Cooperativa de Editores de Medios de Buenos Aires
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Libre

 

 

 

 

 

Llegó la noticia que esperaban millones de personas en todo el mundo: Julian Assange recuperó su libertad. Después de casi siete años de asilo en la embajada ecuatoriana en Londres y poco más de cinco años en la cárcel británica de máxima seguridad de Belmarsh, Julian Assange recuperó su libertad. Se subió a un avión, paró en la Islas Marianas para firmar un acuerdo judicial con Estados Unidos, acuerdo en el que se declara culpable de crímenes que no cometió, y partió a Australia, su tierra natal.

 

Con un proceso de extradición avanzado Assange enfrentaba una pena de hasta 175 años de cárcel en Estados Unidos por espionaje, cuando todo el mundo sabe que no sólo Assange no es un espía sino todo lo contrario. Publicar información de interés público que se mantenía secreta, o sea hacer público lo privado, es un acto que se llama periodismo. No puede confundirse con la venta de secretos a un país o empresa, lo cual sí constituye un acto de espionaje. Publicar es un acto público, espiar un acto privado.

Assange no conspiró con Chelsea Manning para robarle secretos a Estados Unidos. Manning le ofreció información para ser publicada y Assange aceptó, como todo buen periodista. Luego publicó esa información asociada a cinco de los medios más importantes del mundo, entre ellos el New York Times, que ganó un premio Pulitzer por publicar la información que le compartió Assange.

Los sucesivos gobiernos estadounidenses de Obama a esta parte quisieron vengarse de Assange por haber publicado información de crímenes de guerra en Irak y Afganistán, injerencias de embajadores estadounidenses en asuntos de otros países, presiones en favor de empresas estadounidenses, gobernantes corruptos de países aliados, vigilancia secreta de ciudadanos estadounidenses y espionaje de instituciones multilaterales y líderes mundiales, entre otros delitos y revelaciones vergonzantes.

Dijeron que era un hacker, que no se bañaba, que trabajaba para los rusos, que era un egomaníaco y un violador. Asesinaron su imagen pública con mentiras, pero no alcanzó. Practicamente todos los organismos de derechos humanos, derechos civiles, libertad de expresión y derecho a la información de todo el mundo, presidentes de todo el mundo, sindicatos de periodistas de todo el mundo y dueños de medios de todo el mundo, junto a millones de rostros anónimos de todo el mundo reclamamos su libertad. Y un buen día el gendarme del mundo que vendió y se compró la idea de que su destino manifiesto era el de exportar democracia al mundo no pudo seguir mostrando tanta hipocresía y tuvo que liberarlo.

Ahora ya está, Julian Assange recuperó su libertad. ¿Cómo seguimos? Publicando. En la Argentina las filtraciones de información escasean, acaso por pautas culturales que nos hacen creer que compartir documentos con el público es ser buchón. Siguiendo el ejemplo de Assange sería bueno cambiar de paradigma.

La información no se puede robar porque no es de nadie. Se sabe o no se sabe. El acceso a la información de interés público está garantizado por nuestra Constitución y nuestra Constitución está por encima de las leyes y estatutos de seguridad informática y de información clasificada estatal que en teoría prohiben el acceso a información supuestamente secreta. Si uno accede a esa información, y esa información es de interés público y el único propósito del acceso es publicarla, entonces el acto de acceder y publicar esa información está protegido por la Constitución. Cada vez que un político o empresario comprometido recita y un medio tradicional repite y multiplica la idea de que una filtración periodística es un hackeo ilegal, habría que decirle a esos políticos, empresarios y periodistas que lean la Convención Interamericana de Derechos Humanos, también llamado Pacto de Costa Rica, que nuestra Carta Magna incorporó en la reforma de 1994 y que garantiza el acceso a la información pública.

Necesitamos uno y mil Assanges. Una y mil filtraciones. En estos tiempos en que casi todo se sabe, pero muy pocos pueden acceder a esa cuasitotalidad informativa es imperativo revelar secretos para que la información circule y el conocimiento se democratice.  Si la información no circula las democracias mueren. Ahora que la posverdad, fake news, comunicación corportativa y reportería militante disfrazadas de periodismo se adueñaron del espacio noticioso, el último refugio que le queda al periodismo en serio es ir a la fuente originaria, al documento probatorio incontrovertible. Ahora que todos podemos publicar, todos podemos ser periodistas.

Publicar la verdad sin verso, sin bajada de línea, sin intereses ocultos. Publicar documentos auténticos y testimonios en primera persona de testigos irrefutables. Honrar el legado y el sacrificio de Assange y el de tantos periodistas valientes. Acceder, chequear, filtrar y publicar para defender nuestra libertad.

 

Fuente: filtraleaks.com/Santiago O’Donell

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