Fuentealba era realmente peligroso; claro, andaba alfabetizando
Carlos Fuentealba vivió mereciendo su precioso apellido. Era la “fuente” del “alba”. En realidad es la fuente del alba. Porque este hombre, entre otras cosas, enseñaba a leer y escribir. Alfabetizaba. Nada menos.
Por Rodolfo Braceli
Si nos fijamos bien nada existe menos casual que la casualidad. Por ejemplo: nadie fusila por casualidad. El reciente 5 de abril se cumplieron 16 años de la alevosa fusilación del maestro de escuela Carlos Fuentealba. No olvidemos a Fuentealba. Y por favor: no nos olvidemos de no olvidar.
Recupero algunas reflexiones que hice hace 16 años y después del 8 de julio del 2008, cuando la Cámara Criminal Primera de Neuquén dictó “Prisión perpetua con inhabilitación perpetua” para el ex cabo Darío Poblete, que fusiló al profesor de química y física Carlos Fuentealba, quien se encontraba manifestando en la ruta 22; esto durante una protesta de los docentes. El tal Poblete juzgado fue. Pero, ¿y los que ordenaron el “calibre” de esa represión?
Como suele pasar, se traspapelaron en la impunidad
Machaco sobre un concepto: nadie, por casualidad, dispara una bomba tan grande como un termo chico apuntando a la nuca de alguien que se está retirando en un auto, indefenso, de una protesta. Eso pasó. El disparo se hizo a unos cinco metros, en vez lanzarlo hacia arriba, a cien metros, como corresponde a una bomba de gas lacrimógeno.
Nadie, por casualidad, apunta a la nuca de un humano que piensa diferente.
Nadie, por casualidad, se toma atribuciones del Dios que comulga hincado y dice venerar, y le quita la vida a un humano semejante.
Por eso es una obscenidad decir, campantes, que aquello “pasó por casualidad”.
Hay criminales y hay asesinos y hay cómplices explícitos y hay indiferentes activos. Siendo más específicos: hay una especie humana que podríamos definir como la de los criminales asesinos. Es curioso: a estas gentes la pólvora y la sangre nunca los salpican. Los protege la impunidad de los despachos. En estos tiempos, hoy por hoy, es fácil detectarlos: simpatizan con tipos como Trump, como Bolsonaro, y elogian la Mano Fuerte, y se relamen a la hora de reprimir. Actualmente hay varios ejemplares de ambos sexos que sueñan con llegar a la presidencia de la Nación enarbolando el estilo genocida del tristemente famoso Bolsonaro. Son adictos a esta nefasta frase: “Quien quiera estar armado, que ande armado”.
Vamos, por un momento, a aquel abril del año 2007 después de Cristo. Los docentes neuquinos salen a las calles con sus reclamos. A la gobernación de Neuquén no le tiembla el pulso: ordenan una “enérgica” represión. Esa represión “disciplinadora” se bebió la vida de un padre de dos hijos, maestro. Pregunta: El entonces gobernador Sobisch, ¿quería matarlo a través de ese policía con prontuario? Ni pensarlo. Pero ese buen Sobisch que declaró “yo asumo la responsabilidad política”, sin querer provocó una reacción en cadena, de conciencias. En su mayoría conciencias hasta entonces bastante distraídas.
Sabía perfectamente el bueno de Sobisch que las muertes suelen “acarrear un peligroso costo político”. Y él (al menos en aquellos tiempos agudamente electorales) justamente no iba a querer semejante muerte. Redondamente: no le convenía exponerse a semejante costo político. El sólo quería “imponer orden” dando palos a rajacincha y metiendo miedo escarmentador. Pero, claro, sin llegar al escándalo, muy contraproducente, de una muerte por fusilación y ante demasiados testigos.
Reitero lo que escribí entonces: no sería justo dejar solo en esta sangrienta contingencia al gobernador que por aquellos días, desde millones de afiches, aspiraba a la presidencia de la república. Sobisch representaba, no nos engañemos, el pensamiento de demasiados muchos. Un rasgo de los que estuvieron y seguirán estando de acuerdo con él es que se les dio por invocar a la Constitución. Clamaban por entonces: “¡Los cortes de ruta son un avasallamiento de la Constitución!”. Pasado un año las mismas voces dejaron de invocar la sagrada Constitución a propósito del corte de rutas. A esos cortes de pronto los toleraban y los promovían para expresar la protesta de los grandes ruralistas sojeros, los que siempre lloran, los dueños de la “patria”, los que últimamente, en estos tiempos de de apenas superada pandemia y calamidad mundial, se negaban a la solidaridad de un impuesto (por única vez) a las Grandes Riquezas. No tienen corazón. Y perdieron la vergüenza. La patria es mucho más que la “pampa húmeda”.
