoria. No era una tarea que me correspondiese ni nadie me lo pidió, pero sentí que era necesario hacerlo. Él me dio el ok y me puse a armar esa dependencia, en ese momento estaba el Dr. Pedro Justich como director, que me dio una mano enorme”, recuerda. Y luego agrega sobre su labor “para mí significa una responsabilidad y un compromiso enormes, pero la llevo adelante con mucha satisfacción. No obstante, muchas veces me sentí sola e incomprendida porque noté que no se le daba valor al Programa”.

Para la Dra. Chevel existe además una indiferencia social. “Nunca entendí cómo el 31 de diciembre de 2004 no se evitó el festejo, cuando una gran parte de la sociedad estaba de duelo. No entendí cómo, a pesar de eso, muchos se permitían festejar como si no pasara nada, con fuegos artificiales, música y pirotecnia. Creo que como sociedad somos muy solidarios e individualistas a la vez. Muchas veces los pacientes no quieren decir que son sobrevivientes de Cromañón porque se sienten discriminados y maltratados. Creo que como sociedad deberíamos cuidarlos un poco más”.

Demian coincide. Dice que “después de la masacre de Cromañón se estigmatizó a los jóvenes, se los tildó de borrachos, de drogadictos. Llevar una remera de Callejeros era participar de una cultura delictiva, era el ‘rock cabeza’. Se los criminalizó, estábamos relegados a la tribuna de una cancha o a un recital. Y la serie abona esa teoría cuando muestra pibes haciendo un fondo blanco por una entrada”.

En Liniers y Mataderos hay varios sobrevivientes de Cromañón. “Está el Funes, está Fermín, Filipo, que son mis amigos. Vero… Pero también se nos fueron siete pibes. La familia Yáñez perdió a dos hermanos; la Balsagiácomo también; Romina, de Carhué y Patrón; Walter Pata; y Pablito Mimo, de San Pío…”. Recién ahora a Demian se le empaña la mirada. “Con mis amigos de la murga nunca hablé de este tema -asegura-. Me pegan un abrazo cada 30 y listo. Y estuve con ellos ese día”.

Después de aquella noche fatal, Demian volvió a Cromañón al año siguiente, para la primera marcha. Dice que no es creyente, pero solía guardar estampitas en la libreta verde del DNI que se usaba en aquellos años, “porque sí creo en la energía de la gente que quiere hacerte bien”. En la noche de la masacre ese documento le quedó destruido, igual que todas las estampitas, menos la del Gauchito Gil, que quedó intacta. “Por eso cuando volví, dejé esa estampita en lo que hoy es el santuario”, recuerda. Pasaron varios años y recién volvió al lugar el 30 de julio del 2022. “Fui con la murga -recuerda- porque entendí que teníamos que dar un poco de vida donde hubo tanta muerte. Pero a las 11 de la noche terminé en el hospital con broncoespasmos. Y a partir de ahí empecé con problemas respiratorios. Hoy tengo los pulmones funcionando al 70%”.

El calor de diciembre se hace sentir en Mataderos, y en unos minutos Demian tendrá que abrir el gimnasio. “Si hoy yo puedo volver a hablar de esto es por los pibes de ‘No nos cuenten Cromañón’ y por Pao, mi pareja”, asegura. Entonces entona una canción de Don Osvaldo -la banda que hoy lidera Patricio Fontanet- que dice “habrá sido nuestro premio por no salir corriendo o el castigo por no saber escapar”. Carraspea y confiesa “me costó 18 años salir de Cromañón. Durante 18 años estuve parado sobre la frase ‘castigo por no saber escapar’. Me mataba la culpa, y por momentos la sigo sintiendo. Pero hoy me paro en ‘habrá sido nuestro premio por no salir corriendo’. La vida sigue y no me quiero bajar”.

Ricardo Daniel Nicolini

Una mano profesional y humana para cicatrizar heridas

La noche de la tragedia la Dra. Silvia Chevel no estaba en la Guardia del Santojanni, porque yendo a atender una urgencia había tenido un accidente y la habían licenciado. “Cuando me enteré de lo ocurrido quedé muy conmovida y llamé para ofrecerme a presentarme, pero me dijeron que me quedara en casa” recuerda. Poco después, puso en marcha el servicio de atención integral para las víctimas y debió ocupar la vicedirección con historias clínicas porque ya no tenía dónde guardar la documentación de los pacientes que iban llegando. El área funcionó fácticamente hasta el 2007, cuando el entonces ministro de Salud resolvió crear formalmente el Programa de atención integral y permanente para damnificados en la tragedia de Cromañón, del cual Chevel es coordinadora general.

Allí aplica sus conocimientos en psicología médica que desarrolló durante años en el Hospital de Clínicas, e incluso de medicina rural. “Es un poco atípica mi manera de atender -sostiene-. Para mí la medicina es un modo de vida, no un trabajo. Yo puedo ayudarlos a sanar sus heridas, pero ellos también me ayudan a mí”.

A lo largo de todos estos años, hubo muchos casos que le impactaron. “Algo que habitualmente me cuentan muchos sobrevivientes es que una persona desconocida los rescató y les salvó la vida y que darían cualquier cosa por encontrarla y agradecerle. Por otro lado, hay quienes aún tienen la sensación de que los toman del brazo o de las piernas y les ruegan que los saquen, o incluso quienes aseguran haber percibido la sensación de una muerte inminente. Pero también sé de historias de amor, de gente que se conoció luego de la tragedia y formó una familia. Algunos de ellos hoy se acercan al consultorio y me presentan a sus hijos. Y eso también conmueve”, sostiene.

Chevel sabe que existe una especie de calendario interno que intensifica la sensibilidad ante un aniversario redondo. Y este caso no es la excepción. “Y si a eso se le suma la aparición de la serie, se genera una movilización interna en los sobrevivientes y familiares que es más que entendible. Por eso implementamos unos encuentros vía Zoom con ellos, como un espacio de escucha y de atención”, explica. Y agrega “siempre les digo que sigan construyendo la mejor vida posible para honrar a los que se fueron”.

Sus pacientes constituyen una población muy heterogénea. “Hay personas muy humildes hasta hijos de colegas y un colega sobreviviente -puntualiza-. A algunos los sigo desde el inicio y ya son como mis hijos, y además están los papás de edades como la mía y bastante mayores también”. Pero también están aquellos que se acercaron no hace mucho. “A algunos los estoy conociendo ahora porque los remiten para ser ingresados al Programa de salud. Ahí me entero que estuvieron callados durante veinte años, en muchos casos”.

Quienes deseen contactarse con el Programa sólo deben dirigirse vía mail a saludcromanon@buenosaires.gob.ar. “Me interesa que esta población sea mirada con otros ojos, con más consideración, con más comprensión y empatía”, concluye la Dra. Chevel.