La costa se llena de muchos argentinos… pero a muchos más aún les cuesta llenar la heladera.
Ya desde hace décadas que la estructura social de la Argentina cruje y se va rompiendo de a poco. Mal que nos pese, el efecto serrucho generado por las posiciones irreconciliables de dos modelos que se van alternando en el manejo económico del país, genera cada vez más inequidades. A los períodos neoliberales, que siempre exigen grandes sacrificios en pos de un supuesto futuro brillante que jamás llega ni a comenzar, quedando como legado compromisos externos que condicionan a la economía por décadas, alza de la desocupación, precarización en ascenso, quita de derechos de todo tipo y huida cubierta por medios dominantes a su disposición, que aplican memoria selectiva aprovechando el desencanto que fomentan todos los días en los ciudadanos de a pié. A ellos los sucede lo que definen como gobierno populista (yo lo llamaría gobierno salvavidas), que dirige las políticas económicas al consumo del mercado interno en la búsqueda de una mejora del poder adquisitivo de los trabajadores, y que de acuerdo a su duración y voluntad de lucha puede reparar las barbaridades que hereda de la derecha, bajar la desocupación, subir el salario y las jubilaciones, otorgar derechos económicos y sociales y buscar un despegue que siempre quedó trunco por cierto “caudillismo” presidencialista, pues una de sus marcas de origen es el o la líder del movimiento. Pasó con Perón, Evita, Alfonsín, Néstor Kirchner o Cristina Fernández.
Pero el problema es que destruir es mucho más fácil que construir. Así, doce años de Kirchnerismo fueron prácticamente pulverizados en muchas cuestiones por los cuatro de Macri y el mejor equipo de los últimos 50 años. De una posición de desendeudamiento (reconocida por el propio PRO) y sin controles externos de ningún organismo de crédito, nos dejó una deuda privada y pública asfixiante (lo peor es que fue todo timba… cero obras de infraestructura, vivienda, escuelas… nada); de casi no saber del desempleo lo duplicó; de una inflación controlable pero que ellos decían que la solucionarían en cinco minutos nos dejó al irse una del 50%; destruyó una estructura PyME que había precisado de toda una década para armarse; destrozó al sistema de salud y como muestra de su desinterés, degradó al Ministerio de Salud al rango de secretaría; exactamente lo mismo hizo con la ciencia (a la que el propio Macri había ponderado en la gestión kirchnerista), algo que no precisaba en su idea de una Argentina hecha para el agro, la minería extractivista y la timba financiera y especulativa.
Y ese serrucho siempre resultó complicado pues los dientes destructivos son más filosos que los que deben construir un país saqueado. Y así, las inequidades crecen, se cercenan derechos y se ata de pies y manos a los gobernantes, temerosos muchas veces de las “venganzas” judiciales de una derecha que no duda en utilizar las armas más destructivas y criminales para llegar a sus objetivos. Porque el periodismo de mayor audiencia es de ellos no por calidad de información, sino por la penetración de sus medios. Y el Poder Judicial come de sus manos (como quedó demostrado con el Liverpool, las “reuniones” a hurtadillas en la Rosada, el impresentable viaje pagado por Clarín a Bariloche) y así falla a su antojo. ¿Una cautelar? Dale… ¿hay que condenar a un(a) figura de la política rebelde? No hay drama, fallo como quieras… ¿no alcanza? ¿vamos por un pariente? No hay problema. Todo vale, todo se les permite, aún las cosas más siniestras. Y lo más grotesco es que se definen a sí mismos como “republicanos” y “defensores de la Constitución”… pocas veces se ha visto en la política internacional tanta caradurez.
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Pero volviendo a los cambios en la sociedad, en Argentina, cuando se atraviesa un momento de crecimiento económico junto a la reducción del desempleo, tal como el que vivimos desde la salida de la primera fase de pandemia, el salario, después de un tiempo prudencial en el que iba reacomodándose (en una especie de etapa de nivelación), comenzaba a subir e iba recobrando el valor que había perdido durante la crisis. Argentina era un país con una industria propia que abastecía el mercado interno (quizás por momentos sobreprotegiendo a quien no muestra voluntad de invertir, de ganar fortaleza para competir en el mundo), que además contaba con los sindicatos más potentes de Latinoamérica, una legislación que protegía a los trabajadores de abusos patronales, además de un fuerte conjunto de centros urbanos industrializados (Buenos Aires, Córdoba, Rosario, los más importantes). Y un partido político que en su origen se llamó Laborista (el Peronismo), el cual controló desde su nacimiento a la mayoría de los sindicatos y que hizo de los trabajadores (sean rurales o industriales) su sostén político.
