La universidad pública como sinónimo de inclusión, excelencia y futuro
El desfinanciamiento de las universidades públicas puso en estado de alerta a todo el país, que poco después expresó su descontento en la marcha federal universitaria. La movilización del 23 de abril fue mucho más que una simple manifestación: convocó gente de diversos estratos sociales en diversos puntos del país, mucha más de la que cualquier organización política podría aglutinar. La universidad pública forma parte de las bases de la sociedad argentina, y genera uno de los pocos consensos en los que la ciudadanía coincide. En ese marco, el barrio no es la excepción. En este informe se conjugan los diversos aspectos que hoy giran en torno a la universidad pública: su labor social, el acceso a extranjeros, la acusación de adoctrinamiento y el valor y el prestigio que representa. Distintas miradas de un debate socialmente aceptado.
Andrés Martínez, es egresado de la UBA. Nació en Merlo, San Luis, pero se crio en Liniers. Hoy trabaja en el Banco Mundial y desde el 2008 vive en Washington D.C. Su caso es muy particular: ingresó a la universidad con 15 años, hizo el primer año del CBC y en dos años y nueve meses ya se había graduado en la Facultad de Derecho. “Tengo magníficos recuerdos de la UBA -asegura-. Tuve un vínculo muy pragmático: iba, estudiaba, rendía libre algunas materias y cursaba la mayor cantidad que podía, además hacía cursos de verano para ir adelantando”. Dice que jamás pensó en abandonar la carrera, como suele ocurrir con algunos alumnos. “En ese momento mi vieja estaba sin laburo -recuerda- y me dieron una beca para los apuntes. Además, tenía otra de una fundación, cosas chiquitas que ayudaban con los costos. Eso me permitió estudiar y terminar la carrera”. Desde entonces, Martínez forjó un “gran sentido de pertenencia” con la universidad que lo formó, y hoy en día lo siguen convocando a dar charlas en la Facultad de Derecho. “Siempre que puedo trato de volver a la universidad, porque es un lugar muy importante, y no soy el único, conozco mucha gente que lo hace, y eso me alegra. Yo lo considero casi una obligación moral devolverle algo a la UBA de todo lo que me dio”, expresa.
Como especialista global en finanzas, Andrés ha dado charlas en universidades de todo el mundo. “Me ha tocado estar en la University of Pennsylvania, top de Estados Unidos; en la London School of Economics; en Singapore Manegement University; en Saint Jhon’s University de Nueva York, pero te puedo asegurar que volver a la UBA tiene un sabor especial, yo me siento parte, ahí vuelve a aparecer ese sentido de pertenencia”, confiesa. También destaca la labor social de la universidad, que “permite construir una red de profesionales en el país, y propicia la movilidad social ascendente”. Una vez recibido de abogado, Andrés trabajó seis años en un estudio jurídico mientras hacía una maestría en Derecho Empresario en la Universidad Austral. Después hizo una visita a la Universidad de Denver, Colorado; donde también tomó clases, y finalmente terminó entrando al Banco Mundial en 2008. “Fue un camino largo, pero sin duda la piedra inicial fue la educación en la UBA”, reconoce el hincha del Fortín.
Valeria Beverstein, también es de Liniers e hincha de Vélez. Se graduó en la UBA en la Facultad de Ciencias Económicas. “Estaba donde tenía que estar comenta”, comienza evocando su paso como estudiante. “La UBA es una universidad de calidad, la aprecio mucho, y estoy orgullosa de haber estudiado allí”. A diferencia de Andrés, la contadora tardó diez años en terminar la carrera, en los que debió lidiar con situaciones complejas, como la enfermedad de su abuela. “Tuve que optar por cursar menos materias para poder estar disponible en otras situaciones que pasaban en casa”, remarca la actual ayudante de cátedra en la materia Gestión y Costos, de la Facultad de Ciencias Económicas. El caso de Valeria resulta bastante habitual en la vida universitaria, donde hay alumnos que deben postergar sus estudios por situaciones personales. Sin embargo, ella logró ser la “primera universitaria en la familia”, lo que además le permitió acceder a un trabajo formal. “Ya hace 24 años que soy ayudante de cátedra -destaca- y me siento orgullosa de serlo, porque me permite devolver parte de lo que la UBA me dio”.
En ese sentido, Valeria subraya la labor social que cumple la universidad pública. “Nivela mucho -enfatiza- es el lugar donde conviven todos los estratos sociales y eso nos abre la cabeza. Esa pluralidad es la esencia de la universidad pública, porque permite que todos podamos acceder al derecho que yo tuve en su momento, que está avalado en la Constitución y que debe seguir existiendo”.
