Por intermedio de la presente se solicita, con urgencia, “Más amor por favor”
Hoy por hoy el amor, el amor entre los prójimos, no cotiza. Políticamente lo que rinde es la crispación, el odio, la mentira, la amenaza, el escrache alevoso. No se salva ni el sumo Papa. No hay caso, el amor hoy no cotiza. La imposición de los vetos con la prepotencia presidencial lo demuestra cada día.
Por Rodolfo Braceli
Hay pequeños crímenes casi perfectos. Como el de los vetos presidenciales, decíamos. Esos crímenes escapan a las leyes convencionales y por lo tanto no merecen ni cárcel. Se trata de los crímenes debidos a la inacción y a la abstinencia de una parte de nuestra sociedad. Se trata de los tremendos crímenes debidos a la abulia y a la indiferencia activa. Pero no caigamos en la desesperanza, ni caigamos en el desaliento. Acontecimientos como la marcha de este octubre del 2024 hacen aletear nuestras razones para aguardar con la esperanza activa. No siempre la paciencia es resignación. Tarde o temprano los prepotentes odiosos tendrán que recular.
Ahora propongo reflexión. Vuelvo sobre interrogantes que afronto cada tanto no sólo estimulado por la obligación seudo navideña de ser “bueno”. Intentaré –contando con la lectora y con el lector–, hacer una pausa antes de que nos caiga sobre la cabeza la navidad, el fin de año; suspendamos el empalagoso vértigo de las rutinas. Estamos demasiado acostumbrados a la “costumbre” que nos cancela la mirada y la piel y hasta los latidos del pulso. Ya mismo me voy autoafanar algunas líneas de mi libro “La Misa Humana” (Editado por Galerna y el sello mendocino Diógenes) , y le abro la puerta a las más sencillas preguntas. A estas preguntas que nos vendrán no las carga el diablo, ni la diabla, las carga la sed. Tenemos sed atrasada y más de medio mundo carece de agua. Muy pronto un vaso de agua va a costar mucho más que diez barriles de petróleo. No es un vaticinio, es una realidad que ya se puede palpar aquí, en esta patria idolatrada, y en ese tan cercano medio mundo.
¿A qué se debe esta repentina necesidad de compartir preguntas? No me importa explicarlo, y, de querer intentarlo, no sabría. Aquí, en Buenos Aires, sucede el mes de octubre del año 2024 después del delgado Cristo. Supongo que en Mendoza el almanaque indica lo mismo. Aquí, en Buenos Aires, llueve como si fuera la primera o la última vez, pero pronto la lluvia se sosiega. Salgo a caminar y leo en un muro de vereda una pintada con el rápido trazo del aerosol. Prodigiosa síntesis, en 4 palabras: “Más amor por favor”. Así, de una, sin la coma después de amor. Es un pedido cargado de muy urgente advertencia. Los caminantes de ambos sexos y de cualquier edad le pasan de largo a ese singular “Más amor por favor”.
A propósito del amor y del prójimo y de la prójima, hagamos un esfuerzo.
Salgamos de ese vértigo al cuete que nos desemboca en ninguna parte. Observémonos: cada vez que damos un abrazo es porque alguien se va o regresa, o porque el bendito almanaque nos avisa que es Navidad o Año nuevo.
A ver, ¿cuánto hace que no damos un abrazo de repente, sin motivo alguno y sin explicaciones?
¿Y cuánto hace que no nos hincamos con asombro para beber el vaso de agua?
¿Y cuánto hace que no comemos nueces con pan a esa hora en que la tardecita es rumiada y mordida por las faldas de la noche?
¿Y cuánto hace que no reparamos en las venitas del aire?
¿Y cuánto hace que a nuestro aire no le pasamos la lengua y le lamemos la piel?
¿Y cuánto hace que no tomamos conciencia de que la música es el agua del aire?
¿Y cuánto hace que no silbamos mientras hacemos los trabajos o cuando vamos en el colectivo?