Pero el problema se generó en tiempos de la última dictadura cívico-militar (el nefasto Proceso de Reorganización Nacional), con Martínez de Hoz dirigiendo la economía, agigantando la especulación financiera, quebrando empresas nacionales otrora poderosas, e inaugurando la política de dólar alto (en cinco años la cotización aumentó un 635%) en beneficio de los exportadores, con su “tablita” mágica de devaluaciones periódicas que finalmente de nada sirvieron cuando se acabaron los créditos del FMI (como suele pasar), lo que generó una inflación que, en 1981, llegaba acumulada al 9095%. Fue el final de la “Plata Dulce”, con quiebras de bancos y empresas, creación de un déficit terrible, y la lógica fuga de capitales de “inversores” y millonarios autóctonos, muchos de ellos, luego de estafar a muchas personas y empresas. Fue la consolidación del bimonetarismo en el país.
Pero la verdadera extranjerización empresaria, acompañada de concentración económica nunca antes vista se dió en el período de las dos gestiones de Carlos Menem, en los años 90. Con su escudero para privatizar cualquier cosa en poder del estado, Roberto Dromi, malvendió todas las joyas de la abuela para mantener ese delirio de Domingo Cavallo llamado convertibilidad. Y Dromi, con un fallido hoy famoso (“nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del Estado”), creo sin querer el principal mandamiento menemista. Cambiando deuda que se conseguía en los mercados financieros por monedas, las multinacionales se abalanzaron sobre las deseables empresas del Estado primero, y luego, ya con efectivo, de las privadas.
Esto fue la consolidación absoluta de un proceso no solo de extranjerización, sino también (y peor aún) de concentración económica… la apertura de par en par de la tranquera industrial.
Empresas que fueron generando un imparable proceso de monopolización de múltiples rubros, en general artículos con alto valor agregado, o de los llamados “esenciales” o “de primera necesidad”. Empresas con gran predisposición a la importación (las automotrices son el más claro ejemplo), con cierta “reticencia inversora” (algo que también caracteriza a muchas de las grandes empresas nacionales), que solo buscan aumentar la tasa de utilidades pues, en el día a día, buena parte de ese “excedente empresario” busca hacerse líquido, sea por el envío a sus casas matrices de utilidades y dividendos, o los saca del país a través de triangulaciones (si es exportadora) que les permiten evadir, dinero que luego “pagan” en honorarios ficticios o tan solo fugan a cuentas offshore del exterior.
El propio Martínez de Hoz afirmó, en 1996, que la política económica de Domingo Cavallo en la era del caudillo riojano (que llegó al poder con poncho y patillas y al poco tiempo vestía Armani y un corte burgués), representaba la “continuidad” de la suya. Y Cavallo tampoco nunca ahorro piropos al ex ministro de la dictadura, proveniente de la más rancia oligarquía ligada a la Rural.
Y todo esto generó una tensión insoportable sobre la necesidad de dólares para importar, pues eran requeridos por estas empresas que no dudaban en organizar corridas o cualquier inestabilidad o molestia a los gobiernos, que como el actual, terminan negociando para acatar sus términos.
Todo este proceso, que nobleza obliga, no es patrimonio argentino sino que la globalización lo esparció a lo largo y ancho del mundo, que se origina por la integración a la globalización de países y regiones con poblaciones que tienen pésimas condiciones de vida, y buscaron (y muchos lograron) insertarse en los principales mercados mundiales por medio del dumping social: Esto fue así en el Sudeste asiático, la India, China y actualmente, en África.
Incluso en los Estados Unidos, a pesar de las gigantescas riquezas que produce no solo su economía, sino la dictadura que ejerce con el dólar, la depresión salarial es un hecho y la precarización también, y a pesar de la altísima productividad, no posee ninguna norma que compense la negociación laboral, careciendo (luego del paso de Reagan) de sindicatos fuertes (la tasa de sindicalización es muy baja) y jamás construyó un Estado de Bienestar a la altura de sus riquezas. Solamente Europa, a pesar también de que sus trabajadores sufren el recorte de salarios y la precarización, cuenta con mecanismos compensatorios efectivos para la protección de los asalariados. Y Oceanía (Australia y Nueva Zelanda), con un control muy efectivo del Estado, que logró generar un provecho mutuo con sus empresarios, respetando no solo los salarios sino también los derechos laborales.
