Se recordó en Parque Chas, el 212º aniversario de la Gesta Popular del Éxodo Jujeño
El acto se realizó el 23 de agosto en la Plaza que lleva el nombre de la proeza comandada por el general Manuel Belgrano, en 1812, ubicada en Bauness y Gándara.
La Junta de Estudios Históricos de Parque Chas organizó el acto de conmemoración del 210º aniversario de la gesta popular del pueblo jujeño comandada por el general Manuel Belgrano, que se produjo el 23 de agosto de 1812.
En el acto participaron los alumnos de la Escuela N.º 27 Distrito Escolar 15 “Petronila Rodríguez. También participaron integrantes de la Federación Frente NOA.
La denominación «Éxodo Jujeño» se le impuso a la plaza de nuestro barrio en el año 1970, según la Ordenanza N.º 25.374, publicada en el Boletín Oficial Municipal N.º 13.953.
¿Qué fue el Éxodo Jujeño?
La derrota en Huaqui (Bolivia), significó para los objetivos de la Revolución de Mayo, terminar con las esperanzas de un triunfo patriota por el norte, y la desprotección de las provincias norteñas.
En Yatasto (Salta), Belgrano, el nuevo jefe, recibe a 800 hombres reliquia de ese ejército sin armas, desmoralizado, incapaz de luchar, otra vez contra el poderoso ejército realista.
«La deserción es escandalosa, no hay interés por la patria».
Pese a eso, se decide volver a Jujuy, paso obligado al Alto Perú y a la plata de sus minas, para protegerla.
Reorganizar los cuadros, fue una tarea agotadora. Tuvo que disciplinar los soldados, abastecer el ejército, dar ánimos a la población, crear un ejército armónico, disciplinado, apto para luchar contra los aguerridos regimientos españoles.
Belgrano se vuelve ordenancista, riguroso, inflexible, intolerante ante cualquier falta de servicio. En esa disciplina se forman hombres que ilustrarán las armas argentinas: Manuel Dorrego, José María Paz, Gregorio Aráoz de Lamadrid, Cornelio Zelaya, Miguel de Güemes, Lorenzo Lugones.
Son jóvenes entusiastas en cuyas almas arde la llama inextinguible de un patriotismo exaltado.
El 25 de mayo 1812 por segunda vez presenta, ahora, ante el pueblo jujeño y a los soldados, la bandera de su creación. El gobierno lo reprende por esta actitud en el Triunvirato, y sus aliados no eran partidarios de seguir la Revolución.
A mediados de julio de 1812. Belgrano en conocimiento de que los realistas se fortalecían para invadirnos, formo un cuerpo de caballería de patriotas decididos, que hostigó el avance español hacia Jujuy. Pero el ejército Nacional no está en condiciones de resistir y la retirada se hace inminente.
La revolución parecía estar perdiendo la fuerza. El gobierno estaba atento a las noticias provenientes Europa.
El imperio Napoleónico se resquebrajaba. En España, crecía la esperanza de recuperar el poder. A eso le temían los porteños conservadores. El Triunvirato prefería negociar con los realistas americanos y bajar el perfil de la Revolución.
Temían al castigo, a la implacable represión con que ya se había castigado a otros pueblos rebeldes americanos. Para esa tarea negociadora Belgrano no era el hombre indicado.
El 29 de julio, Belgrano dicta un bando disponiendo la retirada ante el avance de los enemigos, «por los desnaturalizados que viven entre nosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud».
En agosto de 1812 se produce la invasión del ejército español, compuesto de 3.000 hombres. El 23 de agosto de 1812, dispuesta ya la retirada, lanza Belgrano su famosa proclama a los pueblos del norte:
«Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, os he hablado con verdad… Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres. . . «.
Al retirarse el ejército sólo quedará campo raso delante del enemigo, que no deberá encontrar casa, alimentos, animales de transporte, objetos de hierro, efectos mercantiles ni, desde luego, gente. Quienes no cumplan la orden serán fusilados, y sus haciendas y muebles quemados. Las clases populares se pliegan al éxodo sin necesidad de compulsión. No ocurre lo mismo con la clase principal. Algunos consiguen esconderse en espera de los realistas, otros deciden obedecer a Belgrano e irse con los bienes que pueden salvar.
Jujuy responde heroicamente al llamado patriótico. Y como en los viejos éxodos de la historia, todo un pueblo marcha con sus soldados – hijos de su seno – guiados por quien, sabedor de que esa es su hora de gloria, va sereno, hacia el campo de las Carreras, donde el drama ha de resolverse luego de treinta días de incertidumbre y duelo. La gente debía llevarse todo lo que podía ser transportado en carretas, mulas y en caballos.
Y así lo hizo. Los pobladores siguieron a Belgrano cargando muebles, enseres y arreando el ganado en tropel. Cuando el ejército español llegó a las inmediaciones, encontró devastación. Las llamas habían devorado las cosechas y en las calles de la ciudad ardían aquellos objetos que no pudieron ser transportados. Todo era desolación y desierto. El éxodo llegó hasta Tucumán, donde Belgrano decidió hacer pie firme.
Cabe destacar lo notable de este hecho, la retaguardia patriota y la vanguardia española peleaban permanente, pese a ello el trayecto Jujuy-Tucumán (250 Km.) se realizó en 5 días cuando en esa misma época napoleón en su avance hacia Rusia recomendaba no ir a más de 10 km. por día.
El plan de Belgrano resulto perfecto: no fue una improvisada marcha, ni una huida impostergable, sino una retirada al estilo moscovita ante napoleón ese mismo año. Fue un plan completo, admirablemente ejecutado, donde se logró batir económicamente al realista y deprimirlo moralmente, para derrotarlo en el sitio oportuno elegido con antelación en la ciudadela del Tucumán.
Esa retirada de agosto de 1812 constituyó la gran pueblada de la independencia nacional, llevada a cabo por hombres y mujeres que, en la búsqueda de su libertad, decidieron sacrificar sus pertenencias, poner fuego a sus propiedades, dejar tierra arrasada. Hasta que una noche, tucumanos, salteños y jujeños, sumados a la oficialidad, intiman a Belgrano a detener la fuga y presentar batalla a los realistas. Es un instante excepcional en la historia argentina: Belgrano debe debatirse entre la legalidad —las órdenes del Triunvirato— y la legitimidad —la decisión soberana de un pueblo que le exige desobediencia para constituirse en sujeto político de una nueva y gloriosa nación.
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