Es innegable que la mentada Constitución no legitima el corte de las rutas. Pero hay otras cositas muy graves que la Constitución tampoco promueve. ¿Ejemplo? Los sueldos miserables, los trabajadores semiesclavizados con sueldos en negro, la aniquilación de la industria y del aparato productivo, la entrega de YPF y de las joyas de la abuela con la abuela incluída, la consentida multiplicación del analfabetismo y de la analfabetización. Ah, y algo más: tampoco la Constitución aprueba el secuestro de testigos, la picana, la fusilación y el gatillo fácil con la excusa de la “necesidad de Orden”.
Era y es por demás evidente que hay señoras y señores que últimamente invocan la Constitución y la República que en otros tiempos les importó un carajo. Se autoelogian y autodenominan “libertarios”. Se cantan en la república y se cantan en la democracia. A la democracia la usan como forro, y cuando les conviene. Para estos pasajeros patrios, el mundo termina en el propio umbral. Se escandalizan por los secuestros de famosos, no se escandalizan por el secuestro crucial y sin retorno que desde hace décadas padecen en el mundo millones de niños que nacieron secuestrados por el hambre y por el analfabetismo y por la analfabetización.
Así es: resultaba injusto concentrar la demonización en aquel gobernador neuquino que desde hacía años empapelaba las paredes del país con su afiche de dirigente joven pero experimentado, luciendo un bigote debidamente encanecido. Pobre Sobisch: le salió la “valiente represión” por la culata. Y rápido, fue apartado de la escena como un leproso. Mientras tanto alardeaban con la “nueva política”. Seguramente, si al desgraciado Sobisch le preguntaban sobre la legislación del aborto, sin pestañear clausuraría el tema: “Estoy contra el aborto, ¡la vida es sagrada!!”
Tomémosle la palabra. Con la muerte de ese maestro fusilado por la nuca, Sobisch (Jorge) fue el responsable político de un aborto posterior. Porque hay abortos antes de y, aunque suene a paradoja, hay abortos después de. Hay abortos en el vientre de las mujeres madres. Y hay abortos en el vientre de la Vida misma. Si se entiende por aborto la interrupción de una vida, la vida del maestro Carlos Fuentealba fue interrumpida. Desgajada de cuajo. Ergo: Sobisch, corajudo paladín del buen orden y custodio de la Constitución, fue el responsable político de un atroz aborto.
Él ex policía Poblete ya fue juzgado. Pero por entonces a los que estimularon la represión no los alcanzó la Justicia.
Posdata. Hay algo que ni el humano Sobisch, ni sus amigos o ex amigos vergonzantes podrán subsanar: Carlos Fuentealba hace 16 (dieciséis) años que ya no está para sus hijos, ni para su mujer. Y no está para sus hermanos y padres y amigos. Le vaciaron la cabeza. Claro, ¿a quién se le ocurre pensar y, encima, pensar diferente?
Viva el Orden ¿no? Viva la Mano Dura ¿no? Viva el aborto posterior ¿no? Viva la muerte ¿no?
Debemos reconocerlo: el maestro Carlos Fuentealba cometió “imprudencias”. “En algo andaría”, todavía hoy dicen algunos, en este 2023. Sí, Fuentealba andaba metido en algo muy jodido, en algo grave, intolerable: andaba trabajando en un plan para alfabetizar albañiles.
Esto de andar alfabetizando es algo “imperdonable”, sobre todo cuando el (neo)liberalismo arrecia. Cuando el impiadoso (neo)liberalismo se entretiene generando el caos y la desesperanza.
No olvidemos a Fuentealba. Que no nos desanimen los amigos de la Muerte. Atención: Le preguntaron a su mujer qué estaría haciendo Fuentealba en este 2023, si estuviese vivo. Y ella contestó, sin dudarlo: “Carlos seguiría siendo maestro, profesor de química. Hoy estaría fabricando alcohol en gel, y alfabetizando”.
Ante esa respuesta ¡luminosa! digamos: ¡Viva la vida! La esperanza es un derecho y es un deber. No nos olvidemos de no olvidar.
Y recordemos una vez más: Carlos Fuentealba vivió mereciendo su precioso apellido. Era y es la “fuente” del “alba”. Enseñaba a leer y escribir. Nada menos.
En algo andaba, sí. En algo prodigioso.
Este texto se publicó originalmente en el diario Jornada, de Mendoza.
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