Victorio Di Stefano también es primera generación de graduados universitarios de su familia. Es contador público y licenciado en administración de la UBA. Victorio tiene su propio estudio profesional, pero, además, hace 40 años que es docente en la universidad (en la misma materia en la que Valeria es ayudante) donde no sólo forma alumnos, sino también docentes.
El licenciado cuenta que, al principio, la vida de estudiante fue un poco dura, con mucho estrés, porque debió pasar el examen de ingreso que era “bastante cruel, de cada siete inscriptos entraba uno”, recuerda. Luego, durante los ocho años que duró la carrera, debió combinar el estudio con el trabajo. “Fui rindiendo como pude, pero jamás perdí la voluntad ni la vocación”, destaca. “Conozco un montón de gente que cursó conmigo e iba quedando en el camino, porque se le hacía muy cuesta arriba la carrera. Por eso la voluntad es esencial para salir adelante”.
Mientras estudiaba y trabajaba, Victoria también fue formando su familia. “Encarar una carrera universitaria exige un compromiso. En mi caso, en la universidad pública, no arancelada, si se me prolongaba la carrera no tenia en el medio un costo adicional. Distinto hubiese sido en una privada, donde el dinero que se invierte es mucho”, sostiene. Sin embargo, cuando Victorio ingresó a la universidad pública en 1979 -pleno apogeo de la dictadura- durante un par de años debió pagar un arancel. “Creo que fue en el 81, 82 y parte del 83, hasta el advenimiento de la democracia. No era una cuota como en una privada, pero era un arancel que tuvimos que pagar”. Como sea, desde que Victoria ingresó a la UBA, jamás se fue. Pasó por distintos puestos y concursos hasta llegar a donde está hoy. “¿Qué significa la universidad en mi vida? Te diría que todo. Tengo 63 años y soy otro desde que estoy en la UBA. Con o sin título la universidad te cambia la vida, pero el título me permitió acceder a trabajos muy diferentes a los que podría haber accedido si no me hubiera recibido”, reconoce Di Stefano, y asegura que “la Argentina es lo que es gracias a la universidad pública”. Luego agrega que “la universidad pública en general y la UBA en particular, por la masividad, es un trampolín que abre puertas en el mercado laboral”.
Di Stéfano también destaca la función social de la universidad pública. “Si hay algo que hace que las sociedades sean parejas, puedan mejorar, desarrollarse y lograr rotación social ascendente, es la escuela pública y particularmente la universidad pública”, expresa, y luego argumenta “Argentina es el único país latinoamericano que tiene premios Nobel de ciencia, y no tiene uno, tiene tres. Y eso es gracias a la universidad pública. Dos son de la UBA y otro de la universidad de La Plata. Y los otros dos premios Nobel, que son Premios Nobel de la Paz, también pasaron por la UBA”. En ese sentido, el docente, además, asume que “en términos políticos podría decirse que, a más educación, más libertad, así que, si se aspira a la libertad, cuanto más educado estás, más libre sos”.
Puesto a polemizar con algunas voces de la actualidad, Victorio se atreve a imaginar un futuro inmediato. “Todavía no sabemos qué va a venir en este mundo ‘postmillenial’, en el que empieza a ser reconocida mucha gente que no tiene demasiada educación. En lo personal creo que ese proceso es efímero. No quiero ofender a nadie, pero, de cantantes que sin mucha formación musical son exitosos; de youtubers que sin mucha educación formal son exitosos, no creo que pueda surgir un modelo permanente, en algún momento eso cae por su propio peso. En cambio, cuando tenés una solidez atrás, podés tener esas mismas profesiones y sostenerte en el tiempo”. Y ofrece un ejemplo: “Brian May, el guitarrista de Queen, es astrofísico. Toca la guitarra, pero pasó por la universidad, la abandonó y después que tenía la vida más o menos acomodada, terminó la carrera”.
El contador ve a la universidad pública como un piso de igualdad social, siempre por arriba de la linea de flotación. Dice que, en términos estadísticos, “si te fijás, casi todas las estadísticas de niveles de desocupación y de calidad laboral, a mayor nivel de estudio, mejor calidad de trabajo, y menor nivel de desocupación. Ese es el único relato matemático casi exacto”.
Otro punto en debate en torno a la universidad pública es el acceso a los extranjeros. Victorio y Valeria opinan de manera similar. Como exalumnos y docentes de Ciencias Económicas, resaltan que, en carreras como la suya o en Derecho, no se suelen encontrar tantos extranjeros, ya que luego ex complejo revalidar el título en su país de origen por la gran cantidad de leyes, decretos y resoluciones, que las vuelven muy locales. En cambio, en carreras como Medicina, Odontología o Ingeniería, entre otras, si se observa una mayor cantidad de extranjeros.
