Eduardo Morales, un señor serio que hace reír en serio
El creador de “El bananazo”, célebre unipersonal de los 90’, habla del humor, del barrio y de su faceta creativa
La tarde de domingo es especial: plomiza, calurosa y con elecciones. Cumplido el deber cívico, Eduardo me recibe en su cálido hogar de Liniers, con mate y ganas de charlar. Nos conocemos hace mucho pero hoy la curiosidad me lleva a ir más allá.
– ¿Quién es Edu Morales, a qué se dedica? ¿Podríamos decir que es un adulto que no deja de jugar?
– Quién soy no sé, sí te puedo decir quién voy siendo, es una noción cambiante, nunca somos lo mismo. Te puedo decir que hago que la tengo más clara. Soy comediante, guionista, publicista, un poco músico. Ahora armé una banda con un amigo de toda la vida y es un éxito para mí, porque disfruto lo que hago. Porque el éxito para mí está en el proceso, no en el resultado.
– ¿Ser humorista es una habilidad?
– Para mí es una actitud, es un chip que tengo activado, ante cualquier situación buena o de las otras, me sale el chiste, claro que a veces me lo tengo que guardar. Desde pibe soy así, mi primer mini auditorio fueron los compañeros de colegio a los que les cantaba canciones picarescas y les contaba chistes. Por entonces yo ya sabía lo que quería hacer, pero primero cumplí el mandato familiar y estudié publicidad. Eso sí, ni bien me recibí colgué el titulo y me dedique a lo mío.
– ¿Cómo llega “El bananazo” a tu vida?
– También jugando, El bananazo es un unipersonal donde yo rememoro la historia de dos amigos que conocen a dos hermanas en San Clemente. Ellos se creen muy ganadores y se deshacen en artilugios, pero en definitiva no pasa nada con las pibas. Esta anécdota, que es verídica, se fua haciendo viral, boca a boca, y este amigo que te comenté, de la infancia, me empujó a que me presentara en un bar por Palermo. Así se fue armando una rotación de bar en bar, de teatro en teatro y estuve en cartel más de quince años con ese espectáculo.
– ¿Podría decirse que sos uno de los pioneros del standup argento?
– No, porque el standup tiene otra dinámica. Lo mío es como ver una película, con mi estilo, que es muy exagerado y grosero. Cuento una historia, hay un relato. Eso sí, al comienzo siempre sucedía algo catártico: yo salía a escena y el público me insultaba una media hora. Después, cuando se cansaban, recién entonces arrancaba. Era fabuloso, se generaba una complicidad única e irrepetible. Para mi salir a escena es un momentazo, mira qué loco, no me genera ni pasión ni ansiedad, pero sí siento mucho respeto, compromiso, disfrute, responsabilidad, energía, amor. Y después no puedo dormir, tengo la adrenalina al tope.
– Imagino que ese humor ya fue, y habrás tenido que adaptarte a esta nueva época…
– Si, obvio, hay que tomarse más trabajo ahora para hacer humor. El paradigma cambió y lo celebro. Estamos viviendo en la era de la empatía, no sólo importa que seas buen comediante, sino buena persona. El público a través de las redes tiene más chances de conocerte, y si no le gusta te cancela así seas extraordinario. Antes todo eso no era relevante y no se sabía todo, era más privado. Ahora hay que armar una línea de flotación moral donde digas “mirá, estamos del lado de los buenos ¿te queda claro? si vamos a hacer chistes, con esos chistes no queremos ofender a nadie, estamos bromeando”.
– ¿Cómo llega a tu vida la publicidad?
– Soy publicista porque combiné mi deseo artístico con el deseo de la familia. Arranqué de casualidad, me llamaron para actuar un comercial de Telecom porque me habían visto en “El bananazo”. Me acuerdo que llegué el estudio, estaban los creativos y el equipo de cuentas y no les gustaba el libreto. Entonces les dije “¿por qué no cambian esto y lo dicen así”. Cuestión que vino el cliente, le gusto mi idea y así arranque en Agulla y Baccetti. Y como guionista pasó algo similar. Tenía 21 años y estudiaba teatro con Esteban Mellino, un día me enteré de que no tenía guionista para el profesor Lambetain y ahí, ni corto ni perezoso, le preparé algo para que lo usara en la tele. Mi guión gustó y a la semana me estaba llamando Marisa Badia para firmar un contrato y sumarme a Badía y Compañía. Con Caramelito Carrizo pasó algo parecido. Yo primero le leía el guión a mi hija Victoria, y si a ella le gustaba, lo mandaba.
Pero la carrera de Eduardo como guionista no se agota allí. En radio escribió para Roberto Pettinato, para Fernando Peña y para Santiago del Moro, y en materia teatral hasta se atrevió a dar una vuelta de tuerca. “Hace poco hicimos una experiencia de teatro inmersivo. Como autor estuvo muy divertido. La idea es que el público no vaya a ver un espectáculo, sino que la historia le ocurra al espectador, algo muy loco. Ahora estoy preparando material para el teatro Polonia, son unas historias breves de quince minutos, siempre estoy trabajando en algo”, asegura, y luego lanza algo así como la clave de su éxito “gran parte de mi trabajo es eso, encausar toda mi locura y convertirla en algo que te haga reír”.
– ¿Cómo afecta la crisis al humor?
– La crisis es cultural, más allá de lo material. Está todo tan segmentado que tengo que andar chequeando una referencia. Por ejemplo, si hago un chiste con el Rodrigazo, hay chicos que no lo conocen; o si hablo de Van Gogh, tengo que ver hasta donde amplío mis referencias para no quedar desfasado durante un show. La crisis cultural afecta mucho el guion. Influye en lo que quiero decir y en cómo lo quiero decir. A mí me gusta mucho hacer imaginar al público, por eso nunca me esfuerzo en el vestuario ni en la escenografía. Moriré con las botas puestas en ese sentido, me gusta subir al escenario y hacerte ver la película. Ese es el juego, que tu cabeza complete lo que no se ve. Imaginar.
– ¿Un lugar en el mundo?
– Mi barrio, amo la onda que tiene, sus calles, sus plazas. Me reconozco cuando salgo a caminar, soy velezano de alma y corazón. Decididamente Liniers es mi lugar en el mundo. Claro que hay lugares más lindos, ya lo sé. Pero si tengo que elegir, soy sentimental con ese tema, veo la ciudad desde acá, veo todo desde acá y para mí volver es volver a mi casa grande. Acá está mi lugar, mi casa, mi todo.
Eduardo Morales, una usina de humor y talento, premio Hugo en el año 2012, premio Effie Argentina en el 2019 en publicidad y un referente de la escena under porteña. Ah, y vive a la vuelta de tu casa.
Alejandra Torrecilla