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Cuando la esquina de General Paz y Rivadavia era el símbolo de Liniers

Una pintura nostálgica del centro neurálgico del barrio en las décadas del 60’ y 70’.

Por Daniel Aresse Tomadoni (*)

Días pasados, viendo una antigua foto de Liniers tomada desde el puente de la avenida General Paz, se observaba la entonces flamante pizzería Viturro, Aguamar, la Galería San Francisco -todavía sin su edificio de varios pisos- y hasta donde llegaba a descubrir mi vista, la Tienda Mil Saldos y los enormes carteles sobre las medianeras del edificio de la Galería General Paz.

De inmediato, realicé un relevamiento mental de todo ese sector, transitado casi a diario por mí en las décadas del 60’ y 70’. Debajo del segundo puente, con una iluminación precaria, formaban esperando una nueva vuelta, los tranvías de las líneas 1 y 2, ya desvencijados por el correr de los años. Aquellas unidades que confieso haber tomado muy de chico, tenían sus días contados, siendo reemplazados por los versátiles ómnibus Leyland, a comienzos de 1963.

Lo cierto que en esa “cuadra y media” de la foto, existió una gran cantidad de locales para todos los gustos. Dejando la pizzería y ex despensa Viturro, se encuentra aún la entrada de un estudio jurídico y pegado a él, existió durante años un local angosto y surtido con bolsos, mochilas y valijas que con el tiempo se amplió considerablemente. Su propietario, pariente lejano mío, le colocó “Alicia” a su emprendimiento, en honor a su hija mayor. Mi recuerdo a Tito, un trabajador como pocos y a su local, todavía vigente.

Cerca de allí, una sucursal de Aguamar exhibía a todas luces en sus vidrieras los pilotos, gabanes, capitas y paraguas, esperando la próxima lluvia para atraer clientes. La tienda de Mario Salibe, tuvo una de sus sucursales allí nomás. Por su parte, la Galería San Francisco ofrecía ropa masculina en St. Georges, zapatos a precios módicos en la sucursal de las Zapaterías Iglesias y ya en su interior, una disquería algo perdida, asomaba frente a un local de fragancias. En el frente, un multikiosco vendía desde cigarrillos hasta radios portátiles y encendedores. Al final de la galería se encontraba el bar Río Nalón y, en un rincón, una puerta donde, escaleras abajo, sonaba el boliche bailable “Make Make”.

Con los años, en esa galería comenzaron a crecer los kioscos y las agencias de viajes, ya que los micros de larga distancia partieron por décadas desde la puerta misma de ese paseo de compras. Hoy se ve en el frente algún kiosco, venta de celulares de dudosa procedencia y una franquicia de medialunas, y en los pisos superiores, distintas oficinas y departamentos.

Siguiendo hacia Ramón Falcón, dos rubros fuertes se mantenían firmes en esa cuadra: el de zapatos, con los locales de La Norma y Lisboa; y el de indumentaria masculina, con Milvio (que, en lugar de un picaporte, la puerta de Blindex del local tenía un volante deportivo), la sucursal de Costa Grande y Camisas Los Ángeles, que brindaba calidad y buen precio en sus camisas y pantalones.

Pero también hubo lugar para el buen comer: Chantigrill, restaurant y pizzería con su balcón del primer piso, que años más tarde fue remodelado y convertido en la coqueta Pizzería Vieja Aldea. Recuerdo que también en esa cuadra funcionó en un enorme local (antes fue zapatería La Norma y Milvio) una sucursal de Héctor Pérez Pícaro, que más tarde pasó a ser sucursal de un banco y posteriormente una agencia de ANSES. Hoy está deshabitado.

Si bien el movimiento diario incesante jamás se perdió, la fisonomía de esa cuadra cambió notablemente. Ya no se ven las espectaculares vidrieras que se renovaban casi semanalmente de los locales más emblemáticos de Liniers; todas desaparecieron, al igual que el tranvía y

los micros de larga distancia. Todo se convirtió en un recuerdo borroso pero imborrable para el corazón.

Hasta la próxima y muchas gracias por permitirme compartir estos recuerdos con ustedes.

(*) Aresse Tomadoni es director general de “Relatos del viajero” y “Épocas del mundo” que se ofrecen a través de Youtube