Ambos coinciden en que, de alguna manera, habría que lograr que ese alumno extranjero que estudia gratuitamente en Argentina le “devuelva” algo a la universidad, así como lo hicieron ellos. Victorio plantea una “condición de reciprocidad, en la que, si viene alguien de otro país a estudiar acá, yo pueda ir a ese país a estudiar con la misma potestad”. Pero en esa condición de reciprocidad encuentra dos fallas. La primera -y la más obvia- es que el estado vecino no acepte cubrir la cuota del estudiante argentino que decida ir a estudiar a Brasil, Uruguay, Bolivia, Perú, etc. Y la segunda, que se siga eligiendo la universidad argentina (tanto por argentinos como por extranjeros) simplemente porque es mejor. “Cuando algo es mejor, es un foco de atracción, y entonces si la UBA, la Universidad Nacional de La Plata o la de Córdoba, tienen tanta historia y son de las mejores de Latinoamérica -la UBA en particular está entre las cien mejores del mundo- entonces es inevitable que alguien de Chile, de Bolivia, de Perú, de Venezuela, o de cualquier país vecino, venga a cursar acá. Es inevitable”.
También está el caso de aquellos extranjeros que viene a estudiar y se afincan en el país. “Si va a venir un médico a formarse a la Argentina, pero después va a trabajar diez años de médico acá, cobrando salarios de hospital público, ese tipo es un sacrificado, no un privilegiado, por lo tanto, le está devolviendo la formación al país que lo formó. Ahora, si viene, se recibe y se vuelve, es un problema”, sostiene Victorio, y plantea que al extranjero que venga a estudiar a la universidad pública, luego de graduarse se le exija una cantidad de años de servicio a cumplir como profesional en la Argentina. “Tiene que cumplir X años de labor profesional acá. Por ejemplo, si la carrera dura seis años, te tenés que quedar por lo menos otros seis brindando tu profesión en el mismo país”. Victorio entiende que, de esta forma se echaría por tierra la idea del arancelamiento. “Ahí la mirada sería que se vino a la Argentina porque acá la universidad es mejor, no porque es gratis. Y eso me cierra mucho más, porque prestigia la decisión del estudiante”, analiza.
Por último, el otro punto puesto en debate fue el del supuesto adoctrinamiento, que sufrirían los estudiantes de las universidades públicas. “Con los profesores que tuve siendo estudiante -expresa Valeria- y sobre todo con el que soy ayudante, nunca hubo ningún tipo de adoctrinamiento hacía ningún partido político. Se apunta simplemente a tratar de ver la realidad de lo que esté sucediendo en el momento, con el gobierno que esté”. Y hace hincapié en que “nunca hubo una obligación de hacer un comentario, o de decir algo en favor o en detraimiento de alguien”. Di Stéfano, por su parte, sostuvo “si lo tomamos desde el enfoque que se le quiere dar a la palabra adoctrinamiento, no hay adoctrinamiento en la universidad pública, bajo ningún punto de vista”. Sin embargo, remarca que “quizá, en carreras que tienen un mayor sesgo político, uno podría pensar que los docentes tienen un determinado pensamiento y tratan de bajar su impronta”. Pero luego aclara que la universidad pública tiene docentes muy variados y, por lo tanto, “te podés encontrar con uno que piensa muy hacía una linea política, y otro que piensa todo lo contrario”.
Según Victorio, esa heterogeneidad de miradas tiene que ver con la manera de autorregularse que tiene la universidad, con consejos directivos votados por docentes, graduados y alumnos. Y luego plantea un debate interesante “si vamos a hablar de transmitir un determinado sesgo -ahonda- es más fácil que ese adoctrinamiento se de en una universidad privada, porque allí los profesores son elegidos a dedo, y eso no significa que los elijan mal, pero si que están elegidos en función de que cumplan determinada condición”. Remarca que en Argentina “hay universidades que tienen sesgo religioso, que están armadas desde la iglesia. Seguramente va a haber un sesgo, seguramente vas a tener dentro de tu curricula, doctrina social de la iglesia, o teología, o filosofía dada con un determinado sesgo en una universidad confesional, que no va a estar presente en una universidad pública. Y eso es más fácil que se de en la universidad privada que en la pública, porque en la pública hay muchísimo más debate, y la pluralidad de ideas es sinónimo de la universidad”.
Santiago Panetta