Y volviendo a la Argentina, debemos recalcar dos cosas: si hubo en tiempos de los Kirchner una recomposición salarial importante luego del desastre de la alianza, también una política de defensa de los derechos de los trabajadores, pero no quiso o no pudo detener el proceso de concentración empresarial, más allá del logro que fue la recuperación de varias empresas de gran importancia (YPF, Aerolíneas, AySA, el Correo, los ferrocarriles, etc.). Obviamente Macri, como quien culminó la obra de Cavallo, favoreció aún más la concentración, recortó todo lo que pudo los derechos laborales, y como ya expresamos, achicharró los salarios y jubilaciones, se endeudó cuanto pudo y casi destruyó doce años de progresos económicos y sociales.
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Y así, pandemia mediante, llegó Alberto Fernández, quien cedió a cuanta presión empresaria tuvo enfrente (Vicentín, apenas llegado y empoderado por los votos, fue una bisagra, un recinto del que jamás pudo salir), siempre buscando el tan mentado “diálogo” que por desgracia tiene un interlocutor sordo… pero es tan caro a los canales de medios concentrados…
Y si bien recuperó para los trabajadores lo perdido en pandemia, a pesar de que vivimos desde la salida de la primera fase del COVID-19 (con cuarentena incluida) una etapa de crecimiento, con un PBI que ya lleva un año y medio de crecimiento sostenido, junto a la reducción del desempleo, que en datos del INDEC es del 7%, devolviéndonos a números de la era kirchnerista pero con una inflación que siguió acelerándose luego de la salida de Macri (hoy cercana al 100%), mientras los salarios siguen subiendo por la escalera.
La debacle comenzó ya a fines de 2017, luego de las elecciones de medio término. En 2018, los ingresos de los trabajadores cayeron un terrible 12,2%; en 2019, la baja fue del 8,4% y en 2020, luego de un comienzo de recuperación, la pandemia llevó a una baja del 2.4%. En solo cuatro años (tres de macrismo y uno del recién llegado Alberto Fernández, con pandemia incluida) los salarios perdieron un 20% de su valor “real”. Así, los trabajadores desde 2018 vienen perdiendo contra una inflación de redistribuye hacia arriba. (1) Y eso si es trabajo en blanco y privado, pues los estatales perdieron aún más (especialmente en la era de los “ñoquis” de Macri, cuando se les daba de baja a seis o siete empleados contratados de la parte baja de la escala, para llevar a uno de una universidad amiga que ganaba por esos seis despedidos… pasantías VIP, no las de Larreta con los estudiantes que cede gratis a los contratistas de la Ciudad). Ni hablar de quienes están “en negro”, a la merced de la voluntad de sus patrones, que sabemos que no es mucha. Y si bien en 2021 se verificó una levísima mejora (en promedio, mes a mes la cosa cambia) tanto en los salarios privados inscriptos como en los públicos, para los informales la cosa sigue igual o peor. Llegando al fin de 2023, con más de un año y medio de crecimiento tanto del PBI como de la producción, la productividad y la capacidad instalada en la mayoría de los rubros industriales, la sensación es más que amarga. Se consolida en Argentina ese invento macrista del “emprendedor” monotributista, que no es otra cosa que precarización: Uber, Cabify, Beat, Pedidos Ya, Amazon… plataformas que se autodefinen “colaborativas” como manera de deslindar cualquier responsabilidad hacia sus empleados y que exigen condiciones de trabajo y dedicación extrema para llegar a un salario que pueda considerarse digno.(2) Y esto sin que haya ningún derecho laboral que hasta hace poco los empleados solían tener. Es el fruto del trabajo de las redes sociales y las páginas de autoayuda. Ese “el futuro depende de vos… nadie te lo va a regalar” que es emblema de la coronación del egoísmo que hoy resurge como mérito y no como defecto. Hasta se llegó al colmo cuando el propio Gobierno de la Ciudad, en la gestión del PRO, hizo que parte de su plantilla de empleados pasara a estar “en negro” (la ex Guardia Urbana primero y luego se extendió a otras áreas), debiendo inscribirse al monotributo, por lo cual esos trabajadores ni siquiera son considerados municipales por el sindicato, y que además carecen de vacaciones o días por nacimiento, enfermedad o muerte de un familiar, y también de aguinaldo. El legado macrista del Estado evasor que muchas veces reflejaron en palabras. Podemos recordar a Macri -siendo intendente- diciendo que “se financiaba no pagando a término las cargas sociales de los empleados de la Ciudad”, porque así se “financiaba más barato” que pidiendo el dinero en el banco. O cuando hace poco expresó que “en este país si no evadís, no podés ganar”. Sin palabras… las conclusiones quedan a su elección.
