Cuando el vértigo y la adrenalina se apoderaban de las tardes de Liniers
El recuerdo de las carreras de Scalextric en la sede del club Amanecer
Por Daniel Aresse Tomadoni (*)
Liniers, más que un barrio, es para mí un gran arcón de recuerdos y vivencias de todos los tiempos, que guardo celosamente en mi mente y en mi corazón como un tesoro invaluable. Hace unos días, caminando por la calle José León Suárez casi llegando a Tuyutí, donde hoy sólo se observa un enorme muro y un portón, recordé que allí funcionó durante décadas la “Institución Amanecer”, el “Club Amanecer” o simplemente, “El Amanecer”, del cual hice referencia oportunamente en esta columna, cuando comenté sobre los carnavales del barrio y mencioné esa enorme sede con un largo patio-cancha iluminado con cientos de lámparas multicolores en aquellos días.
Aquel inolvidable club social y deportivo, se reinventó muchas veces, incluso por los años 70’ compartió parte de su edificio con la sede social del Club Liniers Sud, que hoy está instalado en La Matanza y pelea por ascender a la Primera B Metropolitana.
A fines de los 60’, aquella sede albergó una atracción muy particular. En uno de sus salones, se montó un enorme circuito de autos de carrera, al estilo de los Scalextric o los Miami, tan de moda en ese momento. Durante casi todo el día los chicos del barrio asistían puntualmente, como protagonistas o como público, a observar cómo esos bólidos de metal y plástico devoraban los metros de la pista en búsqueda del triunfo tan ansiado. De vez en cuando los autos a gran velocidad salían eyectados de su carril con vuelcos, tumbos y las reprimendas lógicas del responsable del sector, que con las herramientas siempre a mano, se dedicaba a reparar los maltrechos autos.
Los pulsadores de velocidad ardían en cada carrera y los corredores no perdían de vista a sus máquinas, tratando de sacar ventaja a los competidores de turno. En aquellas tardes a puro vértigo, todos se sentían los grandes campeones de la Fórmula 1 o del TC. Claro que a veces una mala maniobra -ya fuera intencional o no- derivaba en agitadas discusiones a las que el organizador se encargaba de ponerles punto final en el momento.
Durante el tiempo que duró el circuito y en medio del bullicio diario, los habituales parroquianos, esos que nos miraban adustos cuando de chicos íbamos a comprar una gaseosa al bar durante los bailes de Carnaval mientras ellos se concentraban en el billar, soportaron estoicamente la nueva y breve moda de las carreras de autitos eléctricos. Claro que, al poco tiempo, la pista desapareció para volver a dejarle lugar a las mesas de billar y a las actividades habituales de la institución.
Con los años, la sede se fue apagando lentamente y en sus últimos tiempos, en plena crisis del 2001, supo albergar al “club del trueque”, para luego cerrar sus puertas definitivamente. Desde entonces, “El Amanecer” permanece en el recuerdo de todos los que disfrutamos de su magia y sus historias.
Hasta la próxima y muchas gracias por permitirme compartir estos recuerdos con ustedes.
(*) Aresse Tomadoni es director general de “Relatos del viajero” y “Épocas del mundo” que se ofrecen a través de Youtube