¿Y cuánto hace que no decimos “buen día” pensando, sintiendo, que el día es bueno gracias a la gestión del sol?
¿Y cuánto hace que no caminamos descalzos por la espalda de la tierra que nos parió?
¿Y cuánto hace que no decimos exactamente lo que pensamos sin calcular las consecuencias y sin mirar a quién?
¿Y cuánto hace que no lloramos en voz alta como saben llorar los niños?
¿Y cuánto hace que no soltamos a nuestras manos, con todos sus dedos, para que ellos consigan los goces hasta el alarido, y para que ellas, las manos, pronuncien el amor que no saben decir las pobres palabras?
¿Y cuánto hace que no abrimos la jaula de nuestro pecho para que salga buscando la luz nuestro apretado corazón?
A ver, ¿y cuánto hace que no nos tomamos el pulso, para sentir, para celebrar la sangre que nos viaja rauda por las venas?
¿Y cuánto, cuánto hace que no apoyamos nuestro oído sobre el pecho indefenso de alguien que duerme en nuestra casa?
Damas y caballeros, vivimos despilfarrándonos. Hacemos “como que” vivimos. Vivimos porque, en fin, “se usa”.
Pregunta incómoda: realmente, ¿vivimos cuando vivimos?
Tengamos el coraje de reconocerlo: vivimos desmayando, desangrando nuestra sangre. ¿Será ese el precio de ser “civilizados”?
Vivimos cancelando, descorazonando a nuestro corazón. ¿Significará eso ser bieneducados?
¿Será que estamos respirando impunemente?
Despilfarradores, desmayadores, desangradores, descorazonadores… caramba o carajo, no hacemos más que matar el Tiempo mientras que, por otro lado, no quejamos porque no hay tiempo y decimos que la Vida, la famosa Vida, se nos pasa demasiado rápido.
Impunes de toda impunidad, afrontemos otra vez la jodida pregunta: ¿Vivimos cuando vivimos?
Veloces para las coartadas nos diremos que no podemos pasarnos la vida haciéndonos preguntas. Consideremos que tampoco podemos pasarnos la vida sin preguntarnos nada.
Haber nacido, estar anotado en el registro civil es una cosa. Estar vivos es otra cosa, muy diferente.
Posdata. Sucede como con la democracia: una cosa es usarla como condón y otra cosa es sembrarla día y noche. No, no basta con ir a votar. Votar es algo más que apostar motivado por los hediondos trolls financiados. Votar es ejercitar la memoria. Es ser habitantes ciudadanos, es participar, es criticar desde la preocupación comprometida, es involucrarse en los primordiales actos de cada día.
Pasarse la vida aparentando y consumiendo y lavándose las manos y entregándose a la tan sembrada “ideología” de la paranoia, esquivando las preguntas esenciales, eso es una pena.
Más que una pena es un crimencito perfecto por el que nadie va a la cárcel, como debiera ser debido. Pero en realidad, para ese crimencito de lesa (in)humanidad, no hace falta cárcel ni castigo alguno. Suficiente con haberse uno condenado a ser un/a prolijo/ja bien vestido/da; en realidad, a ser no más que un resignado intestino eructante. Es decir, que estamos encarnando un peligroso militante de la indiferencia activa.
No sólo en Navidad y a fin de año, de vez en cuanto debiéramos bajar al hondo espejo de las preguntas. Las preguntas suelen ser inquietantes, peliagudas; como decía Alicia Moreau, incomodantes. Pero dejar las preguntas para mañana vendría a ser como dejar la vida para mañana.
Si se nos cruza alguna pintada que dice “Más amor por favor” no sigamos de largo. Paremos, salvemos ese minuto. Y tomémonos el pulso. Por favor.
* zbraceli@gmail.com / www.rodolfobraceli.com.ar
Una versión de este texto se publicó originariamente en jornadaonline, diario de la provincia de Mendoza
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