La memoria del frío
El recuerdo del paisaje linierense en los inviernos de antaño.
Por Daniel Aresse Tomadoni (*)
Días pasados, hablando con mi familia, surgieron mis recuerdos de cuando era chico y transitaba los meses más fríos del año en mi querido barrio de Liniers. En la actualidad muchos sostienen que en aquellos años los inviernos eran más crudos que los actuales, tal vez sea cierto, aunque uno siendo niño no lo haya sentido de esa manera.
Por aquel entonces, existían muchas formas de calefaccionar la casa, en especial con las históricas estufas a kerosene. En casa hubo dos: una a velas a presión y la otra, enorme, por goteo. Ambas poseían sus tanques de distintas medidas que se desmontaban y se transportaban hasta el almacén de la esquina, donde pacientemente don Henares se iba a otra dependencia del local y al rato regresaba con los tanques llenos de combustible.
Era frecuente que los almacenes contaran con este líquido vital para que los meses invernales fueran más agradables. En otras entregas mencioné otro almacén sobre la calle José León Suárez que, si bien nació como carbonería, con el tiempo se convirtió en una despensa. Claro que, en este caso, el uso de ese carbón para alimentar los braseros era muy peligroso por las intoxicaciones que muchas veces solían provocar.
Recuerdo que, en la calle, cada mañana yendo para la escuela, el pasto estaba cubierto por una enorme escarcha, al tiempo que en distintos sectores de la vieja Feria N° 47, que se extendía paralela a la avenida General Paz, en enormes tachos metálicos surgían llamaradas donde los puesteros instalados desde la madrugada intentaban paliar el frío de la mañana. Frente a esa ya desaparecida Feria, en la cabecera de la Línea 2, los choferes apuraban el café para salir a cubrir una vez más la ruta Liniers-Aduana, dejando a los viejos ómnibus Leyland encendidos para que el gasoil se mantuviera caliente y el vehículo operativo.
Por su parte, las heladerías se convertían en bombonerías y hasta hubo una, Fratelli, en la Galería Crédito Liniers, que se animó a transformarse en una completa churrería a comienzos de los años 70’, con una gran cantidad de público ávido de “entrar en calor” con unos buenos chocolates con churros. Cerca de allí, la desaparecida Pizzería Liniers, ofrecía churros, pastelitos y bolitas, freídos a la vista en una de sus vidrieras sobre la avenida Rivadavia. Con los años les salió a competir la churrería “Cuore”, ubicada en Montiel casi esquina Rivadavia.
En esos días, los locales de ventas de lanas, del muy de moda en ese entonces “tejido de punto a medida”, de prendas de invierno y hasta la propia casa de venta de artículos de goma de Lisandro de la Torre y Rivadavia, eran los más concurridos, en especial este último, por la venta de bolsas de agua caliente.
Por otra parte, los agentes de venta de Wanora, en Ramón Falcón entre Carhué y Cosquín, y el de Knittax, en la Galería Crédito Liniers, proveían de distintas formas a las interesadas en tejer, ya sea con insumos o con las máquinas de tejer, tan buscadas en ese entonces. Al frío se lo combatía de forma sencilla, práctica y económica. Para los días de lluvia, la sucursal de pilotos Aguamar, en General Paz casi Rivadavia, contaba con un amplio surtido de pilotos, capitas y hasta sobretodos.
De esta manera intenté recuperar parte de los recuerdos de ese Liniers que disfruté de chico todo el año, y muy en especial en los crudos inviernos de mi infancia, que seguiré evocando en las sucesivas entregas. Hasta la próxima y muchas gracias por permitirme compartir estos recuerdos con ustedes.
(*) Aresse Tomadoni es director general de “Relatos del viajero” y “Épocas del mundo” que se ofrecen a través de Youtube