Rebaja de salarios, evasión del propio Estado, precarización… ¿a qué se llegó con esto? A un nuevo sujeto social, desconocido en nuestro país desde hace muchos años: el trabajador pobre.
Lo inventó Macri y Alberto Fernández hasta el momento (mucho tiempo no queda, menos de un año) no pudo revertir el asunto.
Hablamos de un tipo que trabaja en relación de dependencia (ya sea en el ámbito privado como en el público), tiene derechos laborales, aporta a su jubilación, y cuando le acreditan el salario en su cuenta bancaria… SE DA CUENTA QUE ES POBRE. Es el súmmum del desastre que provoca la derecha en nuestro país. El regreso de la redistribución a contramano…
Y los trabajadores, jubilados y desocupados pasan a ser las víctimas que absorben todas las consecuencias de un nuevo fracaso nacional… De la convertibilidad heredamos al piquetero, al que en muchos casos aún hoy no le hallamos solución. Hoy, el nuevo sujeto social que sufre, surgido de cuatro años de macrismo (que graciosa o maliciosamente se dijo “gradualista”) es el trabajador “pobre”. Casi un tercio de los trabajadores se halla en esta situación. Y esto nos lleva a una nueva conclusión: si miramos la foto histórica completa, en el menemismo alcanzaba con tener empleo para evitar la pobreza, tras la explosión de la Alianza se precisaba que el empleo fuese formal, el kirchnerismo dio vuelta esta ecuación y parecía marcar un rumbo más estable para el trabajo en todas sus formas a través de una distribución más justa. Pero la mayor prosperidad generada chocó contra la permanente actualidad del teorema de Arturo Juaretche: “la clase media cuándo está bien, vota mal, y cuando está mal, vota bien”. Y en 4 años de neoliberalismo macrista, no solo volvieron a retroceder con los dos sujetos sociales descriptos, sino que lograron crear al nuevo: el trabajador inscripto, que a pesar de ello, se halla bajo la línea de pobreza. El nuevo hombre (o mujer) soñado por Macri: EL TRABAJADOR POBRE. Un sujeto que, como los otros dos, camina por fuera del sistema de globalización, está fuera del consumo… lejos, en cueros en medio del desierto, sin cobertura alguna, ni sueños para su futuro o el de su familia. Un semillero de odio que los medios regarán con desprecio a las minorías, los inmigrantes, los populistas… y por sobre todo, por la que llaman “Yegua”, “negra”, “vieja”, “chorra”, “reina batata” y mil epítetos surgidos de ejércitos de trolls y periodistas-mercenarios a su servicio: Cristina Kirchner. La única que les torció el brazo, que les impuso el poder de la voluntad popular, que los desafió y aún lo hace sin doblegarse, a la que temen porque la saben mejor que ellos y porque muchos la quieren por esa misma lucha por la defensa de un país y su pueblo… algo que nunca van a poder tener.
Porque para salir del salario de pobreza se requiere de dirigentes con valentía para enfrentar y acorralar a los que desean que continúe la redistribución a contramano… la elite, la derecha que se ve representada en el PRO.
Por ahora, ese verdadero ejército de trabajadores (algunos hasta calificados e incluso profesionales) que sobreviven llegando con lo justo, es lo que podemos observar. La degradación del trabajador puede verse comparando a un argentino con su similar europeo, el “mileurista”, personas que ganan, tomando el tipo de cambio no oficial (CCL o financiero), unos 250 mil pesos, o sea, unas tres veces el mínimo argentino en muchos convenios.
Pero la verdad es que no es tan sorpresivo, ya que perdimos la brújula al “comprar” la información defectuosa de los medios que nos hacen ver la película solo en su versión autóctona. Lo que se logró hacer con el salario argentino, históricamente alto, es que se compare con los países de primer mundo, para ocultar el verdadero objetivo: que se aproximen con su retroceso a los del resto de los países de América Latina. Y medido en dólares, no solo nuestros salarios están entre los más bajos de la región (incluso de países con muchísimo menos desarrollo que el nuestro), sino que quienes van en busca de empleo, absorben estas cifras, por lo que el salario promedio requerido por los argentinos en las búsquedas de empleo es el más bajo de América Latina.
