Historias entre rieles y nostalgia
Una mirada retrospectiva al Liniers de antaño, cuando los Talleres Ferroviarios eran el motor del barrio.
Por Ricardo Giuzio (*)
Mi padre era un tipo simpático, aventurero, generoso, pero, además, justiciero por naturaleza. Corría la década del 20’ y él era ferroviario, como gran parte de los vecinos de Liniers en aquel entonces. En los Talleres -que aún hoy se yerguen entre las estaciones de Liniers y Villa Luro- se vinculó con Carlos Ratti (también conocido como “el Zurdo”) un tipo sereno y corpulento con unos brazos que parecían piernas. Mi padre y el Zurdo armaron un dúo al que los contramaestres ingleses solían transmitirles las órdenes con mucha suavidad.
Cierto día mi madre me dejó en la peluquería de Murguiondo al 100 y esperé pacientemente mi turno entre media docena de ferroviarios. Cuando el peluquero Pedro Falcone me sentó en la sillita alta para cortarme el pelo, les dijo a los presentes “este es el pibe de San Lorenzo”, como solían llamarlo a mi Viejo. Al instante todos me empezaron a rodear como si fuese el eslabón perdido. Uno me acarició la cabeza y me llamó “hijo e’ tigre”. Aunque necesité varios años para comprender aquella demostración de afecto, confieso que nunca la voy a olvidar…
El Zurdo siempre contaba que, en la fonda de Rivadavia y Risso Patrón, donde se juntaban a almorzar con mi padre -a pocos metros del puente peatonal que comunicaba a los talleres con el barrio- había un tano que permanentemente repetía “este país es una merda, esta carne es una merda”. Hasta que un día mi Viejo se hartó. Se paró, tomó el plato del tano que contenía un churrasco a caballo, y se lo refregó en la cara. La fonda enmudeció por completo y el tano jamás volvió a abrir la boca.
En otra oportunidad, un amigo le pidió a mi padre si podía ayudarlo, pues había visitado a un curandero que lo había estafado. El curandero en cuestión era nada menos que el por entonces famoso “Hermano José”, que el actor Pepe Arias llevara al cine por Argentina Sono Film en 1941. Una vez en el lugar, mi padre y su amigo fueron recibidos por el “gran hermano”, quien les dijo a los presentes: “hay hermanos que vienen a perturbar nuestra armonía”. Mi padre primero observó la distancia que debía recorrer para tomar del cuello al curandero, y luego, con un taco de madera destruyó la única lamparita para dejar el salón en penumbras. Cuando volvió la luz, la mitad de la gente había huido. En el suelo quedaban retazos de ropa, zapatos, el Hermano José retorciéndose de dolor y mi padre con la ropa desgarrada y algunos magullones. Acto seguido, todos fueron a pie hasta la comisaría 44ª, que estaba en Rivadavia y Albariño. Mi padre zafó del delito de lesiones gracias al comisario, que además le dijo “quiero agradecerle lo que hizo. Espero que el Hermano José no regrese a mi jurisdicción, ni usted a mi comisaría”.
(*) Giuzio es un destacado actor, director y escritor de Liniers, barrio al que ama profundamente.