El Vélez de los milagros y el campeón que no pudo ser
El Fortín -que una vez más debió afrontar un tramo del partido con un hombre menos- jugó la final con los dientes apretados y por momentos con buen fútbol, ante un rival que le cedió el balón y casi no lo inquietó. El uno a uno con el que finalizó el tiempo reglamentario y se mantuvo en el suplementario, obligó a la definición por penales. Allí Estudiantes fue más efectivo y se alzó con la Copa de la Liga. Párrafo aparte para el apoyo inconmensurable del pueblo velezano, que copó el estadio de Santiago del Estero y alentó al equipo en forma permanente, tal como ocurrió en San Luis y San Nicolás.
Vélez salió a jugar la final sabiendo que tenía argumentos para ser campeón y que la fuerza que había sacado de sus flaquezas eran suficientes credenciales para animarse a pelearle el título a un Estudiantes mañoso y bien planteado, dirigido por el astuto made in Fortin, Eduardo Domínguez.
Y así lo hizo. A los 6’ Christian Ordóñez sacó un sablazo desde treinta metros que sacudió el travesaño de Matías Mansilla y que por milímetros no se clavó en el ángulo. Un minuto antes, el primero de otros tantos desbordes de Thiago Fernández por izquierda permitió el lucimiento del uno Pincha, que desvió al córner. A los 11’ otra vez Ordóñez, tras un nuevo desborde de Fernández, el mediocampista central remató al segundo palo y la pelota se fue por poco. Pero dos minutos más tarde llegaría el gol de Estudiantes, con un disparo tremendo desde 30 metros -muy similar al de Ordóñez- que le picó antes a Marchiori y se metió junto al palo.
A pesar del gol, el partido siguió teniendo a Vélez como dominador y cada llegada hacía tambalear el arco de Mansilla: un remate de Thiago Fernández a los 19’ -a la postre, la figura de la cancha junto a Bouzat y Sarco-, una pirueta de Francisco Pizzini a los 21’ que no entró de milagro, y un cabezazo impreciso de Thiago Vecino, que durante toda la primera etapa, imprecisiones y desaciertos mediante, hizo extrañar a horrores a Brian Romero, que no pudo ser parte del equipo por haberse ido expulsado en la semifinal contra Argentinos Juniors.
Pero a los 13’ del complemento, un codazo de Damián Fernández -que hasta que estuvo en cancha volvió a ser una muralla en el fondo del Fortín- dejó a Vélez con diez y uno a cero abajo. El técnico Gustavo Quinteros, debió entonces mover el banco y a los 16’ puso a Emanuel Mammana por Elías Gómez y al juvenil Alejo Sarco por el improductivo Thiago Vecino. Apenas un minuto después, cuando todo hacía prever que la mesa estaba servida para el banquete del Pincha, una contra exquisita pergeñada por Thiago Fernández y concluida con maestría por el recién ingresado Sarco (foto), puso el partido 1 a 1 con un verdadero golazo que hizo estallar a la fervorosa parcialidad fortinera.
A los 24’, Estudiantes también se quedaría con diez luego de que Benedetti embistiera desde atrás a Pizzini, que se disponía a enfrentar mano a mano a Mansilla para buscar el segundo del Fortín, tras una asistencia quirúrgica de Claudio Aquino. Dos minutos más tarde, el propio Aquino haría estallar a todo el público fortinero -y hasta al propio Pollo Vignolo en su relato- cuando un tiro libre suyo sacudió la red del arco de Estudiantes, pero del lado de afuera…
Con el resultado igualado en los 90’, la final se fue al alague. Y el primer tiempo de la prórroga fue el único en el que Vélez le cedió el balón y el dominio de las acciones a Estudiantes, que sólo logró inquietar con tiros de media distancia. El Fortín, por su parte, tuvo un par de chance con el escurridizo Sarco. Los últimos quince fueron a puro nerviosismo, con los jugadores sin piernas a la espera de algún error del rival, hasta que el pitazo final obligó a la lotería de los penales, con dos verdaderos exponentes del género entre los tres palos: Tomás Marchiori en el Fortín y Matías Mansilla en el Pincha.
Comenzó pateando Vélez sobre la tribuna de la parcialidad linierense. Mammana puso el 1 a 0. Luego Pablo Piatti igualó en uno para Estudiantes y Sarco volvió a poner en ventaja al Fortín. A su turno, Marchiori le detuvo con maestría el disparo a Mancuso, pero posteriormente Mansilla hizo lo propio con el de Joaquín García. Javier Correa puso el 2 a 2 para Estudiantes y Mansilla -nuevamente- se lo atajó a Santiago Cáseres, que pateó débil y anunciado. El colombiano Cetré puso arriba a Estudiantes y Lenny Lobato lo empató para Vélez. Si Santiago Ascacibar convertía, Estudiantes ganaba la Copa, pero una vez más se lució Marchiori y se lo contuvo con suspenso. Todo hacía supone que el envión anímico pondría a Vélez en lo más alto, pero Mansilla terminó de convertirse en figura al taparle el disparo al juvenil Montoro y permitir que Fernando Zuqui, con su gol, dijera que Estudiantes se coronaba campeón.
En síntesis, una definición para el infarto que por el trámite del partido debió ser para Vélez en el tiempo reglamentario, pero que la mejor puntería del elenco platense terminó por definir para Estudiantes.
Un sabor agridulce para el pueblo fortinero que acompañó masivamente al equipo. Por un lado, por no poder haber vuelto a Liniers con la Copa, y por el otro, por disfrutar de la enjundia y la valentía de un equipo que, con el gran aporte de su técnico, supo revertir una situación más que compleja que hasta hace meses lo tuvo al borde del descenso, para quedar un paso de coronarse campeón. Tal vez por eso, todo el estadio en Santiago lo aplaudió de pie y en el Amalfitani hicieron lo propio aquellos que no pudieron viajar.