¿Como corderos al matadero?
Como todos sabemos, desde que reinan las nuevas condiciones sanitarias hay que pedir permiso para cada paso. No es mi intención acá juzgar el sentido y las conveniencias de esta nueva normalidad. Pero sí opino que me corresponde decir algo cuando la injusticia apremia.
Honestamente, si fuese por hacerme eco de lo que dicen los medios de desinformación masiva que está sucediendo no me movía de casa, sin embargo, nos sobrepusimos a las circunstancias y con mi amada Gabriela nos hicimos un viajecito gasolero a bordo de nuestra nave hasta sus pagos en Salta. Y como si fuera poco volvimos disfrutando unos días por la zona de La Falda, Córdoba, desde Capilla del Monte hasta Casa Grande.
La verdad es que el viaje estuvo muy bien y no me puedo quejar de nada. Cumplimos con todos los protocolos, bozal en mano cuando la circunstancia lo solicitaba, app nacional y puntual de Salta y además la declaración jurada que obliga a quienes vuelven a pasar por un test para confirmar el no tener el bicho. En el portal porteño leímos que el trajín era con saliva. ¡Error!
Cuando llegamos en el auto, luego de pedir turno online como dicta la nueva normalidad nos acercamos al “Punto de testeo habilitado” de La Rural y nos enteramos que pretendían hacernos un hisopado. El esputo era solamente para mayores de 60 años o gente con síntomas.
Le solicitamos ese método, pero reconociendo que no teníamos ningún síntoma. No nos gustaba la idea de permitir que nos hagan algo intrusivo. Un test que encima viene ampliamente denunciado por sus falsos positivos (y negativos). Teníamos que ceder y permitirnos hacer el estudio porque de ésta salimos entre todos. Encima la sanción vigente por no hacerlo “es la misma que existe por no usar barbijo o incumplir cualquiera de las reglas excepcionales de la pandemia (Ley 451 del GCBA, artículo 1.2.4 sobre prevención de enfermedades transmisibles). Es una multa a partir de $10.700 cuyo monto final es establecido por el controlador de faltas”. Así que solicitamos que se nos haga uno menos intrusivo, el de fauces, o sea, por la garganta. No puedo explicar lo molesto que es que te metan un palito pinchagudo que raspa hasta la garganta cuando tu cabeza queda contra el apoyacabezas del auto. Ni tampoco puedo explicar por qué razón mi lengua tiende a irse para adentro por cuenta propia como defendiendo mi organismo ante una agresión. El absurdo de vivir un año tapándonos la boca, cuidándonos para que nada raro ingrese y de pronto verse en mano de unos jóvenes -de como mucho veinte años- que con sus palitos raspan dentro de la garganta. O al fondo de la nariz de otros. Y la gente como corderitos…
Muy triste el panorama. Algo pretendimos argumentar y el jefe de enfermeros se acercó y nos explicó que no entendía nuestros argumentos porque trabajaba 16 horas por día. Que no tenía tiempo de leer o ver nada que cuestione lo que hace, que él solo obedece órdenes. Me salió del alma: “como en los setenta, obediencia de vida”. Pero se ve que estaba tan sobrepasado de trabajo que no me entendió… Si es que tenía algún órgano que le permita entender.
Terminó con que un supuesto médico autorizó que el tercero de los palitos que ingresaban hacia mi garganta se dé por bueno. Los otros dos al tacho, según los jóvenes que se turnaban no habían logrado llegar suficientemente profundo.
A la noche, vía Boti, nos confirmaron que el test salió “negativo”.
En lo personal comprendo los riesgos de contagios y el cuidado que uno debe tener. Para mí son cosas que aprendí de niño: lavarse las manos al llegar a la casa, antes de comer, luego del ir al baño. Cambiarse por calzados de interior adentro del hogar o lugar de trabajo. No ir a un lugar con gente estado mal, con fiebre, mocos u ojos rojos (cosa que me he cansado de ver que sucede en este país, ¿será por un sistema de salud que responde mal?).
Sin embargo, la espantosa sensación de que desde el estado nos digiten que nos tapemos las vías respiratorias y que pidamos permisos siendo adultos vía una o varias aplicaciones y que hasta se tomen el permiso de meterse dentro de nuestro cuerpo no sede. No sé si es que mi práctica de yoga, meditación y mi dieta vegetariana me ha hecho más sensible, pero cada vez siento que encajo menos en este sistema.
Rafael Sabini
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