He aquí el verdadero retroceso: la aceptación de la derrota asumiendo que no existe opción a ello que no sea la que “ellos” nos proponen… echamos al perro pastor y dejamos al lobo cuidando la manada de ovejas.
Si fuimos orgullosos asumiendo que en el siglo veinte Argentina (y un escalón debajo Uruguay) fue el país latinoamericano más igualitario y con menores niveles de pobreza, hoy ya hemos sido superados por Uruguay, Costa Rica, Panamá y muy cerca de Chile. La última dictadura sacó a la pobreza de su inmovilidad haciéndola ascender a fuerza de FMI y deuda externa, Menem y sus privatizaciones con millones de puestos de trabajo perdidos (hasta entonces el Estado contaba con una cantidad de compañías de alto impacto en las cifras de empleo, abriendo y cerrando los grifos según lo que se precisara en el momento) llevó a la pobreza a varios escalones por arriba, el kirchnerismo vio lo difícil que era bajar de cierto número y tan solo pudo financiarlos sin crear empleo cooperativo o microempresas con financiamiento del Estado. Y por ello, al macrismo no le resultó difícil aumentar la pobreza aún más, dejándonos hoy con un gobierno que no tuvo nada que ver con eso de “volvimos mejores”. Un gobierno tibio, sin convicción, temiendo permanentemente a tocar privilegios… dubitativo, timorato. Y esto lo digo reconociendo la desgracia de la pandemia con su posterior proceso inflacionario, producto tanto de un ministro de economía que erró el rumbo y de heterodoxia aplicó muy poco, como de el apriete y toma de ganancias de empresas concentradas que son formadoras de precios y olfatearon la debilidad del gobierno, lo que les abrió las puertas a la búsqueda del retorno de la derecha que les ofrece pérdidas en la producción, pero gigantescas ganancias en la especulación, la baja y evasión de impuestos y la posterior fuga de divisas… la fuente de ganancias más sencilla, con cero riesgo empresario y nula inversión.
Así, nuestro país, otrora orgulloso de su ascenso social, hoy lleva ya tres generaciones que conviven con una pobreza que ya es estructural, y cuyos desgraciados integrantes suman entre el 20 y el 40 por ciento de su población, según la época. Ya desde el final de la etapa kirchnerista nuestra economía no logra reducir la pobreza por más de dos años seguidos, cuándo fronteras afuera, nuestro vecinos de Latinoamérica en algunos casos si pueden hacerlo. El futuro que hoy nos muestra esto es de convergencia hacia abajo, cumpliendo el sueño de la derecha conservadora de un país parecido a sus “ejemplos”: Colombia, Perú, Chile, México… países con un núcleo de pobres inamovible para los que no existe el ascenso social. Para la derecha… la mesa está servida.
Y paradójicamente, el santo grial de esta derecha que se rehusa a ceder parte de su ganancia exagerada, fue la solución que su odiado populismo encontró a la crisis del 2001 que sus políticas neoliberales habían causado: los planes sociales y la institucionalización de los pobres bajo la organización de los movimientos sociales. Desde entonces les sirvió para encauzar la pobreza con una renta mínima y la cooptación de los dirigentes sociales propensos a “negociar”. Si bien en sus canales despotrican contra los piqueteros estigmatizándolos bajo la figura de la supuesta vagancia, el abuso al resto de la sociedad, sus parejas que solo tienen hijos para tener otro plan, el destino del dinero de todos malgastado en el consumo de alcohol o drogas y hasta la delincuencia… la realidad es que cuando fueron gobierno multiplicaron varias veces los planes sociales que tanto trastornan a sus bases. Además, muchos recuerdan los “piropos” sobre el trabajo de la ministra de Acción Social, Carolina Stanley, las palabras del Chino Navarro expresando (luego de la derrota kirchnerista) “yo quiero que al nuevo gobierno le vaya bien”, sus continuas prédicas hacia el PRO de venderle la idea de que el Evita le ofrece “gobernabilidad”, mientras ante las críticas se defendía con una sentencia incomprobable: “… si Macri se cae esto gira más a la derecha aún”. Eran momentos en los que Macri se sentía fuerte para lo que fuese: echar empleados del estado, modificar los coeficientes de ingreso a los jubilados, armar un país al servicio del capital especulativo y el campo… el regreso de los finales del siglo diecinueve, el país para unos pocos, los que ellos consideren dignos. Pero ante el aumento incesante de la pobreza, optó por sacar algo del bolsillo de atrás y comprar paz social. ¿Y quién mejor que los movimientos sociales para garantizarla? De esta forma conseguía completar las dos “tecnologías de contención social”: las políticas de transferencias de ingresos y la organización de la pobreza por los movimientos sociales, garantes de su encuadre y gestión. De esta manera, lograba mantener las calles en orden, a pesar de sus avances contra el trabajo y los pobres.
