La eterna vocación de enseñar
En el Día del Maestro, una docente local destaca los valores de la enseñanza en el aula y revalida la importancia de la escuela pública como piedra basal de una sociedad más justa, comprometida e inclusiva.
Por Sandra Vázquez (*)
Durante estos días pensaba y los invito a hacer lo mismo; sobre el verdadero significado de la palabra “maestro”. En un principio comprendí que maestros somos todos. Los que de una u otra forma enseñamos algo, a quienes queremos. En ese sentido seríamos todos iguales. Siempre tenemos algo para dar, aunque no nos parezca.
Hoy nos convoca, el valorar otro aspecto de la misma palabra. El que cobra sentido a diario cuando vemos guardapolvos blancos con grandes personalidades, dueños de una magia inexplicable y única.
Somos quienes los vestimos, los protagonistas de este día. Los maestros de vocación. Los que festejamos los logros de los peques, los que nos emocionamos con sus progresos, los que no dormimos por planificar proyectos y tareas, los que nos frustramos con sus dificultades pero que al instante creamos otras estrategias para salir adelante, los que sacamos de la galera ocurrencias que despiertan sonrisas, calman dolores, provocan interés y ganas de reencontrarnos todos los días.
Somos los que muchas veces priorizamos el poner de pie a nuestra escuela, dejando de lado nuestras familias y realidades personales. Somos grandes estrategas a la hora de buscar sustitutos hogareños que ocupen nuestro lugar. Casa y escuela son sinónimos para un maestro. Ambos lugares juegan roles importantes en nuestras vidas y su simbiosis los hace inseparables con el correr de los años. Todo lo que hacemos lo pensamos en base al bien común. Es mucho lo que damos con el cuerpo, la mente y el alma, y mucho también es lo que recibimos.
Son esas infancias las que nos dan ganas de seguir, de superarnos a nosotros mismos, de agradecerles por estar ahí siempre, dándonos cariño en los buenos momentos y en los que estamos tristes o tenemos problemas. Ellos, con su dulzura, nos alientan a seguir y nos demuestran que no hay imposibles, que juntos se puede hacer mucho.
Elegir la profesión docente nos hace especiales, no cualquiera podría realizar esa tarea. Es un trabajo que involucra algo más que enseñar números, letras y sus posibles combinaciones. Somos madres y padres sustitutos, doctores ficticios, psicólogos, asistentes sociales, auxiliares, cocineros y más. Todo esto de corazón.
Compartir nuestras realidades con la comunidad, nos presenta como somos. Siempre poniendo lo mejor de cada uno para llenar los huecos vacíos de un sistema educativo que tiene falencias y necesita resolverlas. Mostrar y compartir lo que nos pasa y sentimos con otros, nos ayuda a socializar, a fomentar el esfuerzo y, por sobre todo, a procurar que los niños valoren y respeten lo que tienen, acompañándonos junto a sus familias y gobiernos en la búsqueda de progresos generacionales.
Aún queda mucho por hacer, pero desde nuestro humilde lugar de maestros, los invitamos a comprometerse y defender juntos los ideales de la escuela pública. Muchos de los cuales se fueron perdiendo con el tiempo, pero que necesitan ser recuperados. Como sociedad podremos vernos reflejados en las metas cumplidas.
El transitar distintos sentimientos, compromisos y logros por la escuela, pasarán a ser anécdotas en algún momento de nuestras vidas. Lo importante y que nunca se va a olvidar, son los secretos que guardan las paredes de las escuelas que marcan el rumbo en nuestras vidas. Las vivencias compartidas quedarán registradas en su interior, ocultas a la mirada de todos, pero presentes en los corazones. Es un orgullo ser parte de todo esto y hacer grande a nuestra escuela para continuar avanzando cada día.
Proyectemos un país más justo, con igualdad de condiciones y oportunidades, donde el bien común sea guía en la marcha y donde, a la par, seamos protagonistas de un futuro mejor.
(*) Vázquez es docente de Primaria en la Escuela N° 20 del D.E. 20 “Juan Ramón Jiménez”, y vecina de Liniers.