Y esta calma social, hoy se entrelaza con escenas de alto consumo: restaurantes llenos, pasajes de avión agotados en tiempos vacacionales (a pesar de sus precios), altas ventas de electrodomésticos, venta de automóviles en alza…
El asunto es que muchas veces este fenómeno se explica mal, algunas sin quererlo y otras mal intencionadas para ocultar otras cuestiones. En verdad, todo este movimiento (más allá que en Argentina hay un sector ABC1 que siempre consume estos artículos) viene de la necesidad de sacarse de encima los pesos en medio de una inflación que parece no tener fin (o por lo menos uno bueno), amén de los márgenes acotados de la clase media. Y por eso, el que compraba una casa hoy se conforma con un automóvil, el que antes podía adquirir el auto hoy la gasta en irse de vacaciones, y el que no puede ni esto, compra una TV de 55 pulgadas para ver el mundial.
Como síntesis podemos decir que además de la precarización y la falta de empleos de calidad, los gobiernos que en Argentina se dicen “liberales” (que no lo son porque rechazan el otorgamiento de derechos individuales) son meros regímenes conservadores con una política económica neoliberal hecha para agigantar la brecha de ingresos entre ricos y pobres. Y esto, como consecuencia de una estructura económica globalizadora y en nuestro país especialmente, dual. Más allá de fomentar lo que siempre fue fuerte, como la actividad agrícola o petrolera, busca institucionalizar la especulación financiera con el sueño de un futuro en el que Argentina sea un Delaware o un Liechtenstein de Latinoamérica… el refugio para los que hablan este idioma. ¿Y cómo mantenemos a los perdedores del sistema tranquilos? ¿Con qué empleos? Para los que ya se cayeron del almanaque, con planes sociales… quizás, a futuro, con un salario social. Y a los que aún poseen empleo, o los jóvenes… con unos pocos sectores bien resguardados para ser competitivos, ya globalizados y con creación de trabajo formal, y, alrededor de ese núcleo, un océano de empleos sin registro alguno o monotributismo obligado de muy escasa calidad, precarizados y productivos desde la mirada patronal. Y de esa forma, la desigualdad en Argentina quedaría institucionalizada, con la dualidad que significa el hiperconsumo reflejándose en un lado del espejo, mientras nos devuelve una imagen de pobreza extrema inamovible, sin futuro ni esperanza.
Lo dicho al principio: playas repletas contrapuestas a heladeras vacías. Todavía no es tarde para evitarlo. Pero el tiempo se acaba.
REFERENCIAS
(1) Según un informe de la IARAF (Instituto Argentino de Análisis Fiscal), desde 2018 a 2021 los trabajadores perdieron en su poder adquisitivo el equivalente a seis sueldos (6,3 salarios para los privados inscriptos y 10 para los informales). Si se mira el panorama mes a mes, el informe concluye que de los últimos 48 meses, los trabajadores formales perdieron contra la inflación en 30, los empleados públicos en 33 (mayoemente en la era Macri) y los informales en 34 de los 48 meses.
(2) La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estimó que en el 2° trimestre de 2020 se perdió el equivalente a 400 millones de empleos a tiempo completo a escala global, de los que 55 millones corresponden a América Latina. La contracara fueron las plataformas de comercio electrónico, quienes crecieron a un mes del inicio de la pandemia, un 400%. Para peor, aprovechándose de una situación horrorosa como la pandemia, impusieron mayores comisiones a los locales, una muestra de su poca empatía social. Así, las desigualdades sociales y lo vulnerables que pueden ser los trabajadores y ciudadanos, quedaron expuestas, mostrando que es imprescindible que el Estado proteja a los más débiles.